Debido a su ubicación geográfica, se puede decir que Traición en Fort King (Seminole, 1953) es un western atípico para su época, porque ni se ubica en los lugares de costumbre (el oeste o el medio oeste estadounidense) ni en el periodo de expansión colonial o de asentamiento en tierras del poniente del país. Por contra, la acción se traslada al sureste, al estado de Florida en 1835, a una época anterior al boom que trasladaría a cientos de miles de personas hacia el interior de un enorme territorio todavía inhóspito e inexplorado, lleno de amenazas y de tesoros que atraerían a la avaricia de algunos y a la esperanza de muchos. A las anteriores diferencias con otras producciones del género habría que sumarle una más evidente, la de presentar a los indios como víctimas de la colonización y de la locura de un comandante que se rige por los libros y por una intolerancia que amenaza con acabar tanto con los seminolas como con sus propios hombres. El comienzo de Traición en Fort King habla de Osceola (Anthony Quinn), el líder mestizo que desea llegar a un acuerdo pacífico que mejore las condiciones de vida de un pueblo que vive en el interior de los pantanos, un hombre que pudiendo ingresar en la academia militar optó por quedarse para ayudar a su pueblo, por eso cuando recibe la noticia de que su mejor amigo, el teniente Caldwell (Rock Hudson), ha regresado tras cinco años en la academia, se le presenta la oportunidad para negociar con los soldados, pues confía plenamente en él. La película de Budd Boetticher se basó en hechos históricos, pero su exposición se centra en el enfrentamiento entre los dos oficiales estadounidenses: el mayor Degan (Richard Carlson) y el teniente Caldwell, este último observa todos los errores que comete su superior intentando razonar con él. De este modo, Traición en Fort King se decanta por ese enfrentamiento personal dibujando como telón de fondo el conflicto con los seminolas y la amistad entre dos hombres enamorados de Revere (Barbara Hale), la mujer encargada de transmitir el mensaje de Osceola, una oferta que no llegará a tiempo al teniente Caldwell, condenando a un grupo de soldados a internarse en las entrañas de los pantanos con la misión de sorprender y exterminar a todos los indios. A pesar de las advertencias de Caldwell, el mayor hace oídos sordos y se encarga de comandar a un reducido grupo al que el medio hostil irá mermando, al tiempo que se destapa el grotesco carácter de un oficial que nunca debería mandar más que a soldaditos de plomo. Sin embargo, las evidencias de los hechos que se narran han condenado al teniente, como se muestra durante la mayor parte de la película, pues se sabe que está siendo juzgado y todo cuanto se observa transcurre en un flashback que sería su defensa ante un consejo de guerra que no obtiene las pruebas suficientes para exculparle de los delitos de los que se le acusan.
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