viernes, 6 de junio de 2025

Envíos kafkianos

Imagen: El cartero (y Pablo Neruda) (Il Postino, Michael Radford, 1994)

Esta mañana me desperté pensando en el sueño de la noche pasada. Era uno basado en hechos reales, que es lo que vende, aunque, personalmente me decanto por la realidad, la fantasía y el absurdo de todo ello. No puedo decir que se tratase de una pesadilla, pues no me causó terror ni me deparó sudar las sabanas, solo molestias y la sensación de que se me negaba la presencia. No era la primera vez que soñaba algo similar, de hecho tampoco que lo hubiera vivido y me dije, tras frotarme los ojos, que hoy no pensaré en el sueño, sino en el absurdo de la realidad.

Como viene siendo habitual cada vez que espero un envío a través de ***, vivo la repetición de que el repartidor o repartidora de la franquicia anota que no pudo entregar el paquete a tal hora por estar el “destinatario ausente o cerrado”. Pero resulta que en los horarios que apunta, estoy en casa, puesto que, aunque madrugo, no salgo por las mañanas, salvo que algún motivo extraordinario me invite a salir.

Hoy, día 2 de junio, cae dentro de la rutina, así que tampoco he salido, y aseguro que aquí no ha timbrado nadie, ni siquiera el cartero que, al saberme casi siempre aquí, pulsa cada día, alrededor de las once, el número de mi piso para que le abra. Es un acuerdo o una costumbre, pero a mí no me cuesta lo más mínimo y supongo que a él le supone comodidad, la de saber que soy un tiro fijo y que no tendrá que perder su tiempo llamando a todo hijo de vecino...


Aparte de resultar cansina, la práctica que acostumbra ***, en cierto modo, pretende ser kafkiana, pero no pasa de intento esperpéntico, desde el mismo momento que te declaran ausente. Al día siguiente, empiezan las llamadas desde un número que si descuelgas te habla un programa deshumanizado; y si no te da tiempo a contestar, o no has escuchado el teléfono, y devuelves la llamada, te responde la misma voz metálica, que te marea con si quieres tal, pulsa cual, si quieres cual, pulsa tal. Pero, una vez pulsados todos los tal y cual que te ha indicado, te devuelve al punto de inicio y a la dichosa musiquilla capaz de conseguir que un loco se desquicie y un santo suplique arder en el infierno.


No le basta que le des a los números y a las dichosas almohadillas, porque si acuerdas nueva fecha con la máquina, tampoco ha de cumplirse ese día la entrega, pues la jornada convenida no se presentan porque puede ser viernes después de un jueves festivo local. Así que habrá que esperar al lunes, me digo, pero la historia se repite con o sin fiesta la semana entrante. Y de nuevo mi falsa ausencia, mi no presencia, la negación de mi estar, supongo que también la de mi ser. Y otra vez las llamadas telefónicas, que ya me niego a responder porque no me gusta tanta insistencia para ningunearme ni conversar con máquinas ni programas que, carentes por su naturaleza de cualquier emoción, no me escucharán ni se preocuparán de nada que no sea el repetirse una y otra vez, hasta el fin de los tiempos… No se cansan ni son mortales, yo, sí. Y más que aligerar y resolver, parecen creados para alterar el estado emocional de sus víctimas, para que claudiquen y se plieguen ante quienes los programan y manejan. Tales programas no me solucionan nada, ni tampoco escribir a la empresa que ha contratado los servicios de la mensajería “triple asterisco”; pues asumen lo que les dice esta y a mí me dicen lo que piensan que quiero leer en su respuesta. En fin, han de ser jueces de silla, lidiar con la empresa barata y al tiempo no perder al cliente, ya perdido porque está ausente…


Cuestiones de esta índole suceden a diario y tampoco parecen importantes, tal como marcha el mundo, pero, ya no se trata de la cuestión en sí, sino de la práctica del ninguneo del que somos víctimas inconscientes o conscientes, pero sin recursos reales para evitar estas y otras situaciones mucho peores que delatan que, a estas alturas de la historia, de tan especiales que nos dicen, ya somos “nadie”.

