jueves, 12 de junio de 2025

Sar, las cruzadas, “El señor Wilder y yo”

De paseo con Jonathan Coe y su novela “El señor Wilder y yo” por el compostelano barrio de Sar, cruzo el puente sobre el río, construcción de unos treinta metros de longitud que salvan el último obstáculo fluvial para los peregrinos de la vía de la Plata, y le digo a Wilder, también a Coe, a Iz y a Calista, que es una obra del siglo XII, a lo que el director y guionista de “El gran carnaval” comenta que hubo un tiempo en el que quiso hacer una película ambientada en el Medioevo, sobre las cruzadas, en la que los caballeros preparan su partida a Tierra Santa. El natural de Galitzia, de cuando Galicia, la otra, era austrohúngara, recuerda que las primeras escenas muestran a los cruzados cuidando los últimos detalles del viaje: revisan sus monturas y comprueban sus armas relucientes, además, en las imágenes que siguen, se aseguran de dejar a sus mujeres con el cinturón de castidad puesto y bien cerrado. Al alba, con las alforjas repletas de llaves y al son de su sonido metálico al entrechocar, los nobles cabalgan hacia donde el sol asoma en timidez, seguidos de sus vasallos, que trotan a pie. En todo caso, todos ellos parten hacia la gloria que piensan conquistar al tiempo que Jerusalén y no poca fortuna, convencidos de su fe y de su victoria, tranquilos porque sus esposas quedan protegidas de las tentaciones y de las invasiones bárbaras, censuradas por el duro, frío e incómodo metal de los cinturones. Wilder nos mira y sonríe, deja que vayamos absorbiendo sus palabras y, cuando ya nos cree preparados, comenta que el resto de la historia giraría en torno al cerrajero del pueblo, papel que asume a la medida de Cary Grant, que daría vida no solo al protagonista de la película, sino al hombre más popular y ocupado de la villa…


La anécdota sobre esa película nunca realizada por Billy Wilder, la leí en las memorias de Vincente Minnelli, “Recuerdo muy bien. Autobiografía”, pero no asoma por las páginas de Coe (ni así escrita en las de Minnelli), que sí cuenta otras que también tienen como base el humor de Wilder, aunque su novela no es una comedia, sino un acercamiento reverencial al responsable de “Uno, dos, tres” durante el rodaje de “Fedora”, una película que, rodada en Alemania, Grecia y Francia, supuso mucho esfuerzo y muchas ilusiones, también decepciones para un cineasta que fue de los que me convencieron en la niñez de que el cine no siempre ha de ser una ñoñez o mucho ruido, también pueden ser historias humanas y estas siempre tienen su pizca de comedia, de sueños, de tragedia, de estupidez, de alegría, de engaños y de drama…

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