martes, 12 de abril de 2022

El aire de París (1954)


De haber rodado El aire de París (L’air de Paris, 1954) veinte años atrás, Marcel Carné habría encontrado en Jean Gabin al actor ideal para dar vida a André, el joven boxeador interpretado por Roland Lesaffre. Gabin le hubiese dado ese tono de imposibilidad poética que acompaña, persigue y condena a sus protagonistas en Pépé le Moko (Julien Duvivier, 1937) o en dos de las grandes obras de CarnéEl muelle de las brumas (Le quai des brumes, 1938) y Amanece (Al despertar el día) (Le jour se lève, 1939). No obstante, al igual que los tiempos, el físico de Gabin había cambiado y el cine exigía nuevos (anti)héroes; también otros aires y eso es lo que pretende el cineasta sin dejar de ser fiel a sí mismo y al tipo de historias (y de cine) que había empezado a desarrollar en la década de 1930 en compañía del escritor y guionista Jacques Prévert. En El aire de Paris no trabajó con material de Prévert, pero volvía a hacerlo con Jacques Viot, otro imprescindible con quien ya había colaborado en el guion de Al despertar el día y de Juliette o la llave de los sueños (Juliette ou la clef des songes, 1951). Aunque no se acredite, la novela La Choute inspiró a Carné, quien tomó aspectos del realismo para detallar el ambiente y la poética de sus films anteriores a la guerra, dando como resultado un drama que se centra en estos dos hombres —el veterano ex boxeador a quien da vida Gabin y el joven desorientado a quien aquel ofrece cobijo y la promesa de entrenarle— y sus relaciones personales. Esto no era novedad, ya que a Carné siempre le interesó el estado emocional de los personajes, su palpitar, sus esperanzas y sus frustraciones en relaciones como las que ambos púgiles establecen entre ellos o las que respectivamente mantienen con Blanche (Arletty) y con Corinne (Marie Daëms), la modelo rodeada de lujos y de superficialidad que encuentra en André el amor y la imposibilidad.



El París donde Carné desarrolla su film no es el de postal, es el de los barrios de la periferia, aunque todavía lejos de aquellos que décadas después serán escenarios de la marginalidad más acentuada, depresiva y violenta de Ley 627 (L.627Bertrand Tavernier, 1992) o El odio (Le haine, Mathieu Kassovitz, 1995). En ese espacio corriente, Victor ama el boxeo, lo ama más que a su mujer o esa es la apariencia que se desprende de la desilusión de Arletty, quizá decepcionada por continuar en un lugar y en una situación que le gustaría dejar atrás. Ella siente la frustración de estar enamorada y de no ser correspondida, al sentir que Victor se entrega más al entrenamiento de jóvenes del barrio que a ella, más si cabe con la aparición de André, un joven desorientado en quien Victor ve a un futuro campeón. La relación que se establece entre el veterano y el aprendiz es paterno-filial, asumiendo el mayor un rol de padre comprensivo y entregado: le ofrece un hogar, consejos y sinceridad. Aunque la historia se centra en ambos personajes, Victor es la película. Premiado en el festival de Venecia por su interpretación, Gabin crea un antihéroe generoso y reconocible, que no deja de ser muy suyo, al que dota de entereza, laconismo y humanidad, como demuestra en su trato con André y vuelve a demostrar hacia el final cuando consuela a su pupilo: <<No era una mujer para ti, pero no era una mala mujer>>, refiriéndose a Corinne.




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