<<Malick, aunque muy americano, es una persona de cultura universal, conoce la filosofía, la literatura, la pintura y la música europea. Por ello es un hombre entre dos continentes, y cinematográficamente pertenece a la misma familia artística de Rohmer y Truffaut>>. La doble influencia de la que habla Néstor Almendros en Diario de una cámara se aprecia en Días de cielo (Days of Heaven, 1978) en el espacio natural y el reparto protagonista, ambos norteamericanos, y en su concepción más europea, sin las prisas de la industria de Hollywood, deteniéndose en las interioridades y las emociones que priman la reflexión y la abstracción sobre la acción y el espectáculo. Malick, al igual que Paul Schrader o David Lynch, es un cineasta en las antípodas del infantilismo cinematográfico que alcanzó su máxima expresión en la segunda mitad de la década de 1970 y en la siguiente, con los Spielberg, Lucas y otros cineastas estadounidenses que crecieron y se formaron dentro de la cultura popular de la década de 1950, la cultura de la evasión y consumo, de la televisión, del cine hecho para adolescentes, de la publicidad, del sueño y del mito del héroe norteamericano. La cultura de Malick, así como sus influencias filosóficas —cabe recordar que no estudió cine, sino que se doctoró en Filosofía—, son más complejas, existen entre esos dos mundos señalados por Almendros, a quien se debe gran parte de la espléndida fotografía de Días de cielo. La suya no es la cultura de la inmediatez, sino de un existencialismo indeterminado que pregunta y duda, pero que no encontrará respuestas definitivas que determinen un rumbo fijo.
Los personajes de Malick no son ni héroes ni villanos, son individuos y, tras su largo paréntesis de inactividad cinematográfica —entre 1978 y 1997—, reflejos del pensamiento del cineasta. Unos y otros viven en conflicto, escapando y buscando un paraíso o espacio que existe entre la naturaleza y el pensamiento; inevitablemente la existencia de tal lugar es un suspiro que pronto se aleja de ellos. Ese espacio son los propios personajes, es su contacto con el medio y con aquellos hombres y mujeres con quienes se relacionan. Podríamos llamarlo un paraíso y, como todo paraíso soñado o anhelado, está condenado a desaparecer. En Días de cielo ese paraíso se ubica en una granja donde Bill (Richard Gere), Abby (Brooke Adams) y Linda (Linda Manz), la hermana de Bill, llegan después de salir de Chicago, donde el primero trabajaba en una acería de la que debe escapar tras golpear al capataz. La siguiente escena muestra un tren repleto de hombres y mujeres que viajan hacia un destino incierto, solo buscan un nuevo lugar, quizá un nuevo inicio o una parada hasta reemprender el viaje. Son trotamundos, sin empleo fijo y marginados, algunos son jornaleros, todos son mano de obra potencial para los patrones y capataces que acuden a contratarlos para recoger la cosecha de trigo. Cada viajero tiene sus pensamientos, sus recuerdos, sus esperanzas o sus fantasmas, pero a Malick solo le interesa escuchar los de la niña que narra las impresiones y los recuerdos de aquellos días bajo el cielo, quizá los más libres que haya experimentado jamás. En Linda, el cineasta introduce una voz en off que, como la joven de Malas tierras (Badlands, 1973), parece distanciarse de lo que vive y sucede a su alrededor, porque su existencia vive en otro momento diferente del evocado. Las voces en off y los pensamientos audibles se repiten en el cine de Malick y en Días de cielo funciona menos forzada que en la mayoría de sus films posteriores. Desde su memoria tenemos acceso a ese instante de intimidad de personajes perdidos o desorientados que viven en la búsqueda del amor, escapando de la soledad, o cargando culpas. Viven en su humanidad, en la sublimación de la misma, y esto se debe a que a Malick sigue la senda iniciada en Malas tierras, le interesan los desheredados. Sus personajes son parias que viven en la ausencia o expulsados del paraíso que llegan a tocar pero que se consume, como le sucede al cuarteto protagonista, tras vivir sus días de cielo.
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