Ana (Ana Torrent) observa y descubre el mundo desde su imaginación. Lo interpreta a su manera, intenta comprenderlo, explicarse las dudas que le surgen. Todavía carece de respuestas y de rutina, por lo que cada día no deja de sorprenderla. Su mirada viva, inocente, inmersa en El doctor Frankenstein (James Whale, 1931) —en un plano similar al de la niña que descubre a Chaplin en la pantalla del documental del cubano Por primera vez (Octavio Cortázar, 1967)—, que el cine ambulante proyecta en su pueblo, le descubre por primera vez la presencia de la muerte, certeza para ella aún incierta, que le genera dudas y la impulsa a buscar respuestas. ¿Por qué la criatura ha matado a la niña? ¿Por qué los habitantes del pueblo linchan al ser creado por el doctor Frankenstein? Su hermana Isabel (Isabel Tellería) le dice que no han muerto, <<porque en el cine todo es mentira. Es un truco>>, se trata de una fantasía cinematográfica; luego, a punto de abandonarse al sueño, añade que lo ha visto vivo, en las proximidades del pueblo, porque es un espíritu. La primera respuesta clava qué es el cine y, por lo tanto, ninguno ha sufrido daño, pero esta explicación no convence a Ana, que desarrolla sus propias ideas al respecto. Se deja arrastrar por su imaginación, virgen e inocente, sin fronteras adultas y racionales, para dar explicación a la novedad descubierta a través del cine. La nueva circunstancia provoca su deseo de encontrar a la criatura, quizá para comprender y saciar la curiosidad vital que brilla en sus ojos, también para compartir con él su fantasiosa realidad y arroparlo frente a la soledad y la incomprensión que le persiguen desde su nacimiento. La criatura de Whale es un niño que despierta al mundo. Lo hace lleno de curiosidad y de dudas, pero ese mismo mundo, que primero siente luminoso, se muestra incapaz de comprensión y compasión. Lo condena por su naturaleza diferente, por su necesidad de amor, por su pureza, la que le arrebatan sin piedad. Al igual que El doctor Frankenstein, también El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973) transmite de forma brillante la esencia del universo infantil, recreándolo a partir de silencios y miradas, de la soledad que envuelve a los personajes, de inquietudes y anhelos frustrados, tal como se descubre en Teresa (Teresa Gimpera), la madre, quien, alumbrada por la luz miel que domina el interior de la casa, escribe cartas a un amor perdido.
El primer largometraje de Víctor Erice, que contó con la inapreciable colaboración de Ángel Fernández Santos en el desarrollo del guion y con la fotografía de José Luis Cuadrado, es de belleza visual íntima y poética, de imágenes que retratan la infancia, que todavía logra construir su espacio íntimo a imagen de su fantasía, y la edad adulta, perdida en una realidad de la España de 1940 donde la sensación de derrota, vacío, soledad, se instala en la atmósfera que envuelve un espacio físico casi fantasma; un lugar adonde, avanzado el metraje, llega, cual salido de un sueño, el fugitivo que salta del expreso, que nunca se detiene en un páramo desolado que parece transcender el espacio físico. Ana descubre al extraño y fantasea que se trata de su criatura, una necesitada, desamparada, herida. No duda en ofrecerle una manzana, emulando a la niña del film de Whale cuando entrega la flor a la criatura que desconoce las consecuencias de arrojarla al río, pues, al igual que María y su amigo “monstruo”, Ana todavía vive incontaminada por la razón y el conocimiento, ignora el significado de gran parte de la realidad que le rodea. Sin embargo, la broma de Isabel, que se hace la muerta, afecta la realidad de Ana, que, posteriormente, asociará ese momento con la desaparición de su “monstruo”, y quizá también le genera la idea de que la muerte es una fantasía como la observada en la película. Por ello, no duda en salir en su busca, sin pensar en posibles consecuencias. El resultado de El espíritu de la colmena es un cuento hermoso y en apariencia sereno, protagonizado por cuatro personajes, interpretados por un actor y tres actrices que no parecen estar actuando. Aparte del buen hacer de los adultos Fernando Fernán Gómez y Teresa Gimpera, padre y madre en la ficción de las niñas, destacan, sobre todo, las dos actrices infantiles que, mediante susurros, miradas, gestos y silencios, logran transmitir su mundo interior de sensaciones, emociones, fantasía, curiosidad, un mundo inocente que todavía no ha sufrido derrota, lo que posibilita la imaginación con la que viven y sienten cada día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario