Esa circunstancia, la de sustraer a quien tiene para ofrecer al desposeído, queda desmentida a lo largo de la evolución y redención de Juan Pablo de Osuna (Rossano Brazzi), un señorito caprichoso que se dedica al juego y a la buena vida, sin prestar atención a los consejos de su padre, uno de los hacendados más ricos del lugar. Sin embargo, a raíz de una mala racha con los naipes, pierde cuarenta mil reales que no tiene y que sabe que su padre no le prestará. De modo que, un hombre de palabra como él asume ser, necesita hacerse con la cantidad para saldar su deuda y la idea para conseguirla surge en el hogar paterno, donde escucha a su vecino don Félix (José Isbert) narrar su terrible experiencia con Lucero, quien lo secuestró y posteriormente liberó a cambio de un cuantioso rescate; de no haberlo abonado ahora estaría muerto. En ese instante se presenta la solución para sus males, pues Juan Pablo decide secuestrar a su padre y hacer creer a todos que es obra del famoso y temido bandido. Sin pensar en nada más que en su necesidad, el joven Osuna acude a sus amigos y les expone el rapto que ellos deben ejecutar para alejar de él posibles sospechas. Pero todo se tuerce cuando el verdadero Lucero (y su banda) secuestra a su padre y, creyendo que se trata de los suyos, Juan Pablo se queda con el dinero, paga su deuda, sella el destino de su progenitor y, posteriormente, siente como la culpabilidad lo ahoga y le obliga a vengar la muerte paterna, porque en ello ve el perdón para sus actos. La desmitificación del bandolero conlleva otra velada, aquella que afecta a la clase pudiente representada en la figura de don Joaquín de las Hoces (Félix Dafauce), el tutor de Consuelo (Emma Penella), un hombre que, tras su inmaculada fachada, resulta ser el cerebro de la banda del forajido, lo cual provoca que la lucha del héroe, arrepentido, enamorado y vengativo, adquiera mayor complejidad y una dificultad extra.
martes, 8 de noviembre de 2016
Carne de horca (1953)
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