En septiembre de 1942 Francia se encontraba dividida por una frontera imaginaria que partía a la nación en dos; al norte la parte ocupada por los alemanes y al sur la Francia libre, bajo el control del régimen colaboracionista de Vichy. Sin embargo, las personas que vivían en París intentaban olvidar sus penalidades continuando con sus vidas. La historia de El último metro (Le dernier métro) se centra en ese periodo de ocupación opresiva desde la perspectiva de una compañía teatral que pretende estrenar “La desaparecida”, una obra que tendría que haber sido dirigida por el reputado director de origen judío Lucas Steiner (Heinz Bennet), un hombre que ha desaparecido, consciente del peligro que correría de permanecer en la Francia ocupada. La famosa actriz Marion Steiner (Catherine Deneuve), a pesar de todos los problemas que acarrea la puesta en escena, ha decidido llevarla a cabo basándose en las notas de su esposo, y contando con la colaboración de Jean-Loup (Jean Poiret), el director que sigue al pie de la letra las anotaciones de Steiner, o de Arlette (Andréa Ferréol), la encargada de los decorados y del vestuario, a quien parecen molestar las galanterías de Bernard Granger (Gérard Depardieu), el actor que acaban de contratar y que, al parecer, se interesa por cualquier mujer que se le ponga a tiro. No obstante, este intérprete de talento oculta ciertas inquietudes relacionadas con la libertad de su país y con la distante actriz que controla todos los aspectos del montaje. Estos (y otros) personajes y el ámbito teatral en el que se encuentran permiten descubrir las carencias, la existencia de un mercado negro que facilita ciertos "lujos" (que de otra manera sería imposible lograr) o la rígida censura que controla cualquier representación que se pretenda llevar a cabo; pero también muestran aspectos más personales como: las atracciones, los rechazos o las frustraciones, que se producen entre bastidores. En todo régimen dictatorial surge la figura del individuo que ha medrado gracias a su posicionamiento político, no a su talento, ese sería el caso de Daxiat (Jean-Louis Richard), un crítico al servicio de la intolerancia y de la injusticia, en cuyas palabras se muestra la irracionalidad de un sistema abusivo que atenta contra las libertades individuales y colectivas. La historia narrada por François Truffaut se descubre como un drama crítico romántico que, además de presentar la demencial persecución que sufren los judíos, muestra el triángulo amoroso que surge en torno a la figura de una mujer aparentemente fría, controladora y quizá, inconscientemente, cruel, que no puede evitar sentir como su contacto con Bernard le afecta más de lo que reconoce. Marion no sólo debe lidiar con sus deseos y con sus contradicciones sentimentales, sino también con los miembros de su compañía o con el crítico a quien desprecia, al tiempo que debe procurar que nadie descubra que su marido se encuentra oculto en el sótano de un teatro que nunca ha abandonado. Lucas Steiner espera el momento de escapar y alcanzar España, pero la caída de la Francia libre impide el viaje, cuestión que le sume en un estado de desesperación, ya que se encuentra encerrado sin poder hacer más que escuchar la radio o recibir las contadas visitas de su esposa. Sin embargo, todo cambia para él cuando descubre que, gracias a un agujero en el conducto de la calefacción, puede escuchar los ensayos, e incluso dirigirlos mediante las notas que Marion transmite a Jean-Loup, haciéndole creer que son suyas. El último metro (Le dernier métro) es un acercamiento sincero a una época dominada por la barbarie y por la irracionalidad que sometía a hombres y mujeres inocentes a unas condiciones mucho peores que las de un director que, gracias a la obra teatral y a una esposa que duda en silencio entre su deber y sus deseos, logra recuperar su autoestima. Pero la película de François Truffaut es algo más que un posicionamiento en contra de la irracionalidad, porque, a parte de eso, es una defensa de las libertades personales y sociales a las que todo ser humano tiene derecho.
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