Entre 1953 y 1961, año en el que filmó El empleo (Il Posto, 1961), el film que lo situó en el panorama cinematográfico italiano e internacional tras recibir el premio de la crítica en el Festival de Venecia, Ermanno Olmi rodó unos cuarenta documentales para la empresa EdisonVolta. Durante ese periodo de cineasta aficionado, también realizó su primer largometraje de ficción: El tiempo se ha detenido (Il tempo si è fermato, 1958), en el que ya dejaba ver su interés por las personas de condición humilde (tal era también su origen), su tendencia al “documentalismo” —entendido el entrecomillado como la intención de recrear y documentar el momento humano vivido por sus personajes— e influencias del neorrealismo que, por entonces, ya era historia del cine, pues, su momento, empezaba a quedar atrás cuando, en 1953, el joven Olmi tomaba por primera vez entre sus manos la cámara de 16 mm que la compañía Edison había puesto a su disposición. Ya desde entonces y, claro está en su primer largo, las simpatías del cineasta son para las cotidianidades que sigue en la pantalla; en este film, la compartida por un joven estudiante y un guardia de mediana edad que deben aprender a aceptarse en el aislamiento, en la alta montaña donde superan distancias, aprenden a convivir y colaboran tras la avalancha (que sería un movimiento de nieve habitual en el entorno) o en la tormenta que les aleja, más si cabe, de la civilización. Olmi sitúa a sus personajes en los Alpes italianos, en invierno, cuando las obras de la presa se han paralizado, hasta que el tiempo atmosférico sea benévolo. Allí, a más de 2.500 metros de altitud, dos hombres guardan la obra, pero uno de ellos se marcha y otro llega para sustituirle. El cambio, como todo cambio que se precie de serlo, trastoca la cotidianidad anterior; en este caso, la de quien se queda.
De nuevo, son dos compartiendo espacio: el veterano Natale (Natale Rossi) y Roberto (Roberto Seveso), que ha llegado para sustituir al compañero con quien el primero ya tendría una cercanía de la que carece con el recién llegado. No lo conoce, tampoco sus costumbres y sus modos de hacer, y quizá de ser, que rompen el orden y la quietud creadas por Natale en un espacio que ha adaptado para sí (y para su anterior compañero), tal como Olmi detalla previo a la llegada de Roberto. La diferencia de edad indica un choque generacional —la música rock que escucha el joven y el silencio que escucha el veterano—, pero también se da el acercamiento entre los dos personajes y de estos con el medio. En este su primer largometraje, el cineasta lombardo combina documento y ficción o, dicho de otro modo, filma la relación humana y con el espacio como si ya fuese un gran maestro de la “docuficcion”, si es que el uso de este término sirve para acercarse a su obra. Olmi lo hace fácil, detallista, didáctico y también de un modo espléndido, con mirada y oído honestos, curiosos y sensibles, que no sensibleros; detalla lo que ve y oye, aunque sea la acción que crea y recrea para acercarnos a la intimidad cotidiana de esos dos vigilantes entre quienes se establece comunión.
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