El mismo año que empezaba a rodar La princesa Mononoke (Mononoke hime, 1997), su socio en Studio Ghibli Isao Takahara estrenaba Pompoko (Hensei Tanuki Gassen Ponpoko, 1994), una divertida y fantasiosa aventura animada que se posiciona en defensa de la naturaleza. Sus imágenes no disimulan dicha postura, pero la exponen de un modo distinto al escogido por Miyazaki para desarrollar este belicoso film de fantasía y aventuras, en el que apenas hay espacio para el humor que sí se observa en Takahara y sus simpáticos mapaches protagonistas. Miyazaki opta por mayores dosis de violencia y por una fantasía diferente, menos festiva, más adulta, quizá más detallista, pero igual de ecologista y de gran belleza visual en la que enfrenta progreso (industrialización) y naturaleza (el bosque y las montañas que sufren la ambición desmedida de los humanos).
En las películas de Hayao Miyazaki siempre hay algún viaje, cuando no lo es la película en sí. Esta es una de las constantes de su cine; otras podrían ser: el aprendizaje, la fuerza espiritual y también física de sus protagonistas, su gusto por los aparatos voladores, el vuelo como símbolo de libertad, un posicionamiento ecologista —aboga por el equilibrio naturaleza-progreso— y la igualdad de sexos en sus protagonistas masculinos y femeninos, los cuales se necesitan mutuamente para avanzar. En definitiva, Miyazaki es uno de los cineastas que reconocemos y que se reconocen al instante en las imágenes de sus films. Sin ir más lejos, revisando su filmografía, redescubro en sus héroes y heroínas un código no escrito: amistad, respeto, amor y una idea de honor que bebe tanto del ideal samurái como de la inocencia infantil. En sus protagonistas, estas cuestiones se encuentran por encima de cualquier beneficio material perseguido por el progreso; en La princesa Mononoke representado por la ciudad del hierro y la mujer que la gobierna. Se trata de una figura ambigua, atractiva como tal, puesto que es al tiempo heroína y villana. Es lo primero, porque ha dado un hogar a los leprosos y liberado a las prostitutas de sus servidumbre humana; y es lo segundo, porque no tiene piedad de la naturaleza, ni de los animales ni espíritus que pueblan el bosque y las montañas vecinas.
A partir de Porco Rosso (Kurenai no Buta, 1992), el cine de Miyazaki se dirige al público adulto más que al infantil —para el que iban dirigidas Mi vecino Totoro (Tonari no totoro, 1988) y Nicky la aprendiz de bruja (Majo no takkyûbin, 1989). Su cine se oscurece, aunque en el caso de Porco Rosso no pierde un humor de resonancias fordianas, mientras que en La princesa Mononoke apenas queda un rastro de comicidad —los hechos que desarrolla el film no dan pie a ello—; siendo quizá su film más negro. Habría que remontarse en el tiempo para encontrar un film en su filmografía que presentase un tema similar, aunque desarrollado de un modo más luminoso e infantil. Me refiero a Nausicaä del Valle del Viento (Kane no Tani no Naushika, 1984), con la que Mononoke guarda una estrecha relación en su postura ecológica: su defensa de la naturaleza frente a la agresión del “progreso” humano que amenaza destruirla. En ambos casos, una heroína será fundamental para detener dicha agresión y también en los dos films contará con ayuda: la de alguien merecedor de su amistad y de su amor.
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