Si el control ejercido por el sistema de estudios hollywoodiense sobre sus trabajadores era rígido, el japonés aún lo era más, lo que suponía que sus realizadores tuviesen las manos atadas a la hora de realizar sus películas, adaptándose al tiempo de rodaje, a los actores y actrices escogidos por las productoras, a los presupuestos y a los argumentos que se les encargaba rodar, lo cual provocaba que más que creadores fuesen asalariados de una fábrica de imágenes en la que alcanzaban mayor o menor grado de libertad según la posición que en ella ocupasen. Esta circunstancia jugaba en contra de aquellos jóvenes directores con intenciones artísticas que, en muchas ocasiones, sentían como su tiempo y su talento se desaprovechaba en producciones que no colmaban sus inquietudes, quizá por ello, un cineasta como Kenji Mizoguchi no alcanzó su madurez creativa hasta la década de 1930, con más de diez años de profesión a sus espaldas y numerosas películas, ahora perdidas, que a pesar de todo le valdrían para ir evolucionando su capacidad cinematográfica. En 1934, Mizoguchi dejó la Nikkatsu (para la cual había rodado la práctica totalidad de sus films) y creó su propia compañía. En la Daiichi pudo dedicarse a temas que eran más acordes con sus intereses y alcanzó mayor libertad para perfeccionar su estilo, peculiar y reconocible, dominado por su gusto por la pintura, por la estática de sus planos-secuencia y por la presencia de heroínas trágicas condenadas por la tradición a la que se deben. No obstante, como consecuencia de la falta de distribución y de la acumulación de deudas, la Daiichi tuvo una vida efímera (1934-1936), lo que precipitó su bancarrota y su desaparición como productora independiente dentro de una cinematografía controlada por los grandes estudios: Daiei, Nikkatsu, Schochiku, Toei y Toho. Sin embargo fue tiempo más que suficiente para filmar cinco títulos que afianzaron sus temáticas y su estilo, que alcanzaría la plenitud artística con Historia de los crisantemos tardíos (Zangiku Monogatari, 1939). La primera de las producciones que rodó para su estudio fue Osen, de las cigüeñas (Orizuru Osen, 1935), a la que siguieron Oyuki, la virgen (Maria no Oyuki, 1935), Las amapolas (Gubijinso, 1935), Elegía de Naniwa (Nanima Hika, 1936) y Las hermanas de Gion (Gion no Shimai, 1936), considerada por la prestigiosa revista Kinema Junpo como la mejor película japonesa del año. Pero Elegía de Naniwa, la primera de las veintitrés que Yoshikata Yoda escribió para "Mizo-san", fue el punto de inflexión en la carrera del maestro japonés y una obra de madurez creativa, así lo atestiguan su carga crítica (la censura prohibió su exhibición hasta 1940), su tono trágico y el protagonismo de la mujer condicionada por la sociedad paternalista y patriarcal a la que pertenece (en este sentido no muy diferente a otras sociedades de la época).
miércoles, 16 de noviembre de 2016
Elegía de Naniwa (1936)
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