domingo, 13 de noviembre de 2011

Forrest Gump (1994)


Enseñar a bailar a Elvis Presley, ser recibido por tres presidentes o compartir una entrevista televisiva con John Lennon, son situaciones al alcance de quien también fue condecorado con la medalla de honor por méritos durante la guerra de Vietnam y seleccionado para formar parte de los equipos nacionales de football y de ping-pong. Este mismo individuo es quien amasa una fortuna con la pesca de gambas, las cuales, por cierto, se pueden preparar de mil maneras distintas. Si a lo anterior se le añade que corre sin plantearse el por qué de su trote, aunque tres años son suficientes para darse cuenta de que corre porque se siente desorientado, desarraigado, triste, aislado, herido, y que le sigue un número creciente de desorientados que buscan en él respuestas y sentido para sus existencias, solo cabe la posibilidad de que este individuo responda al nombre de Forrest, Forrest Gump (Tom Hanks), a quien Robert Zemeckis descubre sentado en una parada de autobús donde, momentáneamente, concluye el vuelo de la pluma que abre y cierra la película. En Forrest Gump (1994), Zemeckis aborda varias décadas de la sociedad estadounidense de la segunda mitad del siglo XX, desde los años cincuenta hasta inicios de los ochenta —el primer autobús que hace alto en la parada lleva en su lateral 1981—, cuando empiezan a aparecer los primeros casos de SIDA en Estados Unidos. Mira a través de los ojos y de los recuerdos de Forrest, que ve la realidad de un modo diferente a la sociedad que le prejuzga e inicialmente le rechaza. No se plantea el orden social ni el porqué de las cosas y, debido a esto, triunfa según los cánones que imperan en la sociedad, aunque, como particular, la fama y el dinero carecen de significado para él —sus pertenencias y los sentimientos que atesora caben en una pequeña maleta y en su “corazón”. Las “cualidades” de Forrest son correr y obedecer, en este aspecto actúa cual autómata, el tomarse al pie de la letra cuanto le dicen, carecer de máscara y su capacidad de amor incondicional. Nunca oculta su yo interior, inocente e ingenuo como un niño de dos años, es quien aparenta ser —no ha desarrollado la capacidad de engaño ni oculta aquellas partes que el resto no desea mostrar—, pero es más de lo que su apariencia dice.


Allí, en esa parada donde el pasado regresa a su mente, habla para quien quiera escuchar. Así recuerda su vida y como ha girado en torno a Jenny (Robin Wright), a quien amó, ama y amará. Su historia se inicia de niño, con los primeros zapatos que recuerda haber tenido. Para el joven Forrest, andar resulta casi imposible debido a su columna vertebral, pero gracias a sus zapatos ortopédicos, la promesa de que podrá enderezarla se vuelve real. No obstante, lo más importante para él se encuentra dentro del autobús escolar donde niños y niñas, salvo una, lo rechazan. Aquel <<Me llamo Jenny>> y la niña que lo pronuncia se graban en la mente de Forrest y su relación con Jenny se afianza, pero su desarrollo es muy distinto. El niño crece protegido por el amor materno y, en cuento puede, por su facilidad para correr sin descanso. Por contra, la niña sufre los abusos sexuales paternos, los cuales marcarán su comportamiento durante su adolescencia y juventud, etapas regidas por el miedo y la falta de amor propio que la alejan tanto de Forrest como de sí misma. En el personaje de Robin Wright prevalece el rechazo y la inadaptación que no se observan en su amigo, capaz de adaptarse y de acatar cuanto se le dice sin plantearse el porqué o el para qué; el no cuestionar las órdenes y su ausencia de visión crítica, posibilitan su triunfo social.


A su planteamiento tragicómico, Forrest Gump añade ironía para exponer los distintos momentos de la historia estadounidense. Dicha ironía nace de la inocencia de Forrest, testigo presencial e incluso motor de los hechos, que define los acontecimientos que se suceden ante él desde su particular perspectiva. Su capacidad reflexiva se limita a sus emociones y sentimientos, lo que implica su aparente falta de pensamiento crítico y alcanzar el éxito dentro de un entorno que fomenta la ausencia de mentes pensantes —el sistema educativo, el ejército, el mundo laboral, los movimientos progresistas y los reaccionarios, tienen en común que todos ellos siguen un orden establecido que el individuo no sea plantea, lo asume—, ya que dicha ausencia le lleva a aceptar la realidad sin más cuestiones que sus sentimientos hacia Jenny y hacia aquellos que forman parte de su vida. Como consecuencia de su deambular sin más objetivo que acatar cuanto se le dice alcanza notoriedad, como también lo consigue el personaje de Peter Sellers en Bienvenido Mr. Chance (Being There; Hal Ashby, 1979), y riqueza, aunque ni le importan ni la necesita, porque su mente se nutre de los pequeños detalles que ha ido acumulando dentro de su maleta y de su memoria. Forrest corre, y corre mucho, tanto que logra ir a la universidad, donde se convierte en una estrella porque hace lo que le dicen. Así logra un título académico fruto de su talento para acatar mandatos y de su limitada capacidad intelectual. Pero, tras los estudios, llega el momento de preguntarse ¿y ahora qué? Para Forrest no hay opción, tampoco para otros miles como él, así que se alista en el ejército y es enviado a un lejano país donde continuará corriendo, no por los diferentes tipos de lluvia que le salen al paso, sino porque sigue el consejo que Jenny le dio la última vez que se vieron. La única idea del soldado continúa siendo la felicidad de su chica, un pensamiento que no le abandona en las selvas vietnamitas donde comparte amistad con Bubba (Mykelti Williamson), su muy mejor amigo, con quien no mantiene más conversación que la relacionada con las gambas, y aquella silenciosa en la que se reconoce una amistad que no se basa en palabras sino en compartir el día a día en esa selva donde Forrest se convierte en un héroe y el teniente Dan (Gary Sinise) en el espectro de quien deseaba ser. Este hombre lo maldice por haber evitado su destino, que no era otro que morir allí, junto a su unidad. Pero Dan y Forrest se reencuentran, igual que el segundo volverá a coincidir con Jenny, porque el destino puede existir o no, y ser como esa pluma que se traslada según sople el viento, pero siempre por un intervalo fugaz, que para él resulta maravilloso y para ella un remanso de paz en una vida azarosa y sin sentido. Zemeckis aprovechó a este inolvidable personaje para hacer un recorrido de más de tres décadas, en los que se produjeron circunstancias clave que Forrest presencia desde su aparente inconsciencia. Así pues, se presenta a un hombre que nada sabe de asuntos raciales, ni de política ni de guerra, un hombre que sigue las enseñanzas de su madre (Sally Field), que siempre le explicaba las cosas de manera que él pudiese entenderlas, un hombre que, gracias a su inocente ignorancia, a su sumisión y a su manera de comprender la vida, llega más allá que cualquier otro contemporáneo, porque ese hombre, que solo necesita la presencia de aquella que desaparece cada vez que la encuentra, nunca pierde la esperanza de volver a encontrarla.

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