viernes, 18 de febrero de 2022

Alba de América (1951)


El alba se relaciona con el nacimiento de un nuevo día, que quizá depare la misma cotidianidad de ayer y de mañana, pero al pensar en el título Alba de América (1951), tal natividad señala el florecer de un nuevo mundo que no podrá ser nuevo, ni para quienes llevarán consigo viejas costumbres y los vicios de siempre, ni para quienes ya lo habitan, pues es su hogar: la tierra que conocen y con la que se identifican. El subtítulo (Cristóbal Colón) elimina cualquier duda respecto al argumento de esta superproducción Cifesa, pues con tal orgullo la empresa valenciana, por entonces la más poderosa del cine español, anuncia la biografía colombina previa al arribo americano del ambicioso soñador interpretado por Antonio Villar, cuya solemnidad imposta y dramatismo exagerado restan cualquier atractivo que pudiese tener un personaje de diálogo cansino y de excesiva teatralidad, como también excesiva resulta en las figuras de los reyes católicos, de los que se pretende majestad. Orduña alaba la entrega de los monarcas en la toma de Granada (que pondría fin a más de siete siglos de reconquista) y su importancia en la empresa que el marino genovés logra poner en marcha siete años después de su llegada a Castilla —en compañía de su hijo— guiado por su sueño de reconocimiento, riqueza e inmortalidad en la Historia, un sueño largamente perseguido y que se materializa cuando pisa la isla Guanahani en octubre de 1492.



<<Los ingleses habían hecho “Cristóbal Colón” en color con Fredric March de protagonista, en donde el Rey Católico era un muñeco al que Colón abofeteaba, se ponía en ridículo a la reina, se denigraba a España y a la gesta, no de Colón, sino de los Reyes Católicos. El Rey Católico perseguía a las doncellas de su esposa, etc. En vista de lo vergonzosa que era la película, y de que se había comentado mucho, el Gobierno Español, por mediación del Consejo de la Hispanidad, concibió la idea de hacer una película, en que se desagraviara la figura de los Reyes Católicos, y que fuera auténtica y rigurosamente histórica>>, que no lo es, como enseguida apunta Orduña en la misma entrevista con Antonio Castro.1 <<Había algo de fantasía, pero es que yo siempre he opinado que las películas históricas, para que sean verdaderamente soportables, deben de tener un veinte o un treinta por ciento de rigor histórico y del setenta al ochenta por ciento de apuntalamiento de fantasía>> Si hacemos caso a tal porcentaje, el cine histórico es fantasía, y, ciertamente, así lo es; no solo el rodado en España, sino prácticamente todas las ficciones históricas. Pero dotar de fantasía a la historia no la hace más atractiva. Se precisa algo más, y Alba de América carece de ese algo, carece de vitalidad. Ninguno de sus personajes logra escapar del diálogos y movimientos acartonados. El ejemplo más claro es el protagonista, a quien le falta el latir del corazón y la sangre en las venas, de hecho, ningún personaje parece representar vida. Semejan marionetas y el caso de Colón no es exclusivo, aunque, debido a su mayor protagonismo, sí el más insistente. De tanto llorarlo, su sueño de gloria y su secreto —que dice guardar y que le confirma la existencia de una ruta a Asía por poniente— resultan los más cansinos de un conjunto que ya asoma en la pantalla cansado, seguido de la beatitud de la reina (Amparo Rivelles), del sentido lógico del rey (José Suárez) y de la manipulación de Isaac (Manuel Luna), el banquero a quien, junto al francés Gastón (Eduardo Fajardo), se le concede el rol negativo de esta película de Orduña y Cifesa en la que al navegante protagonista le mueve la ambición de fama y riqueza que nombra en cuanto la oportunidad asoma. Pero su sueño de grandeza carece de importancia para la marinería que al inicio del film se amotina y amenaza a Colón, quien impotente ante el hecho, deja que Martín Alonso Pinzón (José Marco Davó) le defienda ante la tripulación. El marino castellano toma la palabra y reprocha a la marineros su comportamiento, antes de recordarles la llegada de Cristóbal a Castilla. Así, ya con el héroe en alta mar, Orduña retrocede en el tiempo para contarnos la situación de la corona castellana y la aragonesa, cuya prioridad es la en la guerra de Granada. Ese telón de fondo bélico, en ocasiones escenario protagonista, transitado por el navegante también es el tiempo que apunta el dominio marino de Portugal, que navega su destino por el Atlántico, bordeando el contiene africano, océano al que la corona castellana mira cuando concluye la reconquista. Es en ese instante cuando, imitando a sus vecinos, toma la delantera con Colón, que arriba a la isla de San Salvador sin saber si es Cipango, Catay, la India o una tierra de la que nunca ha oído hablar. Sea como sea, ese momento inicia la expansión europea hacia el “nuevo” continente e implica consecuencias que no tienen cabida en Alba de América, un drama biográfico que, buscando ensalzar la figura del navegante genovés, de Isabel y Fernando, consigue que la historia de Colón sea mucho más aburrida que la de Locura de amor (1948), el film de Orduña que puede considerarse referente de este tipo de producciones históricas que de aquella manera ensalzaban y fantaseaban el pasado español para, quizá, dar lustre al presente.


1.Antonio Castro: El cine español en el banquillo. Fernando Torres Editor, Valencia, 1974.

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