martes, 7 de julio de 2015

Carne (1932)


Una filmografía tan extensa como la de John Ford provoca que muchas de sus películas sean desconocidas para gran parte del público, más aún si estas pertenecen al periodo silente —algunas de esta época no se conservan— o al sonoro anterior a La diligencia (The Stagecoach, 1939), a partir de la cual la obra de Ford empezó a aumentar en popularidad (y calidad) con westerns tan importantes como los que componen la trilogía que dedicó al séptimo de caballería —Fort Apache (1948), La legión invencible (She Wore a Yellow Ribbon, 1949) y Río Grande (1950)— o los dramas intimistas Las uvas de la ira (The Grapes of Wrath, 1940) o ¡Qué verde era mi valle! (How Green Was My Valley, 1941). Sin embargo, Ford debutó en la dirección en la segunda mitad de la década de 1910, y durante la siguiente rodó films mudos tan destacados como El caballo de hierro (The Iron Horse, 1925), Tres hombres malos (Three Bad Men, 1926) o Cuatro hijos (Four Sons, 1928), del mismo modo que también realizó en los años treinta excelentes largometrajes sonoros como La patrulla perdida (The Lost Patrol, 1934) o Prisionero del odio (Prisioner of Shark Island, 1936). Pero entre tanta joya cinematográfica, Carne (Flesh, 1932) ha tenido menos difusión y repercusión que estas o que El delator (The Informer, 1935), aunque el desconocimiento que existe sobre esta película no deja de ser una circunstancia que no afecta a su innegable calidad. El cineasta filmó Carne a partir de una historia ideada por Edmund Goulding —director de Grand Hotel (1932), El filo de la navaja (The Razor’s Edge, 1946) o El caso 880 (Mister 880, 1950)— y de un guión en el que, sin acreditar, colaboró William Faulkner, uno de los grandes de la literatura estadounidense, autor de El ruido y la furia, SantuarioMientras agonizo.


Este drama sombrío se ambienta en el mundo de la lucha libre, pero su interés se centra en triángulo amoroso formado por Polakai (
Wallace Beery), un luchador con un corazón tan grande como su envergadura, Laura (Karen Morley), la mujer que el bonachón recoge de la calle, y Nicky (Ricardo Cortez), el vividor que se aprovecha de los sentimientos que despierta en la joven para así controlar la carrera deportiva del gigante, cuando este decide abandonar Alemania e instalarse en Estados Unidos. Como consecuencia del salto continental, la acción del film se divide en dos partes diferenciadas por las ubicaciones geográficas, donde se desarrolla una historia pesimista en la que la inocencia del forzudo se enfrenta a la ambición desmedida que define tanto a Nicky como a Willard (John Miljan), el hampón que amaña combates para enriquecerse con las apuestas. En la primera parte, ubicada en suelo alemán, el tono humorístico nunca desaparece de escena gracias a la presencia de los personajes secundarios (algo característico dentro del cine fordiano), aunque no impide que asome el tono sombrío que surge de los remordimientos de Laura y que se agudizará en la segunda mitad, aquella que se desarrolla en el continente americano. Esta parte resulta más oscura que su precedente, ya que la competición deportiva no deja de ser el telón de fondo donde la bondad del luchador es manipulada por los intereses de quienes le rodean, convirtiéndolo de ese modo en una víctima de Nicky o Willard, e incluso de Laura, una mujer en constante lucha interna, consumida por el amor que siente hacia el vividor y por la mala conciencia que le despierta el saber que está utilizando a alguien tan puro y generoso como Polakai.

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