domingo, 4 de diciembre de 2011

La evasión (1960)



La vida de José Giovanni, la anterior a su consagración como escritor y cineasta, podría dar para varias películas y novelas. De hecho, algunas de sus obras, tanto cinematográficas como literarias, contienen notas autobiográficas, aunque, quizá, la que más lo evidencia sea Le trou, cuya adaptación a la gran pantalla corrió a cargo de Jacques Becker, fallecido poco antes de concluir el film. La evasión (Le trou, 1960) fue su última película y también una de las mejores; y dudo que existan intentos de evasiones carcelarias expuestos en la pantalla con tanta minuciosidad como lo fue este drama de camaradería y traición que el artífice de París, bajos fondos (Casque d'Or, 1952) filmó con suma maestría. El resultado fue una película sobre fugas, aunque, más que cualquier otra cosa, la considero una historia sobre seres humanos que sobreviven a su encierro soñando su libertad. Son hombres atrapados como Claude Gaspar (Mark Michell) y los reos a quienes conoce cuando le trasladan a su nueva celda. Pero antes de entrar de lleno en los hechos, otro de los personajes de “La evasión”, Roland (Jean Keraudy), se dirige al público y le advierte que la película que van a ver está basada en su propia experiencia, mas omite que también fue la de Giovanni, coguionista y colaborador del film. Quien conozca la obra del escritor pronto descubre que en esta joya de precisión cinematográfica hay tanto de él como de Becker, pero la capacidad visual de este último es la que detalla, en cada plano y en cada escena, las vivencias, las relaciones y los preparativos de la fuga de los cinco convictos que comparten la misma celda donde también comparten la cotidianidad, que resulta tan tediosa como reducido resulta el espacio donde apenas sobreviven.


Inicialmente, el traslado de Gaspar molesta a su nuevos compañeros, ya que su aparición pone en riesgo sus planes, al producirse mientras ultiman los preparativos de la fuga. Su inesperada presencia despierta recelos en todos, en Manu (
Philippe Leroy) más que en el resto. No lo conocen, no se fían y quieren saber cuál es su delito, necesitan conocer qué se juega el nuevo cuando vaya a juicio. Superada la prueba, La evasión y sus protagonistas se centran en golpear el suelo de la celda hasta que logran abrir el boquete que les posibilita el acceso al piso de tierra y después a los subterráneos y cloacas de la prisión, por donde Roland y Manu se mueven a sus anchas en busca del lugar ideal para sus fines. A Becker le importa (y mucho) el trabajo de los presos. Filma las manos de los reos, el hierro que cada uno cubre con la tela, de la forma que mejor convenga a su manera de asirlo, y deja que piquen y piquen piedra, recojan escombros o quiten la tierra del subsuelo. Abierto el túnel, dos de ellos descienden para comprobar el terreno. Sierran barrotes, abren puertas, caminan, pero, sobre todo, pierden la noción del tiempo, lo cual supone un inconveniente que resuelven ideando el reloj de arena con los dos frascos que Monseñor (Raymond Meunier) roba en la enfermería del correccional. La labor es ardua, un trabajo duro, bien filmado y documentado en golpes, explicaciones, sudores, colaboración, entre la que se introduce y muestra la relación de los cinco hombres, conociendo únicamente el delito que se le imputa a Gaspar, acusado por su mujer de intento de homicidio.


El recién llegado no puede evitar ser diferente a sus compañeros de celda: más refinado y comedido, pero también más antipático, quizá por su falta de carácter o de determinación. Sin embargo, le aceptan y se convierte en uno más dentro del pequeño núcleo en el que Roland se erige en líder y cerebro de la operación que se proponen llevar a cabo. Por lo que vemos en pantalla, no cabe duda de que sabe de fugas carcelarias. Es efectivo y está lleno de recursos, como demuestra su habilidad para abrir cerraduras o hacer una llave que facilite el paso de sus compañeros, pero sus tres fugas anteriores no le han deparado la ansiada libertad, puesto que es evidente que continúa entre rejas. Más que criminales, en ese instante presente son personas sin suerte o condenados a una existencia miserable en una prisión donde no hay hombres buenos ni malos, solo carceleros y presos como Monseñor o Geo (
Michel Constantin), quienes junto a Manu y Roland forman el núcleo familiar en el que todo se comparte y en quien todos confían. Gaspar se siente a gusto en su compañía, pues le han aceptado y ahora es uno más, un amigo, uno de los suyos, y esta sensación le hace sentirse bien y decidirse a colaborar en la fuga. Así pues, la maquinaria de los presos empieza a funcionar, utilizando todo aquello que les pueda servir: el hierro del único somier que hay en la celda, el improvisado reloj que fabrican con los dos recipientes de cristal que roba Monseñor o el ingenioso periscopio ideado por Roland que les permite controlar los movimientos de los guardias por el pasillo. Cada secuencia que se presenta es necesaria e intensa, pues nada de lo que realizan los presos puede omitirse ya que se encuentran con tres obstáculos que deben salvar si pretenden salir de allí: el túnel, los guardias y ellos mismos; por esas tres circunstancias las escenas que pueblan La evasión muestran a la perfección el mundo carcelario en el que viven. Magníficas son las secuencias en las que se comprueban los paquetes que envían a los presos y que un celador se encarga de descuartizar en busca de algún material prohibido, como también lo es la falta de tacto que tienen los vigilantes cuando registran las habitaciones o la incomodidad a la que se ven sometidos unos presos que saborean la posibilidad de ser libres. Sin artificios ni efectismos, Jacques Becker no utilizó más alarde que su habilidad narrativa y un realismo austero, preciso, uno que evoluciona el realismo de sus comedias de posguerra y lo acerca más que nunca a Bresson, para hacernos participes, casi cómplices y victimas, de las circunstancias y problemas de un quinteto obligado a enfrentarse a condicionantes propios y ajenos, que se presentan durante la planificación y puesta en marcha de su plan de fuga, una evasión que podría deparar una nueva oportunidad o confirmarles la suerte del perdedor.



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