<<Ninguno de ellos imaginaba el destino que esperaba a la Unión Soviética, aún menos lo que le reservaba a la ciudad modelo de Stalingrado con sus plantas de ingeniería, parques municipales y sus altos bloques blancos de apartamentos que miraban a la otra margen de gran Volga>>
(Antony Beevor: Stalingrado)
Días y noches (Dni i nichi, 1944) se abre con imágenes del Volga y la barcaza que, arrastrada por un barco vapor, transporta a decenas de soldados rusos a la orilla de la ciudad situada. En ese instante, las bombas alemanas caen para confirmar la amenaza que Aleksandr Stolper aprovecha para presentar al héroe y a la heroína de la historia, que representan la entrega y la lucha de los miles de soviéticos anónimos que pelearon, murieron o sobrevivieron, durante el sitio de Stalingrado, donde se produjo la primera batalla urbana de la historia. Los personajes resultan difíciles de creer, ya que no se pretende dotarles de emociones veraces sino hacer de ellos imágenes o iconos que ensalcen y canten el espíritu que vence al invasor, al cruel enemigo que ha osado mancillar y llenar de sangre el suelo patrio. Esta es la primera ficción en detallar la batalla, lo hace en las calles, en edificios en ruinas o a orillas del río. No hay derrotismo, tampoco se observa carestía —siempre hay un plato lleno y caliente, así como bebida para acompañar las canciones; y si hay dolor y muerte, no se pierde la sonrisa, ni la fe en la victoria, y se sigue adelante. En ese Stalingrado, el capitán Saburov (Vladimir Solovyov) y Anya (Anna Lisyanskaya) viven su idilio entre ataque y ataque, entre heridas y camaradería, pero es un idilio que no puede prosperar porque existe un enemigo que lo impide. Los días pasan y el ejercicio rojo resiste, se sobreimpresionan las fechas hasta alcanzar la noche del dieciocho y la madrugada del diecinueve de noviembre: es el principio del fin de los alemanes, y el final de la retirada soviética. En ese punto límite concluye el film de Stolper, que adaptaba por tercera vez una obra de Konstantin Simonov, por entonces, un escritor muy popular, y también el responsable del guion de esta película de propaganda bélica en la que los oficiales como el coronel Protsenko (Lev Sverdlin) son paternales en un grado poco menos que increíble, pero la historia funciona sin altibajos, en este caso, plana, y encuentra su mejor baza en la recreación de los escenarios donde se produjo la que muchos consideran la batalla más importante y sangrienta del siglo XX.
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