Me llama la atención el inicio de El reloj asesino (The Big Clock, 1948), pues no era habitual en el cine estadounidense de la época un film de tomas largas (que minimiza el uso del plano/contraplano), y cuyo arranque se puede ver como un plano-secuencia —aunque, en realidad, esté compuesto al menos de dos, que parecen uno.
John Farrow abre su película en la nocturnidad urbana: luces artificiales y rascacielos, la ventana de la editorial por donde, en apariencia, se cuela la cámara para mostrarnos a George Stroud (Ray Milland) ocultándose en la oscuridad. Su voz nos habla mientras sube unas escaleras que lo conducen a la parte interior del gran reloj que, en el mismo plano, el objetivo no tarda en encuadrar de frente, segundos antes de trasladar la historia al pasado. En ese inicio, George se encuentra atrapado dentro del edificio donde trabaja. Y a la pregunta ¿cómo ha llegado a esa situación si él no es un criminal? La respuesta llega mediante la analepsis que ocupa la práctica totalidad del metraje. Él es el encargado de cazarse a sí mismo, también de retrasar su captura y aprovechar su posición dentro del juego a la espera de encontrar una salida y desvelar el rostro del verdadero asesino, de quien George y nosotros conocemos su identidad.
El arranque de El reloj asesino nos introduce en la trampa, allí nos atrapa para generar la intriga y el suspense que John Farrow desarrolla con maestría e ironía alrededor del periodista que dirige la caza del sospechoso de asesinato, consciente de que es a él a quien busca. La caza del hombre sería el eje principal de esta historia que se inicia y se desarrolla en su mayor parte en el interior de la editorial de Earl Janoth (Charles Laughton), un magnate de la comunicación a quien no le importa nada más que los beneficios y el crecimiento de su imperio de revistas. Su presentación en la sala de reuniones no tiene desperdicio; allí se descubre como un déspota insensible, camina alrededor antes de sentarse, pero no lo hace por preocuparse ni por acercarse o preocuparse por las necesidades de sus empleados. Sencillamente, no le importan las personas, para él son máquinas precisas, semejantes a relojes, que ni siente ni padecen, hombres y mujeres que deben dejar de lado todo cuanto no sea Publicaciones Janoth; le interesa los beneficios que puedan reportarle el rendimiento de su maquinaria humana. Esta realidad se observa cuando el reloj retrocede treinta y seis horas en el tiempo, antes de que el personaje de Milland se encuentre acorralado en el interior del edificio. Así pues, inicialmente, George Stroud también se encuentra atrapado, pero no por los hechos que se irán narrando, si no por un trabajo que le exige dedicación plena y que le priva de atender a su hija y a Georgette (Maureen O'Sullivan), su mujer.
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