La sátira, cuyos gags se suceden vertiginosos desde su primer minuto, se inicia con la sucesión de planos en un torneo de ajedrez. Son imágenes de jugadores y público, de hombres, mujeres y la niña que, ansiosos y febriles, presencian el campeonato en directo. Estas imágenes introducen la epidemia ajedrecista o, si se quiere, el sinsentido que cobra sentido en la realidad, cuando la "locura" se propagó entre la población moscovita durante la celebración del Torteo Internacional de Ajedrez en el que participaba el campeón mundial, el cubano José Raúl Capablanca, a quien se observa en la primera imagen del film. Este es el punto de partida aprovechado por Pudovkin y Nikolai Shpikovsky, suyo fue el guion, para exponer el <<juego de los sabios>> desde una perspectiva cómica e irónica que convierte al ajedrez en la contagiosa obsesión que se apodera de las masas. La moda arrasa en el recinto y en las calles, por donde se propaga cual fiebre que impide pensar y actuar fuera de la propia moda. Esta iguala al policía con el delincuente, al bebé con el abuelo; en definitiva, homologa y se apodera de cualquier transeúnte. Todos sucumben, salvo Vera (Anna Zemtsova), la joven que desespera mientras aguarda a que su prometido (Vladimir Fugel) haga acto de presencia. En una escena anterior, lo descubrimos en su cuarto, despeinado, desencajado en su impaciente ir y venir de un extremo a otro de la mesa donde juega contra sí mismo -lo hará a lo largo del metraje, pues existe una rivalidad interna entre el jugador y el amante-. Mueve las figuras sobre el tablero que acapara su total atención y pasión. No recuerda su cita con Vera, ni que es el día de su boda, tampoco que su habitación y su ropa rebosan gatos. Uno de los felinos provoca que descubra la nota donde lee la fecha del enlace. Su estado empeora, además, ante él, se abre la disyuntiva entre dos amores. Finalmente, se decide y abre la puerta de su armario. ¡Sorpresa! Solo contiene libros sobre el juego y el zapato que se calza antes de salir hacia su destino.
El montaje ha generado la sensación febril que anuncia La fiebre del ajedrez, pero son las situaciones las que desatan la comicidad e hilaridad que acompañan el tránsito a la casa de la novia. Durante este intervalo de magníficos gags que retrasan la llegada de muchacho, los responsables del film juegan con las imágenes, con los encuentros y con el espacio nevado. Emplean la burla y el humor y exponen a una población, incluido el bebé del carrito, entregada al ajedrez. Todo resulta caricaturesco, satírico, cómico, desde la secuencia de los carteles que publicitan el campeonato, y que alguien pega en una farola mientras el protagonista ve como a él se los quitan de las manos, hasta que se presenta ante su novia, pasando por la atracción magnética ejercida por el letrero de un escaparate. Este anuncio, que apela a una partida, ejerce sobre el protagonista una atracción que escapa a su control, como muestra el retroceso de las imágenes. El héroe había pasado de largo, sin embargo su pasión ajedrecística lo reclama y lo atrae hacia el local. Más espera y mayor desesperación en la heroína que, poco después, cuando por fin llega el novio, le muestra su malestar. El momento posee una comicidad innegable. Ella lo rechaza, él pide perdón. Él se arrodilla e implora, ella niega. Él saca un pañuelo de su bolsillo, ella ya parece dispuesta a perdonarle, pero él, en su mente descontrolada, ve las cuadrículas del estampado y no puede evitar echar una partida consigo mismo. Es la gota que colma la paciencia de Vera, quien, en su frustración justificada y monumental, arroja por la ventana todo lo relacionado con el ajedrez: libros, piezas, tableros de todos los tamaños, que caen en manos de nuevos obsesos que lo dejan todo para dedicarse a mover las piezas; incluso el invidente puede ver que en sus manos ha caído un manual que no pretende desaprovechar. La diversión y el ingenio dominan cada plano de La fiebre del ajedrez, cuya escasa media hora de metraje no tiene desperdicio, que avanza sobre el tablero de la risa, poniendo trabas en el amor de la pareja que decide separarse y, cada uno por su lado, poner fin a sus vidas. En su determinación, la heroína acude a la farmacia donde el empleado —atrapado en una partida— le entrega una pieza del juego en lugar de veneno, y el héroe se sienta sobre el puente desde donde piensa arrojarse a las frías aguas, pero ¿y si el amor es más fuerte que el ajedrez? Esa es su última esperanza.
Genial. Me descubres películas recónditas y las diseccionas con una precisión puntillosa
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