Durante la década de 1940 las producciones de suspense o de intriga relacionadas con desequilibrios psíquicos como la amnesia o los trastornos de personalidad cobraron cierta importancia dentro del cine negro, Muro de tinieblas (High wall) sería un buen ejemplo de este tipo de cine psicológico, en el que el director Curtis Bernhardt presentó a un hombre acusado de un asesinato que no puede recordar; sin embargo, las evidencias y la imagen inicial que muestra a Steven Kenet (Robert Taylor) y a su esposa muerta (Dorothy Patrick), en el interior de un automóvil, parecen confirmar que es el autor de un crimen que ha admitido ante la policía. Steven Kenet sufre pérdidas de memoria y desorientaciones sensoriales, como consecuencia de un coagulo en el cerebro producido durante la guerra y que se ha vuelto a regenerar tras un accidente en Birmania. Steven conoce esa realidad, pero no sabe si es o no el responsable del homicidio, como tampoco sabe por qué habría de cometer semejante acto. Su trastorno emocional no pasa desapercibido para los doctores que han dictaminado su ingreso en el hospital psiquiátrico, donde es puesto bajo la supervisión de la doctora Ann Lorrison (Audrey Totter) y donde le proponen una nueva intervención que permitiría que sus dolores de cabeza y sus perdidas de memoria desapareciesen, pero también permitiría que fuese a juicio, lo cual significaría tener que enfrentarse con una realidad que desconoce y que prefiere seguir ignorando. No obstante, la muerte de su madre le obliga a replantearse su negativa, consciente de que no puede permitir que su hijo sea enviado a un centro de acogida estatal, porque sabe que allí carecería de todo lo necesario para crecer en unas condiciones óptimas. La preocupación por su hijo le convence para someterse a la operación, consciente de que si le declarasen acto podría acceder a su dinero y emplearlo en conseguir un buen colegio para Richard. A pesar del éxito de la intervención, Steven continúa sin recordar, cuestión que le proporciona una serenidad ficticia que se rompe con la aparición del extraño que pretende venderle información sobre el día del crimen. Desde ese instante, la esperanza de no ser el homicida crece hasta el punto de aceptar que la doctora Lorrison le suministre una droga para estimular sus recuerdos y, de este modo, acceder a la verdad que oculta su cerebro, al menos a parte de ella, que será mostrada mediante la utilización de un flash-back centrado en el encuentro con su esposa. Muro de tinieblas (High wall) se desarrolla entre el drama, el suspense y el cine negro, sin apenas alejarse del interior del centro psiquiátrico donde el protagonista se encuentra recluido, un espacio cerrado y oscuro del que sólo saldrá, en dos ocasiones a un exterior todavía más oscuro que su lugar de reposo, para regresar a la escena del crimen, un apartamento que ha recordado gracias a la droga suministrada por la doctora Lorrison. El descubrimiento de Steven le convence de su inocencia y le ofrece la tranquilidad necesaria para enfrentarse al futuro, sobre todo para enfrentarse a su hijo, si no ¿cómo le podría explicar que mató a su madre? Así pues, la certeza de su inocencia le permite confiar en aclarar los hechos, por eso pide ayuda a la doctora, a pesar de que ésta le diga que su certeza puede ser una acción defensiva desarrollada por su mente para alejarse de la realidad de los hechos. La postura científica que asume Lorrison sirve para mostrar el error en el que cae, asumiendo que todo cuanto Steven piensa y dice sobre su inocencia no es más que una maniobra inconsciente que le permite esquivar el enfrentamiento con su hijo y consigo mismo. De igual modo, cuando Whitcombe (Herbert Marshall), el jefe de su esposa, acude al centro psiquiátrico se demuestra que los demás doctores no tendrían en cuenta ni al paciente ni a los hechos que le rodean, pues se achaca su violenta reacción a la locura, sin plantearse ninguna otra opción. Por lo tanto este hombre desesperado se encuentra atrapado en callejón sin salida, del que tendrá salir para poder demostrar su inocencia y la culpabilidad del hombre que le ha preparado la trampa que le ha conducido a una celda de aislamiento desde donde nada puede hacer, salvo realizar un acto desesperado, porque él es un hombre desesperado.
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