<<Tengo una cita con la Muerte
en una trinchera disputada
cuando regrese la primavera, con su sombra susurrante
y los manzanos en flor perfumen el aire;
tengo una cita con la Muerte
cuando la primavera nos devuelva sus días alegres y azules>>
Alan Seeger
El inicio del film, ubica la acción en una batalla, posiblemente la del Somme, cuya jornada más sangrienta para los británicos se saldó con cerca de veinte mil muertos y más de treinta y cinco mil heridos en combate. La introducción muestra al segundo teniente Siegfried Sassoon (James Wilby) luchando y viendo como sus hombres caen inútilmente. Es un momento de suma importancia en el devenir de los hechos posteriores, pues, poco minutos después, de regreso a Inglaterra, lo descubrimos ante un comité militar leyendo su "declaración de un soldado". La realidad vivida en las trincheras obliga a Sassoon a realizar su comunicado, que no sienta bien entre los oyentes porque, en palabras del autor, se trata de <<un acto de desafío consciente a la autoridad militar, porque, a mí juicio, aquellos con el poder necesario para poner fin a la guerra están alargándola intencionadamente>>. El desafío del poeta y militar no es una argucia para no regresar al frente, ni mucho menos cobardía, se trata de un posicionamiento contra lo que considera <<una guerra de agresión y conquista>>. Pero Sassoon no es el protagonista de esta historia, lo es la recuperación psíquica de los soldados llevada a cabo por el capitán Rivers (Jonathan Pryce), un prestigioso neurólogo que no ha ido al frente, aunque trabaja con las impresiones y sus consecuencias inmediatas, las cuales observa en sus pacientes y le replantean aspectos que daba por válidos.
La historia narrada tanto por la escritora en su novela como por MacKinnon en la película nos traslada a 1917, a un hospital escocés, en un momento puntual en el que la guerra ya no es la promesa de una victoria rápida y de una liberación de los países aliados. En ese instante se ha cobrado miles y miles de víctimas, ha dejado heridos físicos y secuelas psicológicas, las mismas con las que Rivers convive a diario y a las que intenta poner fin. Su misión es regenerar las mentes dañadas, como las de Pryor, para devolverlas a los campos de batalla o lidiar con ese oficial y poeta cuyo equilibrio no se le escapa, y por eso mismo le genera dudas respecto a su propio pensamiento. Con el contacto que el doctor, imagen paterna para sus pacientes, mantiene tanto con Pryor como con Sassoon comprendemos la magnitud del dolor y del sufrimiento al que han sido y son sometidos los soldados por quienes el segundo se enfrenta sin éxito al sistema, político y militar, un sistema que prefiere apartarlo, como también prefiere apartarse de las cuestiones planteadas "la declaración de un soldado".
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