Uno de los rasgos de la infancia es la capacidad de soñar y fantasear aventuras creyendo en ellas o, al menos, no dudando de su posibilidad. No hace mucho, tan solo unas décadas atrás, en ausencia de tecnologías que seducen las mentes infantiles y adultas más que un libro, también era la toma de contacto con la literatura de aventuras, entre las que se contaban las marinas. Por entonces, los nombres de Joseph Conrad, Robert Louis Stevenson e incluso el más sedentario Julio Verne no eran desconocidos. Más bien, eran amigos de lectores juveniles sin límite de edad a quienes ofrecían en las páginas de sus libros viajes y aventuras por mares que avivaron el gusto marino de niños y adolescentes como aquel Pierre Schoendoerffer que a temprana edad soñaría aventurarse en el azul idílico que susurra su encanto en la orilla de una playa solitaria, entre el amanecer y el crepúsculo. Pero con frecuencia el mar deja de ser el manto de ensueño que brilla esplendor las noches estrelladas para ser el lugar de la pesadilla donde ruge y se transforma en la fiera cristalina que desata su furia y se cobra sus víctimas. El mar, fuente de vida, también es la tumba que en ocasiones devuelve a sus muertos a la tierra que les vio partir. Pero eso no lo piensa un joven de diecinueve años, futuro cineasta y escritor, que se embarca para ver mundo y vivir aventuras que de un modo u otro acabarán dando contenido a su obra cinematográfica y literaria; igual que lo hace ese gusto marino que se deja notar en diferentes momentos de sus trabajos. El primero cinematográfico fue Pescador de Islandia (Pêcheur d’islande, 1959), drama que dedica a los marineros muertos en el mar. La película adaptaba la novela homónima de Pierre Loti, quien, al igual que el cineasta, también fue escritor, militar y marino. Publicada en 1886, Pêcheur d’Islande fue llevada a la pantalla por primera vez en 1915, en un cortometraje realizado por Henri Pouche. Nueve años después, Jacques de Baroncelli, uno de los primeros cineastas que vio el cine como medio artístico, realizó el primer largometraje del relato con Charles Vanel en el papel de Yan. Baroncelli había dirigido cinco años antes otra adaptación de una novela de Loti y lo curioso es que Pierre Schoendoerffer también realizaría sus versiones de las mismas novelas: Ramuntcho (1959) y Pêcheur d’Islande (1959).
Aunque contemporáneo de los miembros de la nouvelle vague, probablemente, debido a que sus experiencias personales distaban de los jóvenes teóricos que vivían viendo cine y escribiendo sobre él, Schoendoerffer fue ajeno a la nueva ola cinematográfica que se estaba gestando en Francia hacia finales de la década de 1950. Sus gustos e intenciones cinematográficas caminaban por senderos distintos, en apariencia menos rupturistas, más íntimos y claramente relacionados con sus vivencias. Llevó sus experiencias e intereses vitales a sus películas y a sus novelas, creando una obra reconocible que bascula entre el documental y la ficción, el viaje, la guerra, la aventura. Estos son ejes de su producción tanto cinematográfica como literaria, del mismo modo que los son Indochina, donde tomó contacto con el cine al lado de Raoul Coutard, operador fundamental de la nouvelle vague, Francia y Argelia o el colonialismo, el ejército y el mar, que fue una de sus pasiones. El realizador abre su film en alta mar, mostrando un barco, el Pêcheur d’Islande, que regresa a puerto con un tripulante herido. En ese instante, Schoendoerffer introduce a su protagonista y la supuesta maldición que persigue al arrastrero que el armador (Charles Vanel) pone en manos de Yan (Jean-Claude Pascal), el joven y decidido marinero que le recuerda a él mismo —no en vano, Vanel interpretó ese papel en la versión dirigida por Baroncelli. En la historia narrada prima el lado humano, aunque existan momentos de tensión y de lucha contra el elemento marino, incluso instantes de tempestad donde todo está o parece perdido. Pero al cineasta le interesan las personas, las relaciones entre aquellos que salen a faenar y quienes se quedan en tierra aguardando el regreso de los seres queridos, algunos de los cuales sólo regresarán cuando el mar los devuelva a la orilla.
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