martes, 8 de noviembre de 2016

Carne de horca (1953)


Las andanzas de los bandidos por las serranías andaluzas podrían haber dado pie a un género autóctono, similar en ciertos aspectos al western estadounidense, de hecho hubo varios y muy diferentes acercamientos a la figura de los bandoleros y a los espacios (y tiempos) por donde estos transitaban, como serían la destacada 
Amanecer en puerta oscura (José María Forqué, 1957), con un final que bebe directamente de la tradición malagueña y de la Pragmática Sanción concedida por Carlos III en 1759, la personal adaptación realizada por Carlos Saura de la vida de José María Hinojosa <<El Tempranillo>>> en Llanto por un bandido (1964), o la televisiva y más desenfadada Curro Jiménez (1976-1978), pero ninguna de ellas alcanza la perfección narrativa lograda por Ladislao Vajda en Carne de horca. Su fluidez narrativa y la puesta en escena de Vajda igualan drama y acción sin perder de vista el romance o las luchas en espacios abiertos ni en los cerrados como el pueblo donde Lucero (Fosco Giachetti) asesina a Tomás (Luis Prendes), el barbero que traiciona a uno de los suyos. A medida que avanza el metraje de Carne de horca aumenta la sensación de estar ante un western, y de los buenos, que traslada su acción al sur de aquella España gobernada por Fernando VII en la que surgieron los fuera de la ley que serían ensalzados por el folclore popular. La trama, que se desarrolla durante la primera mitad del siglo XIX, su temática (venganza y redención), el paisaje natural por donde transitan los personajes, los pueblos o las haciendas que le sirven de escenarios, la emparentan con el género del oeste. Sin embargo su ubicación andaluza, Sierra Morena y la serranía de Ronda, le dan el toque autóctono que se pone de manifiesto desde el inicio del film, con el invidente que en la plaza de una villa ensalza la figura del bandolero, una figura legendaria que se ve magnificada por la canción entonada por la actriz y cantante María Dolores Pradera, pero contradicha por las imágenes que conforman el metraje. Estas dos posturas sirven para enfrentar mito y realidad, la cual difiere de la creencia popular que otorgaba a aquellos bandidos serranos un romanticismo que, al estilo de Robin Hood, les impulsaría a robar a los ricos para dárselo a los pobres.


Esa circunstancia, la de sustraer a quien tiene para ofrecer al desposeído, queda desmentida a lo largo de la evolución y redención de Juan Pablo de Osuna (Rossano Brazzi), un señorito caprichoso que se dedica al juego y a la buena vida, sin prestar atención a los consejos de su padre, uno de los hacendados más ricos del lugar. Sin embargo, a raíz de una mala racha con los naipes, pierde cuarenta mil reales que no tiene y que sabe que su padre no le prestará. De modo que, un hombre de palabra como él asume ser, necesita hacerse con la cantidad para saldar su deuda y la idea para conseguirla surge en el hogar paterno, donde escucha a su vecino don Félix (José Isbert) narrar su terrible experiencia con Lucero, quien lo secuestró y posteriormente liberó a cambio de un cuantioso rescate; de no haberlo abonado ahora estaría muerto. En ese instante se presenta la solución para sus males, pues Juan Pablo decide secuestrar a su padre y hacer creer a todos que es obra del famoso y temido bandido. Sin pensar en nada más que en su necesidad, el joven Osuna acude a sus amigos y les expone el rapto que ellos deben ejecutar para alejar de él posibles sospechas. Pero todo se tuerce cuando el verdadero Lucero (y su banda) secuestra a su padre y, creyendo que se trata de los suyos, Juan Pablo se queda con el dinero, paga su deuda, sella el destino de su progenitor y, posteriormente, siente como la culpabilidad lo ahoga y le obliga a vengar la muerte paterna, porque en ello ve el perdón para sus actos. La desmitificación del bandolero conlleva otra velada, aquella que afecta a la clase pudiente representada en la figura de don Joaquín de las Hoces (Félix Dafauce), el tutor de Consuelo (Emma Penella), un hombre que, tras su inmaculada fachada, resulta ser el cerebro de la banda del forajido, lo cual provoca que la lucha del héroe, arrepentido, enamorado y vengativo, adquiera mayor complejidad y una dificultad extra.

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