Me gusta creer que el belicismo y la fuerza bruta no forman parte de la naturaleza humana, pero los hechos y la historia parecen apuntar que sí forman parte de la humanidad. Lo apuntan las guerras armadas que se desatan de manera visible e incluso global cada cierto tiempo, pero también aquellas menos mediáticas y más frecuentes que igualmente conllevan víctimas. Entonces, ¿se encuentran en nuestra naturaleza o nacen de factores externos? Salvo excepciones, en el individuo se equilibra racionalidad e irracionalidad y, en su cotidianidad, dicho equilibrio rechaza el conflicto bélico, pero en ocasiones este se pierde y se producen enfrentamientos particulares o batallas campales o verbales en patios de colegios, en calles de cualquier ciudad, en hogares, en salones democráticos o en estadios deportivos. Así que, sea por ignorancia, intereses, intolerancias o frustraciones varias, el conflicto violento puede estallar a la vuelta de la esquina, incluso puede que en uno mismo, pero este es más controlable y efímero que aquel que se generaliza y legitima para obligar a una mayoría a formar parte de una lucha armada en la que ninguno de los participantes anónimos saldrá vencedor. Aquí entraríamos en una complejidad que escapa a mi comprensión y que el cine suele justificar o rechazar desde dos posturas antagónicas que, claro está, se contradicen en su mensaje. Una nace de la necesidad propagandística, de una ideología o de un momento histórico concreto, que justifique, atraiga o ensalce una postura excluyente o una contienda bélica como parte de la heroicidad e identidad nacional de determinado grupo, pueblo o nación durante la guerra en el que se ubica la acción. La segunda asume como credo el antibelicismo, este es su razón de ser, y suele producirse en periodos de paz, de posguerra y de hipotéticas amenazas de futuras contiendas. Dicha postura señala la inutilidad, los intereses de una minoría y un alto coste en vidas humanas y es la asumida por Raymond Bernard para dar sentido al mensaje que impera en Las cruces de madera (Les croix des bois, 1932), un mensaje que ya se hace visible en los planos de apertura, cuando, mediante sustitución, se realiza la analogía visual entre los soldados y las cruces de madera que poblarán cementerios como aquel donde se desarrolla una de las secuencias fantasmales y nocturnas del film. Establecida la sinonimia soldados=cruces=muertos se expone con brevedad el talante festivo y popular del primer momento, un instante que desaparece para dar paso al grupo de veteranos al que se une Gilbert. Los primeros rasgos visibles de este joven soldado son su inocencia, el desconocimiento de la realidad a la que se enfrenta, la pulcritud de su uniforme, en oposición a la suciedad de sus compañeros, y su constante de presentarse voluntario, algo que ninguno más tiene intención de hacer. Esto sucede porque ignora qué es la guerra y cuál es el precio para quienes, como él, combaten o aguardan la orden de hacerlo, pero la propia contienda enseña a quienes no perecen durante su primera escaramuza que lo único importante es sobrevivir, o al menos no perder la esperanza de seguir respirando. La guerra plasmada por Bernard en Las cruces de madera se observa desde dos planos que en apariencia se oponen: el realismo del fragor de la batalla y la irrealidad espectral de los tiempos muertos, cuando los obuses y las balas se calman, aunque no la lucha interior de cada individuo al leer cartas de seres queridos, al sentir como se agudiza la nostalgia del hogar, al silenciar dudas, temores, angustias o el dolor que produce la baja de un compañero mientras esperan regresar a la acción o a que detone la mina que los alemanes cavan al otro lado de una roca que no impide el paso del sonido de la muerte que camina hacia ellos. Es el miedo, el miedo a perder lo único que comprenden que poseen, la vida, y convertirse en cruces de madera que adornen los espacios espectrales que dominan parte del metraje de esta sobresaliente película que no suele ser nombrada al numerar los mejores títulos ambientados en la Primera Guerra Mundial, y sin embargo sí es uno de los grandes films que abordan el conflicto; lo es por su capacidad de equilibrar sonidos ambientales, silencios e imágenes que, desde su explícito antibelicismo, nos muestra la naturaleza humana de individuos corrientes que no buscan la guerra, ni la contemplan como suya, solo buscan sobrevivir a ella.
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