La primera de las dos colaboraciones de Alexander Mackendrick con el guionista estadounidense William Rose —la segunda, El quinteto de la muerte (The Ladykillers, 1955), se rodaría al año siguiente— dio como resultado La bella Maggie (The Maggie, 1953), cuya comicidad, irónica y entrañable, nace de la humanidad de sus personajes y de la contraposición entre la calma que se respira en la embarcación que da título al film y la prisa que define a Calvin B. Marshall (Paul Douglas), el empresario estadounidense que, tras perseguir la embarcación en avión, taxi o por teléfono, acaba formando parte de la tripulación, aunque de manera accidental y a disgusto. Pero a bordo de esa pequeña y vieja barcaza, que amenaza con dejar sus piezas sobre las aguas del Clyde, de la costa o de lagos escoceses, Marshall vive una experiencia inolvidable que, aparte de hacerle sentir ridículo y perder su mercancía, le permite comprender aspectos de la vida que ha pasado por alto y que afectan a sus relaciones personales. Su velocidad a la “americana”, similar a la que Jacques Tati satiriza en su cartero de Día de fiesta (Jour de fête, 1949), le ha deparado fortuna, aunque, a cambio, le ha restado tiempo a su vida personal e impedido instantes vitales para dedicar a su relación matrimonial o a cualquier otra que no sea su negocio. La barcaza y su patrón, el capitán McTaggart (Alex Mackenzie), son lo contrario al empresario estadounidense. No tienen prisa. Ambos encallan sin ver en ello ninguna tragedia, la una cuando baja la marea y el otro cuando aprovecha la presencia de un bar donde le sirvan una pinta. McTaggart es todo un personaje, un viejo lobo de río, lago, mar y pub, que se encuentra en una situación delicada y, para no perder su Maggie, se las apaña para confundir a Pusey (Hubert Gregg) y que este les contrate para transportar con “urgencia” la mercancía que Marshall quiere llevar de Glasgow a Kilterra.
miércoles, 16 de febrero de 2022
La bella Maggie (1954)
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