viernes, 16 de diciembre de 2011

El reloj asesino (1948)



Me llama la atención el inicio de El reloj asesino (The Big Clock, 1948), pues no era habitual en el cine estadounidense de la época un film de tomas largas (que minimiza el uso del plano/contraplano), y cuyo arranque se puede ver como un plano-secuencia —aunque, en realidad, esté compuesto al menos de dos, que parecen uno.

John Farrow abre su película en la nocturnidad urbana: luces artificiales y rascacielos, la ventana de la editorial por donde, en apariencia, se cuela la cámara para mostrarnos a George Stroud (Ray Milland) ocultándose en la oscuridad. Su voz nos habla mientras sube unas escaleras que lo conducen a la parte interior del gran reloj que, en el mismo plano, el objetivo no tarda en encuadrar de frente, segundos antes de trasladar la historia al pasado. En ese inicio, George se encuentra atrapado dentro del edificio donde trabaja. Y a la pregunta ¿cómo ha llegado a esa situación si él no es un criminal? La respuesta llega mediante la analepsis que ocupa la práctica totalidad del metraje. Él es el encargado de cazarse a sí mismo, también de retrasar su captura y aprovechar su posición dentro del juego a la espera de encontrar una salida y desvelar el rostro del verdadero asesino, de quien George y nosotros conocemos su identidad.


El arranque de El reloj asesino nos introduce en la trampa, allí nos atrapa para generar la intriga y el suspense que John Farrow desarrolla con maestría e ironía alrededor del periodista que dirige la caza del sospechoso de asesinato, consciente de que es a él a quien busca. La caza del hombre sería el eje principal de esta historia que se inicia y se desarrolla en su mayor parte en el interior de la editorial de Earl Janoth (Charles Laughton), un magnate de la comunicación a quien no le importa nada más que los beneficios y el crecimiento de su imperio de revistas. Su presentación en la sala de reuniones no tiene desperdicio; allí se descubre como un déspota insensible, camina alrededor antes de sentarse, pero no lo hace por preocuparse ni por acercarse o preocuparse por las necesidades de sus empleados. Sencillamente, no le importan las personas, para él son máquinas precisas, semejantes a relojes, que ni siente ni padecen, hombres y mujeres que deben dejar de lado todo cuanto no sea Publicaciones Janoth; le interesa los beneficios que puedan reportarle el rendimiento de su maquinaria humana. Esta realidad se observa cuando el reloj retrocede treinta y seis horas en el tiempo, antes de que el personaje de Milland se encuentre acorralado en el interior del edificio. Así pues, inicialmente, George Stroud también se encuentra atrapado, pero no por los hechos que se irán narrando, si no por un trabajo que le exige dedicación plena y que le priva de atender a su hija y a Georgette (Maureen O'Sullivan), su mujer.


La vida de Stroud no es más que una condena dentro del mundo empresarial Janoth, sacrificando constantemente las pequeñas (grandes) cuestiones que le proporcionarían felicidad y satisfacción, pero hasta ese momento no ha sabido decir "no". Como consecuencia de la introducción de los personajes y del espacio laboral se descubren las circunstancias que rodean a los protagonistas, así como los hechos que precedieron a la caza de un falso culpable al que varios testigos vieron con Pauline York (
Rita Johnson), la víctima. George y Pauline habían coincidido en una ocasión, poco antes de que el primero renunciase a su trabajo, consciente de que aceptar las órdenes de su jefe significaría renunciar a su mujer. Un segundo encuentro, cuando George está a punto de emprender un viaje con Georgette, proporcionó a John Farrow la excusa perfecta para iniciar el suspense anunciado en la primera escena. Tras tomarse unas copas en un bar, Pauline y George terminan en el apartamento donde se producirá el asesinato que marca las horas más tensas de la vida de Stroud, quien, sin conocer los hechos, regresa con Georgette para comunicarle que ya no es un esclavo ni del tiempo ni de Janoth. Pero la verdadera lucha contra el reloj comenzaría en ese preciso instante, cuando el sonido del teléfono interrumpe el nacimiento de una nueva etapa para el matrimonio, pues Earl Janoth reclama su presencia para atrapar al individuo que acompañaba a Pauline la noche anterior. La situación de George Stroud presenta únicamente dos ventajas: la primera sería ponerse al frente de la investigación, al margen de la policial que no existe, y la segunda que ha visto al asesino, un hombre que teme haber sido reconocido por esa figura que bajaba las escaleras del apartamento de la víctima. Sin embargo George no tiene pruebas, y el edificio se cierra para que nadie salga de él sin antes pasar delante de los testigos que pueden reconocerle. El cerco se estrecha, el tiempo corre en su contra y la presencia de testigos amenaza con descubrirlo, solo es cuestión de minutos que le atrapen y la orden es clara: disparar a matar. Con este planteamiento y la espléndida narrativa de FarrowEl reloj asesino mantiene la tensión a lo largo de su metraje, durante el cual se pone al límite a un individuo que ha sido elegido por el propio asesino y por Steve Hagen (George Macready), mano derecha del señor Janoth, para que la cacería cobre su presa lo antes posible, ignorando que George Stroud es el hombre que buscan y que retrasará lo inevitable con el fin de encontrar una salida que le permita comenzar una vida en la que el tiempo no transcurra amenazante como en Publicaciones Janoth.

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