Grupo salvaje (1969)
Los antihéroes y perdedores de Grupo salvaje (The Wild Bunch, 1969) abandonaron su juventud tiempo atrás y con ella una época diferente al presente que se descubre a su alrededor. Su tiempo ha pasado sin que hayan podido evitar el fracaso que les persigue e impide abandonar una ocupación tan peligrosa como atracar banco que no les proporciona más botín que unas arandelas metálicas que confirman las sospechas de que han nacido para perder. Sin embargo, Dutch (Ernest Borgnine), Lyle (Warren Oates), Trector (Ben Johnson), Ángel (Jaime Sanchez), Sykes (Edmund O'Brien) y Pike (William Holden) no pueden más que reír cuando descubren que han sido engañados, y ríen porque saben que han dejado pasar su última oportunidad y aceptan la realidad a la que están condenados, la misma que les impide encontrar un lugar que para ellos semeja no existir. Ni si quiera en el México en el que se internan, el de la revolución de 1914, pueden encontrarse cómodos, porque se topan de lleno con la miseria en la que viven los campesinos y con villanos cegados por un afán de poder insaciable, como sería el caso de Mapache (Emilio Fernández), llamado así mismo general. Uno de los grandes aciertos de Sam Peckinpah consistió en no buscar ni héroes ni villanos, sino personajes acordes con ese entorno que les rodea, lo cual permite descubrir que aquellos considerados forajidos mantienen un código, mientras los que supuestamente actúan bajo el amparo de la ley carecen de uno. Sólo Thornton (Robert Ryan) muestra valores semejantes a Pike, Dutch o Sykes, dentro de ese mundo violento e injusto que muestran las imágenes de Grupo salvaje, que alcanzan su cenit de violencia en un enfrentamiento final que marca el fin del trayecto iniciado en los primeros minutos de la película, cuando el grupo trota por las calles de un pueblo que no espera el baño de sangre que se producirá entre los bandidos y los cazarreconpensa, un tiroteo que no distingue entre inocentes y no inocentes. No obstante, la violencia empleada por Samuel Peckinpah no sería gratuita, sino necesaria para comprender la naturaleza de perseguidores y perseguidos, así como del marco espacio-temporal por el que se mueven, constante en el western de Peckinpah, con el que mostraría una época de cambio y de descontrol en el que apenas existiría una fina línea que separaría a los representantes de la ley y a los delincuentes, siendo en ocasiones los primeros más sanguinarios que los segundos, como muestran los cazarrecompensas que acompañan a Dick Thornton. Los personajes de Pike y de Thornton no son antagónicos, sino semejantes, pero se encuentran condenados a enfrentarse, como ocurriría años después con los personajes principales de Pat Garret y Billy the kid (1973) o, como ya había mostrado años antes, en Duelo en la Alta Sierra (1962). Son dos hombres que se admiran, pero que no pueden elegir, porque una cosa sería lo que les gustaría y otra muy distinta lo deben hacer; es ese deber el que obliga a Thornton a mostrarse incansable en la persecución de su antiguo compañero, porque si no le atrapa en treinta días volverá a la prisión de Yuma. En todo momento se descubre en Thorton a un individuo que no desea hacer lo que hace; desprecia a sus acompañantes, como también desprecia a Harrinton (Albert Dekker), el encargado de la seguridad del ferrocarril que le amenaza con devolverle a prisión y que se muestra más sanguinario que los propios forajidos, pero siempre bajo el amparo de una ley creada por aquellos que ostentan el poder, como sería el caso de la compañía de ferrocarril para la que trabajan. Dick Thornton desearía cabalgar al lado de Pike y compañía, porque sabe que se trata de hombres de verdad, hombres que ya no tienen cabida en los nuevos tiempos, igual que él, porque pertenecen a una época finalizada, cuando todavía no existían los automóviles o las ametralladoras que descubren en México, una época que a pesar de parecer más salvaje, sería más civilizada o menos hipócrita.
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