Imagen: Escuela de Cartertos (L’école des facteurs, Jacques Tati, 1947)

Siguiendo con el absurdo, después de sufrir varias situaciones de esta índole, me pareció que ya tenia suficiente por una larga temporada; así que me dije: “tal vez, cuando esté realmente ausente, cambie de parecer y les haga una visita en plan fantasma, mas, por ahora, solo quiero librarme de ellos”. Poco después, me pregunté a qué venía la idiotez de decir A cuando era B, porque la mentira, la que se hace pasar por motivo A, siendo B la realidad, no sé si atribuirla a la falta de profesionalidad o a la jeta, la cual es indudable a juzgar por mis experiencias y la de otros “esperantes” de una mensajería que haría que Hermes, de levantar cabeza, se echase las manos a ella, antes de liarse a martillazos con quienes denigran su rol divino de mensajero…


Hoy, jueves 5 de junio, tres días después del 2, continuo sin noticias de mi envío, como aquel que no las tenía de Gurp. Así que intento contactar con *** vía WhatsApp y me envían tres fotos, dos de mi portal (que habían enviado con anterioridad a la compañía que les había contratado, cuando les pidieron explicaciones), presuntamente del día 27 mayo, el supuesto primer intento, y del 2 junio, pero cuyas fechas bien han podido ser añadidas mediante programas como Photoshop o Canva, puesto que aparecen en un aparte bajo la imagen —que no permite más información que la de los pixeles—, por no decir que en ambas existe el mismo error: añadir un 0 a la identificación del seguimiento, uno inexistente en la referencia correcta. Extraña coincidencia, me digo, para dos días distintos, que se equivoquen ambos y sea la misma equivocación, ese 0 ubicado en la misma posición en dos instantáneas que presumen haber sido tomadas con seis días de diferencia. ¿Cuál es la probabilidad de que eso suceda? ¿Milagro o matemáticas? Aun sospechando la respuesta, solo para asegurarme de que es esa y no otra, compruebo el número de identificación con el 0 en la propia empresa, en su página web, y me dice “no se ha encontrado ningún albarán con la referencia tal”; cierto y pienso: tal vez ahora empiecen a decir alguna verdad…


No niego que llegasen al portal (ya lo hicieron antes, pues no es la primera vez que vivo esta situación con esa empresa), pero de timbrar nada (que también nada hicieron antes y hubo que esperar a que decidiesen hacer algo con ese botón hecho para ser pulsado). Del 27 de mayo no puedo decir, pues se salió de lo rutinario, pero el 2 de junio, jornada en la que inicio este relato absurdo, estuve todo el día aquí, como el resto de las mañanas de lo que va de semana. El 28 de mayo había acordado la entrega para el siguiente día laboral, que era el resacoso viernes “30/05”, que es la doble anotación (una de ellas tachada) a boli negro que puede leerse en el paquete, pero borrado del historial de “triple asterisco”. ¿Quién sabe el por qué de tan conveniente desaparición? Tal vez se habían dado cuenta de que el siguiente laborable tras un jueves festivo, sin puente de por medio, sea el lunes.


La tercera fotografía que me mandaron esta mañana es una pifia y una prueba de su talento. Muestra una hoja tipo Excel en la que se puede leer “Se muestran las llamadas de los últimos 180 días” y la información de una llamada del día 4 de junio, miércoles, a un teléfono que no es el mío y a una hora en la que no recibí llamada alguna, y una supuesta entrega a la persona de dicho número de teléfono (que repito no era el mío ni de ningún conocido), que, para no variar, está ausente. Tremenda manía la de este gente con ausentar al prójimo; como sigan ausentando se van a quedar sin clientes a quien declarar ausente o cerrado. Por mi parte, estaba en casa bien presente…


