“Libertad, igualdad y fraternidad” es un eslogan pegadizo, uno de los más famosos de la historia, e incluso resulta convincente para quienes prefieren la fantasía a la realidad en la que se vive a diario, pero, como hecho social, nunca ha sido ni será una posibilidad real, al menos, no a corto plazo. Dicho eslogan no puede abandonar el terreno de la utopía, quizá por la propia naturaleza humana (si hay una o varias que nos definan y limiten) o porque el individuo y su conjunto (la sociedad) no lo deseen. Los distintos criterios, modos e ideas intentan alterar o imponerse a cualquier otro con los que contacta; a veces incluso creyendo hacer el bien o en el nombre del bien, que suelen ser los peores casos o los más extremos en su injusticia. En la hermandad hay desigualdad y en la igualdad existe la certeza orwelliana de que algunos son más iguales que otros. Esta desigualdad, la falta de libertad y el imperialismo francés fueron tres causas que llevaron a la creación de un movimiento de independencia indochino que basó su ideología en, pongamos, el marxismo y la trinidad que encendió la llama de la Revolución Francesa, la cual no deparó, ni antes ni después, el cambio exigido y prometido en su eslogan. Si hay algo innegable en el devenir histórico es que tanto el individuo como cualquier nación fuerte se han impuesto a otros y a otras más débiles, sea económica, estratégica, ideológica o militarmente.
¿Por qué triunfó el comunismo en Indochina? Sin entrar en detalles, por las mismas razones que en otros países donde la población vivía situaciones de extrema pobreza e injusticia social. En ese ambiente, las voces que prometían “libertad, igualdad y fraternidad” eran las únicas que mantenían un atisbo de esperanza. No obstante, tampoco entonces se cumplió el ansiado y triple ideal. Cuando la narradora (Catherine Deneuve) inicia la evocación que engloba la mayor parte de Indochina (Indochine, 1991) habla de Camille (Linh Dan Pham), su hija adoptiva, y se comprende que inicialmente la muchacha desconoce la realidad de su país, al menos la de la mayor parte de la población indochina no europea. Vive rodeada de lujo, pertenece a la elite nativa y, además, es la hija y heredera de Eliane, cuyo dominio queda establecido en dos escenas: aquella en la que castiga a uno de sus siervos y aquella otra en la que despide a su capataz, por incumplir su orden durante una situación crítica en la fábrica. El personaje de Catherine Deneuve es la memoria que recuerda la historia familiar a alguien que Régis Wagnier no muestra hasta transcurridos dos tercios de metraje, para así darle un sentido emocional extra al recorrido por los recuerdos de una mujer que evoca a su hija y la relación que esta mantuvo con Jean-Baptiste (Vincent Perez) —que antes de enamorarse de Camille había sido amante de Eliane—, lo que permite avanzar por el telón de fondo histórico y exponer a grandes rasgos la situación que afecta a Indochina, por aquel entonces bajo el dominio del imperialismo francés, de burócratas como el comisario (Jean Yanne), enamorado de Eliane, y de terratenientes como ella misma, que nació en el país asiático; de ahí que se considera asiática y también francesa, pues, a diferencia de su hija, su origen familiar y cultural es francés.
En la colonia y en ese instante en el que surge el embrión revolucionario existen necesidades que no se cubren y diferencias raciales; hablando claro, el pueblo pasa hambre y sufre opresión y esclavitud. Por eso Tanh (Eric Nguyen), el joven aristócrata con quien Camille debía casarse por tradición, se une al partido comunista, por la necesidad popular de liberarse del imperialismo que acabará siendo derrotado por el Viet Mith en la batalla de Diên Biên Phú (13 de marzo-7 de mayo de 1954). De haberse dado en una sociedad medianamente justa e igualitaria, el comunismo vietnamita (o el de cualquier otro lugar) no habría encontrado el apoyo de una población condenada a padecer. Fueron esas masas las que hicieron posible la revolución, pues de tener las necesidades cubiertas, ¿qué necesidad habría de luchar por ellas? Esto es algo que occidente aprendió el siglo pasado y, desde entonces, intenta mantener el equilibrio cubriendo las necesidades básicas de sus habitantes, a quienes ofrece la promesa de bienestar y extras que no son necesidades, pero que se convierten en comodidad que, a su vez, genera la necesidad de sentirse cómodo.
Pero Indochina no pretende un ejercicio de reflexión sobre la época evocada ni del presente en el que se filma, sino que pretende ofrecer un espectáculo colonial romántico en el que no hay margen para que el espectador profundice en lo expuesto por Wargnier, solo para que contemple y admire la narración que se sucede en la pantalla hasta la imagen final. Tanto Indochina como Pasaje a la India (A Passage to India, David Lean, 1984) y Memorias de África (Out of Africa, Sydney Pollack, 1985), o la biopic Gandhi (Richard Attenborough, 1982), muestran el colonialismo europeo. Lo hacen desde perspectivas distintas, siendo la de Lean la que menos fuerza su discurso y, por ello, también resulta la más poética y la más misteriosa de las cuatro historias; además de ser la única que deja espacio para la acción mental del espectador. En Indochina hay un telón de fondo histórico, el conflicto colonial, pero en primer plano se sitúa la relación de los tres personajes principales, una relación que se nota provocada por los autores del film. Esto tampoco es una novedad ni un aspecto negativo, si tenemos en cuenta que un elevado porcentaje de las producciones cinematográficas se calculan al detalle, para guiar al público y producir el efecto deseado. Pero la intimidad propuesta no funciona en equilibrio con el espacio que la envuelve y donde el triángulo amoroso actúa. Cierto que Camille se echa a recorrer su país, aunque su recorrido responde más a la necesidad de Wargnier para mostrar el porqué del cambio en su heroína, e introducir su casual encuentro con su amado, que a la intención de desarrollar la situación de pobreza e injusticia que la joven descubre (y de la que también es víctima) durante su búsqueda y posterior huida con Jean-Baptiste, una situación que la impulsa a matar a un teniente francés y que acaba por alejarla de sus seres queridos, pero, entre todo el supuesto dolor y horror, cuanto se muestra o cómo se muestra resulta elegante en exceso.
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