miércoles, 31 de agosto de 2022

Desarraigo (1965)


La Cuba de Fulgencio Batista era un país que apuntaba a colonia estadounidense; donde la clase privilegiada vivía a años luz del resto del pueblo, que sufría el subdesarrollo y sus consecuentes carestía y ausencia de libertades. Ante el malestar creciente, las protestas se dejaron oír, y también la respuesta del gobierno. Poco después, estalló la revolución y los rebeldes se hicieron con el control de la isla caribeña. Lo que siguió fue un periodo de incertidumbre, de promesas e ilusiones, que acabó siendo de exclusividad castrista; no de los cubanos. Aquellas promesas revolucionarias, similares a las que se estaban realizando en otros países de Latinoamérica, Asía y Africa, se quedaron por el camino. La explotación del pueblo cubano continuó, para beneficio de otra minoría, aunque el nuevo Estado oprimiese de forma distinta al gobierno derrocado. En algunas cuestiones, la administración “revolucionaria” acertó. Instauró la educación y la sanidad pública, pero, más pronto que tarde, la burocracia se impuso e impuso su ritmo kafkiano, tal como satiriza Tomás Gutiérrez Alea en La muerte de un burócrata (1966) o como asoma en algún momento de Desarraigo (1965). Tras la victoria, el nuevo gobierno cubano todavía no tenía decidido o no sabía hacia dónde dirigir su discurso: si hacia el vecino imperialista del norte, cuyas empresas acabó nacionalizando en 1960, o hacia el lejano imperialismo soviético, con el que Cuba retomó relaciones diplomáticas en mayo de 1960. Finalmente, las circunstancias y la política decidieron; y Cuba sufrió el bloqueo estadounidense y recibió ayuda interesada rusa.



Por entonces, con el triunfo de la revolución aún reciente y animando a otros pueblos, personas de otros lugares se interesaron por la situación cubana. Castro y su gobierno les abrieron las puertas; precisaban su llegada por dos motivos: afianzar su imagen política internacional y la colaboración de expertos llegados de otros lares. De este último caso, Fausto Canel habla en Desarraigo, otra de las grandes películas cubanas de la década de 1960 —su década de mayor esplendor hasta la fecha—, que permiten un acercamiento al presente posrevolucionario. El mundo humano es complejo y un tanto extraño, por decirlo de alguna modo, e incluso puede llegar a ser inhumano (por ejemplo, bajo dominio de la burocracia) y lo que hoy puede ser una lucha justa, mañana corre el riesgo de dejar de serlo y deparar nuevas y viejas injusticias. Al final, tras toda revolución, el orden regresa y ese nuevo estado de las cosas implica un nuevo poder y el poder gusta, y suele ser para unos pocos, para mal de muchos; indistintamente de la ideología. En cualquier dictadura, dicho poder no corresponde a más ideas que a las de quién a él se aferra y en Cuba esto no fue distinto. Pero Canel ni critica ni expone esto en su film, sino las dificultades para llevar a cabo la revolución en la que depositan la esperanza de llevar al país del subdesarrollo al desarrollo.



Con la creación del ICAIC se puede decir que se produjo el nacimiento del cine cubano, aunque anteriormente se hubiesen realizado films en Cuba. Sus primeros pasos fueron documentales y una vez afianzado el ritmo de producción asomaron las ficciones, aunque no se permitieron demasiados testimonios cinematográficos ajenos a la ortodoxia marcada por el nuevo poder establecido, aunque sí algunos films críticos que podrían dar prestigio al cine cubano a nivel internacional. Esto ha pasado y pasa en cualquier lugar donde la libertad de expresión no tenga vía libre, pero cineastas como Canel son los ojos de su época, los que, más allá de la propaganda, realizan films que exponen parte del sentir del momento: sea la ilusión de los primeros tiempos o de la desilusión que fue creciendo cuando algunos comprendieron que su revolución, aquella en la que habían creído, no marchaba por el camino prometido o era un espejismo que empezaba a desaparecer entre la realidad castrista. Supongo que algunos cineastas tuvieron sus más y sus menos con la censura, sobre todo cuando pretendían dar un testimonio cinematográfico diferente al oficial. En Desarraigo existe un posicionamiento que no considero propagandístico, puesto que a Fausto Canel le interesa la evolución de la revolución y las personas que se ven involucradas en su desarrollo, como Mario (Sergio Corrieri) y Marta (Yolanda Farr), que se aman en la imposibilidad, en la ausencia de raíces e ideales del primero y en la entrega revolucionaria de la segunda. Mientras el romance se gesta y se vive, el cineasta cubano nos lleva por el espacio humano, nos muestra la necesidad de industrialización y de progreso nacional o las ideas que llevaron a la revolución; ideas que en la práctica difieren de lo imaginado.



—No tengo raíces. Dicen que el desarraigado es el aristócrata de nuestro tiempo.


—¿Tú lo crees?


—No, que va. Los aristócratas son los únicos desarraigados de nuestro tiempo. Sin contarme a mí, claro está.


—¿Y es tan importante eso de tener raíces?


—Tú no lo sabes porque las tienes.


—Dime una cosa. ¿A ti te interesaba realmente venir a Cuba o fue simple curiosidad?


—En el fondo, todos vienen por curiosidad. El trópico, la revolución…


—¿Tú también?


—Y sí. Uno quiere saber realmente qué pasa con esta revolución.


—Ponerla a prueba.


—Ponerme a prueba.


Esta conversación entre Mario y Marta, mientras ella prepara un mojito, resume parte de lo expuesto por Fausto Canel en Desarraigo. Por una parte habla de las raíces y de su ausencia. Las de Marta son su tierra cubana y la revolución; las de Mario no existen hasta que la conoce a ella, pero no son raíces propiamente dichas. Las suyas son el amor que siente hacia la arquitecta. Por otro lado, hablan de la revolución, cuya presencia es constante en la película: en el temor a los contrarrevolucionarios, a los sabotajes, a la escasez de material y a la falta de formación, en las frases que la aluden —por ejemplo: <<en nuestra revolución hay que contar más con lo que falta, que con lo que se tiene>>— y en el intento de que su espíritu no muera.



Cuarenta y dos años después de realizar Desarraigo, Fausto Canel consideraba malo el guion, pero buena su realización, <<que mantiene una frescura inesperada después de tantos años>>.1 Influenciada por el cine de Antonioni —la trilogía de la incomunicación, sobre todo—, pero no para ser un cine tipo Antonioni, sino “anti”, como parece corroborar la inexistencia de una atmósfera que aísle a los personajes de su entorno y de sí mismos, la burla hacia los personajes del cineasta italiano durante el diálogo que la pareja protagonista mantiene en un club nocturno o la comunicación que establecen, desvelando mutuamente su interioridad, sincerándose, amándose en un tiempo revolucionario que, como todos, se descubre imperfecto. Aunque difiere de los films de Antonioni, en su película Canel también exige al público. No lo quiere acomodado en la butaca, lo quiere realizando un ejercicio intelectual, reflexivo y crítico con el proceso revolucionario que inevitablemente afecta a unos y a otros, no porque el cineasta esté a favor o en contra, sino para resaltar las deficiencias en el desarrollo pretendido.



1.Fausto Canel; recogido por Juan Antonio García Borrero en Cine cubano de los sesenta: mito y realidad. Ocho y medio, libros de cine/Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, Madrid, 2007.

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