La definición que hace de sí mismo el teniente Conan (
Philippe Torreton): “
soy un guerrero, no un soldado, como también son diferentes un perro lobo y un lobo” se hace patente en los primeros compases del film de
Bertrand Tavernier. Conan y sus hombres luchan cuerpo a cuerpo, internándose tras las líneas enemigas, sacrificándose y muriendo en el frente búlgaro durante la Primera Guerra Mundial, donde no tardarán en recibir la noticia de que la guerra ha finalizado. También allí se observan los paréntesis entre los combates, en los que se descubren las preferencias de Conan, quien escoge la compañía de sus soldados y camaradas, porque con ellos comparte infortunios, violencia, muerte, comida o juergas, y no la de los oficiales que parecen vivir en una realidad paralela a la suya, sin embargo, se muestra protector con el inexperto teniente Norbert (
Samuel Le Bihan), hombre culto e instruido que siente reverencia por ese guerrero en quien ha descubierto un pensamiento ajeno al del resto de oficiales. Conan aprovecha las oportunidades que se le presentan en los instantes de calma para divertirse, conquistar mujeres o simplemente desobedecer las órdenes de unos superiores que se encuentran protegidos más allá de las trincheras, desconocedores de las necesidades que se producen en el frente. Conan es consciente de cuanto significa la lucha, reconoce el sufrimiento y el miedo, por eso no duda en posicionarse siempre del lado de los soldados, a quienes parece querer proteger en todo momento, además, ¿qué otro oficial lo iba a hacer si no?
Capitán Conan (Capitaine Conan) se decanta, sobretodo, por mostrar el momento posterior al conflicto, cuando los soldados dan rienda suelta a su alegría, provocando incidentes que generan actos violentos, al tiempo que los gerifaltes inician su particular caza de brujas, con la que pretenden dar ejemplo y mostrar la grandeza de su oficialidad y del ejército al que representan, pero la realidad es otra más cruda y simple, es esa que presenta a un ejército que ha sufrido privaciones, sacrificios y miserias.
Alejándose de la parte bélica inicial, el film de Bertrand Tavernier se adentra en un terreno menos sangriento, pero igualmente injusto, los sumarios contra los soldados; circunstancia que afecta a la amistad entre Norbert y Conan, cuando el primero asume, a su pesar, la tarea de llevar ante el consejo de guerra a esos soldados sin nombre que deben pagar, algunos ni si quiera saben qué. La labor de acusador que ha asumido Norbert enoja a Conan, quien no duda en reprocharle que se haya vendido a los oficiales que habían criticado por haberse mantenido alejados del combate, esos mismos que ahora pretenden castigar a quienes han ganado la guerra por y para ellos. Pero los motivos de Norbert son loables, ya que ha aceptado el cargo para evitar que el propio Conan sea acusado y para ofrecer a los soldados una justicia que otro en su lugar no ofrecería. De entre todos los casos que se le encargan destaca el de un joven soldado acusado de deserción y de facilitar información al enemigo, un caso que no resulta habitual, al pertenecer éste a una familia de la aristocracia emparentada con el general Pitard (Claude Rich), en quien se observa una ausencia total de todo cuanto le rodea, confirmando las palabras del recien ascendido Conan. El nuevo capitán acepta la petición de ayuda de Norbert para demostrarle la falsedad de las acusaciones que se presentarán delante del consejo de guerra, unas acusaciones injustas, apoyadas por las declaraciones del teniente De Scève (Bernard Le Coq), oficial lleno de prejuicios y de desprecio hacia un hombre de su condición social que ha actuado como un cobarde. Cine antibelicista, Capitán Conan muestra la dureza del frente y la realidad que sólo conocen aquellos que luchan y mueren, porque así se lo exigen unos oficiales que posteriormente les utilizarán como chivos espiatorios para castigar hechos que la propia contienda genera, pero que quienes mueven los hilos ignoran porque su guerra ha sido otra, una más limpia, con menos privaciones y menos peligrosa.
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