El odio (1995)
<<El hombre está dotado de inteligencia y de fuerza creadora para multiplicar lo que le ha sido dado, pero hasta ahora, en vez de crear, ha destruido>> afirma Astrov en El tío Vania —cuando habla de la devastación de los bosques y de la naturaleza—. Pero su afirmación también sería aplicable a la destrucción del propio individuo y de las sociedades que forma en conjunto, porque una de las constantes del ser humano individual y colectivo sería la de repetir los mismos errores una y otra vez, lo cual, si asumimos como ciertas la <<inteligencia>> y la <<fuerza creadora>> a las que alude el personaje de Chéjov en su famosa obra teatral, resulta contradictorio que, poseyendo la capacidad de mejorar, a lo largo de la Historia, los humanos, entre los cuales me incluyo, hayamos sido los principales responsables de nuestras desgracias. Esta autodestrucción se perpetúa en El odio (La haine, Mathieu Kassovitz, 1995), por ello, se trata de una película vigente en sus temas, no porque en su parte final se escuche que es la historia de una sociedad que se hunde, y mientras cae se repite que todo va bien; lo es porque su historia se transmite de generación en generación sin que el conjunto y los miembros que lo forman recapaciten sobre sí mismos, sobre sus actos y sobre su responsabilidad e implicación en esos errores que, cambiando de nombre o de apariencia, se perpetúan en el tiempo. El miedo a perder lo poco que se posee, sin pensar en lo que se podría conseguir; el temor a lo desconocido, cuando únicamente encarando lo desconocido se puede evolucionar; el buscar culpables y no soluciones; sistemas educativos a la baja, que apenas estimulan la formación de mentes complejas, críticas, inquietas, creativas, exigentes, generosas; temer el fracaso dentro del sistema numérico que no atiende las necesidades individuales, a pesar de hablar de diversidad y de que todos tienen cabida (quizá se omita un “si no se sale de la norma”); la ignorancia disfrazada de conocimiento y que solo es fuente de prejuicios que deparan abusos, violencia, represión, racismo o intolerancia; la ausencia de crítica y autocrítica; las acentuadas diferencias socioeconómicas y sus compañeras el desempleo, la migración y la marginalidad, la hipocresía social o la ausencia de oportunidades y de diálogo… forman parte de nuestro pasado y de nuestro presente y, como consecuencia, también del hoy de Vinz (Vincent Cassel), Hubert (Hubert Koundé) y Saïd (Saïd Taghmaoui), los tres adolescentes sin futuro que protagonizan El odio.
Las imágenes iniciales muestran los disturbios callejeros entre un grupo de jóvenes y los antidisturbios de la policía, un enfrentamiento que tendría su origen mucho antes de producirse la agresión policial que acapara las noticias televisivas y que ha reunido a manifestantes sedientos de sangre, porque ese choque formaría parte del legado que unos y otros han recibido y han hecho suyo sin pensar en que su actitud no conduce a parte alguna más allá del odio, del rechazo y de los eternos fallos que provocan la caída que Hubert entrevé en dos momentos puntuales del día durante el cual Mathieu Kassovitz desarrolló su historia de seres marginados por un sistema que, en su afán de perpetuarse sin corregir sus carencias, genera diferencias extremas y rencores, así como provoca la desorientación diaria de una sociedad que, consciente de que no todo va bien, mira hacia otro lado sin plantearse qué hacer para evitar estrellarse contra el suelo. El barrio de los tres adolescentes ya los condena a ser como son, las drogas, la violencia o los hogares rotos han sido su ámbito educativo. Por ello no extraña que quien, como Hubert, comprenda su realidad desee escapar de un entorno que imposibilita un futuro al cual aferrarse y con el que soñar. Menos conscientes se muestran sus dos amigos, siendo Vinz quien aparenta mayor desorientación. Fanfarronea con restablecer el orden y el equilibrio por la fuerza de las armas, como descubren sus compañeros cuando les enseña el revólver perdido por un agente durante la refriega de la noche anterior y les dice que, si su amigo agredido muere, matará a un policía. Esta circunstancia está presente a lo largo del metraje, como también lo está la violencia asumida por el trío protagonista y por sus conocidos, pero también por la policía en la escena en la que detienen a Saïd y a Hubert y en la parte final de una película cuya intención sería la de hacer hincapié en ese descenso sin red al que se ve avocada la sociedad de ayer, de hoy y puede que de mañana, aunque por ahora todo va bien y aún hay tiempo para echar a volar y evitar la colisión, porque todavía seguimos cayendo.
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