martes, 8 de noviembre de 2011

Una noche, un tren (1968)


Mathias (Yves Montand) y Anne (Anouk Aimée) atraviesan por una etapa de distanciamiento en su relación, a pesar de que ambos se encuentran enamorados, sin embargo los problemas que les rodean y sus propias dudas les han conducido a un punto que aún no es peligroso para su relación, pero sí que puede ayudar a deteriorarla. Una noche, un tren (Une soir, un train, 1968) pasa de la realidad que viven Anne y Mathias, al sueño del segundo, cuando este se queda dormido en el compartimento del tren en el que viajan, para recorrer un pasado en el que conoció a Anne y algunos de los momentos que compartió con ella, un viaje onírico que le permite comprender el amor que les une, ese mismo que están a punto de destrozar. Cuando Mathias se despierta, tras ese recuerdo finalizado con un veloz flash de un accidente ferroviario, Anne no se encuentra en el vagón, ausencia que le alarma y que le impulsa a ir en su busca, posiblemente, para hacerle partícipe de unos sentimientos que ella también comparte. Sin embargo, el tren se detiene en un paraje desolado desde el que no se divisa nada más que un horizonte incierto. Mathias y dos hombres más se apean para saber qué sucede, sin tiempo para darse cuenta de que la máquina ha reiniciado la marcha abandonándoles a su suerte. Este contratiempo asusta a Mathias porque lleva implícito la idea de que Anne no le encontrará en la estación y cansada de esperar se marchará relegándole al olvido. Sin saber dónde se encuentran, avanzan por un entorno fantasmal que parece parte de un sueño compartido, en el que no parece existir nadie más que ellos, hasta que alcanzan un pueblo donde la inquietud que se aprecia en el trío alcanza su cenit. No se trata de un miedo terrorífico sino de un miedo fruto del desconcierto creado por el entorno y por el descubrimiento de un hecho que se aleja de la realidad para convertirse en algo semejante a una pesadilla psicológica. Una noche, un tren fue la segunda película del director belga André Delvaux, una coproducción franco-belga que le permitió contar con dos estrellas del cine galo: Yves Montand y Anouk Aimée, quienes realizaron unas actuaciones sobrias, comedidas y distantes para mostrar el alejamiento en la relación que comparten, en la que el director confunde realidad y sueño, creando una atmósfera extraña como la incomunicación que Mathias ha descubierto en un compartimento que le devolverá a la realidad o a un nuevo sueño.

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