Desde el inicio del film, Tizoc sufre el rechazo de otras etnias nativas del lugar, excepto del padrecito y de su padrino. Pero lo que llama mi atención, en este caso negativa, no es ese rechazo entre indios, es la exageración en la que cae Ismael Rodríguez a la hora de mostrar la personalidad de su protagonista masculino, incluso la de María, que funciona mejor, aunque se desaprovecha la presencia de una actriz de la talla y la fuerza de la Félix en un papel que considero más un cliché que un personaje que quiere dejar atrás el entorno patriarcal y tradicional en el que vive atrapada.
Según apunta una escena previa a la que sella el destino de la pareja protagónica, en la tradición nativa, la entrega de un pañuelo significa el compromiso de matrimonio. Sin embargo, cuando María se lo entrega a Tizoc, desconoce esta costumbre y el indio interpreta el presente como una señal de amor y una promesa de matrimonio. Esto da pie a un tono que bordea lo irrisorio, puesto el romance, más que en el drama o en la tragedia, se desarrolla en el filo de lo ridículo, pero sin llegar a caer en la ridiculez. Esto se debe a su exceso, a la exageración que hace que Tizoc, la película, no resulte convincente; y el personaje no resulte mínimamente atractivo, ni siquiera en su intento de ser modelo de pureza, ajena al desarrollo y a la intolerancia de la que es víctima. Como tragedia romántica, tampoco funciona. Cierto que se trata de un amor imposible, que en determinados momentos puede recordar a Romeo y Julieta, pero dista de la propuesta emocional de Shakespeare. Aquí, no son dos familias enfrentadas las que matan el amor, es la imposibilidad racial y de clases; pero hay algo más, y es que María no está enamorara de Tizoc, ni siquiera el indio está enamorado de María, sino de la imagen que se ha hecho de ella, la que idolatra y la que le lleva a secuestrarla después de enterarse que su “niña” idealizada va a casarse con otro.
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