sábado, 31 de octubre de 2020

1917 (2019)


Ni de lejos me planteo si es o no pretencioso, simplista, efectista o de una capacidad de síntesis extraordinaria titular a una película 1917 (2019), que fueron 365 días, y reducir el año a poco más de una jornada (6 y 7 de abril), a un soldado y a unos pocos kilómetros del frente occidental, aunque al protagonista le parezcan cientos o miles. Tampoco tengo intención de preguntarme por qué no titularla “1600 hombres”, “Salvar al Segundo Batallón Devons”, o uno más largo, del estilo “Ey, tío, ¿te has enterado? Es 1917. George V visita Flandes, Pétain sustituye a Nivelle al frente de las tropas francesas, el 6 de abril los estadounidenses declaran la guerra a Alemania y vendrán a Francia, Ludendorff saluda esperanzado el paso del tren que transporta a Lenin y su Terror Rojo, las bajas ya se cuentan por millones, los soldados y los civiles a duras penas logran sobrevivir a un conflicto que no es suyo y el mariscal Haig prepara barbacoa en tierras belgas”, o “La Gran Guerra“ —sin parecido razonable a la magistral película de Monicelli— o cualquier otro título que hiciese referencia a la época. Desconozco los motivos que, más allá del impacto y de la facilidad de retener esos cuatro dígitos en la memoria, han llevado a titular de tal modo a una película que se ubica en un momento puntual de la Primera Guerra Mundial, el día 6 de abril, señalado junto al 1917 del título, que se abre ante nosotros para mostrarnos a los dos cabos británicos elegidos para impedir que el Segundo de Devons lance la ofensiva que conduciría a sus mil seiscientos hombres a la trampa mortal preparada por el ejército alemán. Claro está, aunque no se diga en voz alta, en la película hay héroes, concretamente estos dos soldados encargados de hacer llegar al coronel Mackenzie (Benedict Cumberbatch) la orden del general Erinmore (Colín Firth), en la que este manda abortar el ataque.


En su acabado técnico y formal, 1917 roza la perfección, pero de tal manera que su forma semeja tan calculada que le resta veracidad, pasión, sentimiento. Cierto que en sus dos horas de superar obstáculos, hasta alcanzar la meta, poco hay de reprochable en su apariencia —su despliegue de medios, la espectacularidad de algunos momentos, la fotografía de Roger Deakins o los movimientos de la cámara, calculados al milímetro, que siguen, rodean o envuelven a los personajes—. Es una decisión que supongo asumida de manera consciente y que Sam Mendes lleva hasta sus últimas consecuencias lógicas, pues resulta evidente que prima las formas y la minuciosa planificación de cada uno de los plano-secuencia que forman el todo que vemos en la pantalla. Pero ahí reside el mayor lastre; su excesivo cálculo y su artificiosidad se dejan notar todo el tiempo, sobre todo para quienes hayan visto otros films ambientados en la Primera Guerra Mundial, desde Corazones del mundo (David Wark Griffith, 1918) y Yo acuso (Abel Gance, 1919) hasta la fecha, pasando por los bélicos silentes de Vidor, WalshWellmanFord o Dovzhenko—respectivamente, El gran desfile (1925), El precio de la gloria (1926), Alas (1927), Cuatro hijos (1928) y Arsenal (1929)— los primeros largos sonoros de Milestone, Sin novedad en el frente (1930), o Pabst, Cuatro de infantería (1930), u otros realizados con posterioridad, pongamos Adiós a las armasLas cruces de madera, La gran ilusiónSenderos de Gloria, Rey y patria, Las Águilas Azules, Johnny cogió su fusilGallipoli, Capitán Conan, Regeneración,... La impagable lista de imprescindibles bélicos y antibélicos satura mi memoria y provoca que vea en 1917 algo que no me creo, ni me genera reacciones ni emociones. Mi mirada ha perdido su inocencia, al menos respecto al cine, de modo que sus varios planos secuencia, que pasan por uno, aunque me quedo con dos, pues en medio hay un fundido en negro, a estas alturas cinematográficas ni me sorprenden ni condicionan mi elección, tampoco me resulta algo novedoso. Por momentos, su apariencia de aventura bélica, en la que el cabo Schofield (George Mackay) sortea obstáculos para alcanzar la siguiente fase, podría pasar por un film influido por Steven Spielberg, en su tono infantil, heroico y simple, con su héroe y su cometido de ensalzar el sacrificio y la (inexistente) épica de la guerra. Se ha hablado mucho de esta película de Sam Mendes, incluso que reflejaba el conflicto bélico y humano que el cineasta británico reduce a esa jornada (y parte de la siguiente) y a un solo hombre, lo cual tampoco importaría demasiado si llegase a transmitir algún tipo de sensación que no semejase artificial, premeditada o estudiada de antemano —por ejemplo, así me lo parece la sucesión: granja abandonada, leche fresca, cantimplora, pueblo destruido por las bombas, mujer que carece de leche materna para alimentar al bebé que encontró, pero que, gracias a su encuentro con el protagonista, logra el alimento que precisa—. Supongo que la vida está llena de coincidencias del estilo y también supongo que decir que 1917 es una gran película bélica tendrá varias explicaciones, y todas ellas tan razonables como las que me llevan a pensar que estoy ante un film regular que puntualiza un hecho y una jornada, pero no uno de los años más complejos, brutales y determinantes de la Historia.

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