sábado, 12 de febrero de 2022

El cangrejo-tambor (1977)


La ilusión del joven Pierre Schoendoerffer era vivir aventuras, posiblemente influenciado por sus lecturas de Joseph Conrad o Herman Melville, y ser cineasta. Dicha meta o sueño le llevó a enrolarse en el ejército francés, ya que la institución militar le ofrecía la oportunidad de viajar a Indochina y formar parte de la sección cinematográfica. Así, Schoendoerffer viajó a la península del Sudeste asiático en 1952 y cubrió la Guerra entre el Vietminh y las tropas francesas durante dos años; hasta que en 1954 fue hecho prisionero. Liberado tras el conflicto, no dudó en continuar su labor de reportero en Argelia, donde vivió otro conflicto colonial. Pero fue en Afganistán donde, junto a Jacques Dupont, rodó El desfiladero del diablo (Le passe du diable, 1958). Era la primera película de la obra cinematográfica de un realizador diferente a cualquiera de los directores franceses que debutaron por entonces. A diferencia de los miembros de la nouvelle vague, a Schoendoerffer no le interesaba reinventar el cine, digamos que su objetivo era menos artístico, más aventurero, documental, crítico y quizá nostálgico, como parece confirmar su filmografía. Sus intereses eran retratar el ocaso colonial francés (Indochina y Argelia están presentes en su obra) y el drama de la guerra, tanto en documentales como en ficciones, fuesen estas literarias o cinematográficas. Sus películas tienen en común el colonialismo, el conflicto indochino y personajes aventureros, que se hermanan con los de Conrad, entre los que él mismo podría incluirse. En 1976, la Academia Francesa premió su novela Le Crabe-Tambour y, al año siguiente, él mismo la adaptó a la gran pantalla con Jean Rochefort, Claude Rich, Aurore Clément, Jacques Dulfinho y Jacques Perrin, cuyo personaje da título al film y a la novela, en los principales papeles.



Lo dicho en relación a la influencia de Conrad parece afirmarse en este personaje y en el pequeño homenaje que Schoendoerffer brinda al autor polaco en el plano de El cangrejo-tambor (Le crabe tambour, 1977). El realizador encuadra El negro del Narcissus, novela que el capitán (Jean Rochefort) deja sobre la mesa cuando el doctor (Claude Rich) y él empiezan a hablar de un tercer personaje que, ausente, resulta común a ambos. Este personaje, conocido común, les permite intercambiar recuerdos y evocar una realidad ya inexistente. Sus evocaciones y las imágenes del pasado confieren a Willsdorff (Jacques Perrin) un aire legendario que le acerca a los Lord Jim y Kurtz, de Conrad, y al “rey” de Adiós al rey, novela escrita por Schoendoerffer —y que John Milius adaptaría a la gran pantalla en 1989. La vitalidad se observa en los recuerdos desaparece en los momentos que se desarrollan en un presente frío, de tonalidad azulada y gris, que los detalles —la radio emitiendo noticias de altercados en Londonderry/Derry, la canción Kashmir de Led Zeppelin en el bar o la notificación de la caída de Saigón— ubican en 1975. El teniente Willsdorff, apodado el cangrejo-tambor, es al tiempo un hombre y un fantasma, alguien mitificado, testigo y protagonista de la historia —prisionero de los vietnamitas y de los argelinos, y condenado a veinte años de prisión por el ejército francés— a quien el doctor y el capitán buscan en el presente, aunque lo hacen por distintos motivos. Las conversaciones entre estos oficiales de la marina francesa, y del doctor con el jefe de máquinas, permiten al cineasta establecer dos tiempos narrativos, presente y pasado, lo cual permite conocer la expulsión de los franceses de Indochina, el Pustch de los generales, en abril de 1961, y el final del colonialismo francés, desde 1948 hasta 1975, con la despedida en alta mar entre el cangrejo tambor, el doctor y el capitán moribundo que le buscan para poner fin a un ciclo que concluye en ese instante.




No hay comentarios:

Publicar un comentario