A partir del súper ventas de Agatha Christie, Dudley Nichols escribió el guion con el que René Clair abandonaba (aparentemente) la comedia y la fantasía de Me case con una bruja (I Married a Witch, 1942) y Sucedió mañana (It Happened Tomorrow, 1944), sus otros dos grandes títulos estadounidenses, y se adentraba por primera vez en la intriga y el suspense. Con Diez negritos (And Then There Were None, 1945), el francés transitaba un género cuyas pautas, características, giros, trucos y rincones secretos conducen a una solución que ha de sorprender, contentar y recompensar la atención y complicidad del público, pero sus caminos parecen reducir libertad a la imaginación y a la inventiva. Se trata de un género que supongo menos generoso que la comedia, vista esta como espacio abierto al caos, al absurdo, a dar un paso más allá, tropezar y caerse o lograr mantener el equilibrio y continuar avanzando burlándose de sí misma, de su época y también de nosotros, que nos damos excesiva importancia y acabamos siendo una caricatura de quienes realmente somos; quizá la que sospechemos que son los otros. La intriga es el género de la sospecha. No se trata que sea mejor ni peor que otros géneros, la mayoría son híbridos, sino que el suspense se ancla en su finalidad y la comedia se abre a ser todo y nada; es principio y fin. Rabelais y Cervantes lo advirtieron y la emplearon, dando origen a la novela moderna. Lo mismo o similar podría decirse de Kafka o Vonnegut en el siglo XX. En ninguno caso podrían haberlo hecho, de haber escogido el misterio e intentar explicarlo y resolverlo a lo largo de las páginas, pues estoy convencido de que escribir para crear suspense, y buscando la solución al mismo, les habría limitado. A nadie escapa que el espacio cómico es ideal para risas y dramas; o acaso lo planteado por Clair en Viva la libertad (À nous la liberté, 1931), por Chaplin en Tiempos modernos (Modern Times, 1936), por Sturges en Los viajes de Sullivan (Sullivan’s Travels, 1941), Wilder en El apartamento (The Apartment, 1960), Berlanga en Plácido (1961), ¿no resulta cómico, dramático, divertido, patético, irreal y realmente humano?
Crítica, autocrítica, banalidad, ruptura, exageración, negrura, gags, mirada festiva, fuga de la realidad o sátira de la misma, para insistir en algunos de sus aspectos, y tanto como quien la emplee quiera, aunque, mayoritariamente, quienes la caminan repiten patrones y desaprovechan su flexibilidad; ¿qué no tiene cabida en la comedia? En el cine de Clair lo cómico es lo natural, ya fuese en sus dos etapas francesas o en la anglosajona de entremedias. En la mayoría de las ocasiones, sobre todo, en su primer periodo —más abierto a los cambios y a los riesgos formales, pues el momento empujaba a ellos—, no se quedaba en zona común y probaba. En cuanto al suspense, por lo general, parece ceñirse a una serie de situaciones que, si bien pueden variar según quién lo emplee —Hitchcock, con su sentido del humor y su capacidad narrativa, y para generar sospechas y sospechosos, era un maestro en jugárnosla—, no invitan a romper sus límites genéricos, pues no puede escapar de su condición ni de la necesidad-exigencia de plantear una intriga desde la cual generar tensión y misterio, aunque este solo logre funcionar en superficie. Al público suele agradarle tal propuesta porque le atrapa en un juego inofensivo que no le exige ni juzga su intelecto, ni le obliga a otro pensamiento que el de pensar resolver el misterio. Incluso bien llevado, el suspense atrapa al espectador en un espacio cinematográfico fiel a su condición de producto entretenimiento; es decir, entretiene de principio a fin. La comedia no es limitante. No cierra sus puertas, se abre a las posibilidades, puesto que todo puede ser fuente de inspiración para ella y se encuentra en disposición para romper sus formas.
Clair parece consciente de que el género cómico es su medio y por ello lo introduce en un espacio restringido y acotado como el de su ultima película en Estados Unidos, pues tras Diez negritos regresaría a Francia e iniciaría su segunda etapa francesa; la que parte de la crítica de entonces señaló como la de su declive. No obstante, contrario a esa voz crítica, no la considero desafortunada, aunque en ningún caso supere lo ya hecho por el cineasta francés antes de iniciar su aventura anglosajona. Su llegada a Hollywood se produjo después de pasar por Reino Unido, donde rodó dos comedias cuyos resultados pueden considerarse satisfactorios e incluso espléndidos, pero no evolucionaron su carrera cinematográfica. Quizá ya había alcanzado su tope cuando filmó El fantasma va al oeste (The Ghost Goes West, 1935) y Break News (1938), aunque no lo creo, vistas películas posteriores como las nombradas al inicio del texto. Clair se adaptó a la industria hollywoodiense, que se mostraba reacia a asumir riesgos —todavía hoy prefiere caminar por pasos dados y jugar sobre seguro—. Así que Clair filmó Diez negritos sin escapar de lo establecido, pero tampoco quedándose en lo esperado, sino haciendo gala de su oficio, de su elegancia y de su gusto por lo cómico; preferencia que, en su contacto con la intriga, la intención de introducir humor en el suspense o quizá suspense en el humor que el cineasta ya emplea desde su mareante inicio de fiesta, en la motora que conduce a la isla donde se desarrolla este film con el que rompe márgenes genéricos sin traicionar a la intriga ni a la sospecha, ni al sentido del humor (negro) ni a la caricatura que se respiran en el ambiente…
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