viernes, 17 de junio de 2011

Sam Peckinpah, el incompredido


Años antes de ser conocido como Sam Peckinpah, Samuel David Peckinpah abandonó sus estudios de derecho para incorporarse a los marines, cuerpo militar con el que participó en la Segunda Guerra Mundial, una experiencia bélica que marcaría su vida. Finalizada la contienda regresó a su patria donde se diplomó en Arte Dramático, para poco después contactar con lo que sería su realidad profesional. Sin embargo, este hombre inadaptado, incomprendido y frustrado, comenzó desde abajo, y lo hizo en un medio joven como lo era la televisión. En ella barrió los platós, se encargó del vestuario o controló los focos, no obstante su ambición le impulsó a realizar cortometrajes experimentales, que financió de su propio bolsillo. Su encuentro con el productor independiente Walter Wenger fue vital para su entrada en Allied Artists, donde ejerció como ayudante de dirección, ni primero, ni segundo, sino como el cuarto. Con paciencia y trabajo escaló posiciones y en 1954 trabajó como director de diálogos para Don Siegel en Motín en el pabellón 11. Un año después trabajó de extra para Jacques Tourneur en Wichita, rodaje durante el cual coincidió con el Joel McCrea, a quien, años después, le ofrecería uno de los papeles más interesantes de su carrera artística en Duelo en la Alta Sierra. Pero antes, Peckinpah continuó colaborando como actor en diferentes producciones, entre ellas La invasión de los ladrones de cuerpos (1955), de nuevo a las órdenes de Don Siegel. Poco después se produjo otro encuentro fundamental para el devenir de la carrera del cineasta, en esta ocasión con el productor, novelista y director Charles Marquis Warren, que le ofreció la oportunidad de escribir varios episodios de la serie Gunsmoke. A partir de este momento comienzó a trabajar como guionista para el sello televisivo de 20th Century Fox. Pero, Sam Peckinpah no se olvidó de que él quería hacer cine. Así pues, escribió el guión que daría pie a El rostro impenetrable, película que fue dirigida por Marlon Brando en 1961, año durante el cual se le presentó la oportunidad de saltar a la dirección cinematográfica con The Deadly Companions, un western interpretado por Maureen O'Hara y Brian Keith, pero que pasa sin plena ni gloria. Sin embargo, gracias a la buena acogida de la serie The Westerner, en la que estaba trabajando, le posibilitó una nueva oportunidad para demostrar su valía. Duelo en la Alta Sierra (1962) anunciaba la irrupción en el panorama cinematográfico de un cineasta con intereses personales que empleó el western para renovar un género en el que para él no existen héroes, solo personas que no encuentran su lugar en un mundo que no reconocen y que no les acepta mientras comprenden que su tiempo ha pasado. A partir de entonces, Peckipah, admirador del cine de John Ford, Budd Boetticher, Samuel Fuller o Akira Kurosawa, empezó a desarrollar su particular visión, y lo hizo a pesar de los numerosos obstáculos que se le presentaron a lo largo de su carrera. Innovación en los argumentos, alejados de los gustos de los productores y de un amplio sector del público, que no estaba acostumbrado a este tipo de western. La descomposición espacio-temporal dentro de una misma secuencia. Personajes que, como se ha dicho, no encuentran su lugar, incapaces de adaptarse a los cambios que se producen a su alrededor, en ese viejo Oeste que deja de serlo y dentro del cual se convierten en rarezas condenadas a la extinción, como sucede con los antihéroes de Grupo Salvaje (1969), La balada de Cable Hogue (1970) o Pat Garret y Billy the kid (1973). Otros de sus personajes viven situaciones extremas en las que la violencia impera a su alrededor, pero también formando parte de su interior, algo que sucede en Perros de paja (1971), La huida (1972), Quiero la cabeza de Alfredo García (1974) o La cruz de hierro (1977). Pero todos ellos simbolizan el sentir de su creador; son seres amargados, marginales, fuera de contexto, que buscan encauzar unas vidas que permanecen alejadas de cuanto les rodea. Sin embargo, a pesar de estos grandes títulos, Peckinpah fue un director maldito, la suerte no le sonreía, algo que le ocurrió ya desde su inicio, y que se puede comprobar en las mutilaciones realizadas en Mayor Dundee, una película personal (de la que dijo, una vez montada, que con los cortes sufridos eliminaban el sentido de la historia que quiso narrar) que pudo terminarse gracias al apoyo de Charlton Heston, quien aportó parte de sus honorarios, o en los fracasos comerciales de muchos de sus films. No sería hasta 1968, gracias al enorme éxito de Grupo salvaje cuando se empieza a hablar de Sam Peckinpah como un excelente realizador, merecedor de todas las atenciones, aunque los productores volvieron a asomar sus cabezas para destrozar el montaje original (algo que le sucedió en varias ocasiones). Estas y otras circunstancias similares lo convencieron para trasladarse a Inglaterra, donde rodó Perros de paja (1971), sin embargo, de nuevo tuvo problemas con los productores (así que daba igual un país u otro, su cine era incomprendido y rechazado, porque llevaba sus ideas hasta el límite, ignorando los gustos del momento). Sin embargo, un año después filmó La huida (1972), interpretada por Steve McQueen y Ali McGraw, que resultó un inesperado éxito comercial. Con McQueen había realizado ese mismo año Junior Bonner, un western moderno centrado en el mundo del rodeo y que obtuvo resultados discretos en la taquilla. Peckinpah también dirigió las irregulares Los aristócratas del crimen, Convoy y La clave Omega, a la postre la última película de un cineasta incomprendido por su estilo innovador, intenso y muy personal, que, ante el constante rechazo, se sumió en la autodestrucción que acabó con él en 1984, cinco años antes de que su Pat Garret y Billy the kid fuera estrenada tal como la había concebido.

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