Tras su intento de hacerme dudar, con el envío de tres pruebas visuales que nada me probaban, la única solución que *** me proponía en el mensaje consistía en que fuese a buscar el envío a su oficina, que está a varios kilómetros de mi casa, en un polígono industrial en las afueras de la ciudad. Claro que sin coche, tendría que ir a pie, pero, y si no tuviese movilidad, ¿como iría? ¿Cómo un patricio romano? Imposible, me faltan la litera y los esclavos…


Supongo que me habrán tomado por analfabeto y que no podría leer las palabras ni los números de las fotos. Una vez más, al traste con aquello de que una imagen vale más que mil palabras. Pues dudo que haya imagen sin palabra, y palabra sin imagen.


No soy su único burlado, como supe tras consultar en un buscador y leer las opiniones de otros vacilados que corroboran lo que aquí escribo, y que apuntan que no somos nada especiales, sino del montón. En esto, la experiencia no ha sido del todo mala, ya que prefiero ser corriente a extraordinario, aunque sigue sin gustarme el ninguneo y no logro acostumbrarme a mi ausencia. Además, no ha sido del todo mala porque me tienta a escribir un relato de influencias kafkianas sobre el asunto. Puede que solo quede en estas líneas, pero la idea quizás diese para una comedia que, de estar vivos, elegiría a Ferreri o a Berlanga para que la llevasen a la pantalla, a poder ser con la inestimable colaboración de Azcona…


Horas después, para ofrecer una rápida conclusión a la historia, decidí acercarme a la oficina cargado de mala leche y acompañado por Billy Budd y Melville, muy interesado este en la psicología de sus personajes. Total solo eran tres kilómetros de ida y otros tres de vuelta a pie, pues ni tengo automóvil ni litera, ni siquiera un carro de vacas como el festejado por Xaquín Lorenzo, así que me puse la mochila a la espalda y caminé hacia el polígono industrial donde “triple asterisco” tiene su oficina.


Si bien sabía llegar a ese lugar pensado para que la gente vaya en coche, ya que este le permite soportar mayor carga de compra, desconocía la ubicación exacta de mi destino. Así que, una vez alcancé aquel laberinto de naves comerciales, tomé la decisión equivocada de girar a la derecha y adentrarme en la desorientación. Es decir, me perdí un poco, desorientación que aproveché para “cagarme” en todo y decirme que aquel era un lugar construido para los vehículos y no para los peatones. Sin señales que me indicasen dónde, sin apenas aceras sobre las que moverse, acompañado de mis dos colegas, uno reflexivo y el otro dicen que bello y silencioso, y de la certeza de que los responsables del lugar lo habían ideado para un coche mejor que para dos piernas, me dije que aquí ni un gigante como Gargantúa o un menguante como aquel increíble, en sus momentos mínimos de decrecimiento, seríamos alguien…


Finalmente, ya en la oficina, me preguntan si tengo el número del envío. Les contesto cuál quieren: el correcto o el que me envían en la foto y añado que también me enviaron una que nada tenía que ver conmigo. Y ya no dije más; solo permanecía a la espera del siguiente movimiento de mi antagonista. Observé un ligero rubor en su tez morena y un movimiento incómodo en la silla donde poco antes sentiría mayor comodidad, pero ni una disculpa ni un amago de ofrecerla. No esperaba más. ¿Cómo esperarlo, si con sus fotos ya habían demostrado que la ausencia era mía? “Espere un minuto, que voy a por sus paquete”, fue lo que me dijo. Continué en silencio; me parecía que ya había dicho cuanto podía expresar allí dentro sin invocar a Hermes, a poder ser acompañado de Ares. Solo quería que me entregasen lo mío y no volver a tener mas relación con *** ni con ninguna empresa que contratar sus servicios y sus vicios, que ya me llega con los míos…

No hay comentarios:

Publicar un comentario