Como el resto de los cineastas, Paul Schrader tiene mejores y peores películas, pero como solo unos pocos de su gremio, todas tienen algo interesante, aunque luego no se concrete el interés o la película se pierda en irregularidades que no se observan en sus mejores films. Las mejores de las suyas son, o suelen serlo, las que parten de guiones propios. En ellos desarrolla sus obsesiones, su visión del mundo y personajes psicológicamente condenados, en busca de redención, obligados a descender a los infiernos para liberarse. Pero, hablando de infiernos, ¿hubo alguno mayor que los campos de exterminio nazi, u otros como los estalinistas o los de los jeremes rojos de Kampuchea? En todos ellos se condenaba a una muerte casi segura, ya fuese violenta o debido a las condiciones de trabajos forzados, a las enfermedades derivadas de falta de higiene o al hambre. Basada en la novela El hombre perro de Yoram Kaniuk, Schrader no escribe el guion de Adam resucitado (Adam Resurrected, 2008), que fue obra de Noah Stollman, pero la dirige y la hace suya. Esto lo corrobora el estado emocional de su personaje central, el payaso más divertido de la Alemania anterior a (la eufemística) Solución Final que se cobró millones de vidas humanas y deparó que los supervivientes viviesen sin poder olvidar, viviendo con la sensación de culpabilidad por haber sobrevivido, tal vez gracias al artificio del que habla el payaso: <<la mentira que todos necesitamos para sobrevivir>>. Schrader expone la historia de Adam Stein (Jeff Goldblum) y la de los millones de víctimas desde el presente de 1961, que encierra en un sanatorio en el medio del desierto israelí donde han internado a supervivientes que no han logrado superar emocionalmente (al menos equilibrarlo con su presente) aquel pasado que el cineasta muestra en blanco y negro, un tiempo pretérito que, para él protagonista y millones más, implicó la pérdida de su familia y casi de su humanidad. En su caso, el comandante del campo (Willem Dafoe) le obligó, literalmente, a ser su perro; es decir a caminar a cuatro patas, a ladrar, a dormir en una jaula o pelearse con un pastor alemán por la comida. Adam sobrevivió aquel infierno criminal, pero, al tiempo, y en cierto sentido moral, también murió allí, de ahí que su encuentro con David (Tudor Rapiteanu), un niño que ha sufrido un condicionamiento canino similar al suyo, precipita su descenso a la parte oscura de sí, donde guarda las imágenes de aquel tiempo de horror y de pérdida. Ha de superar su culpa, abriendo una puerta a la redención y a la liberación tan presentes y necesarias en el cine de Schrader, un cineasta siempre en busca del interior humano de sus personajes emocionalmente heridos…
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