Desde los orígenes cinematográficos apenas se han producido rupturas, una vez establecidos y desarrollados los recursos cinematográficos, aunque se haya hablado de formas rupturistas casi indiscriminadamente. Sí hubo y hay evolución e involución constantes, también cineastas diferentes, pero de ahí a hablar, un día sí y otro también, de una revolución "copernicana" en el cine media un abismo que Joker (2019) y otros estrenos recientes no pueden salvar, ni con la ayuda del empuje popular. La película de Todd Phillips se anunció como un film que rompía con lo anterior, cuando en realidad no rompe con nada, pues, tras su imagen de propuesta a contracorriente o políticamente incorrecta, esconde el conformismo al que se suma su personaje, el cual no persigue ni el caos ni romper con el orden, tampoco construir nuevos valores; de modo que el nihilista que asume ser cuando dice <<no creo en nada>> es la pose tras la que esconde, quizás, su ausencia de ideas, su victimismo. Arhur Fleck (Joaquim Phoenix) busca vengarse de la sociedad de consumo en la que no ha encontrado un minuto de felicidad en su vida. Pero, disculpen peros y preguntas, ¿a qué llamamos felicidad? Y de haber sido aclamado, o de sentirse aceptado y querido, ¿habría sido la misma persona o pensaría de otro modo, y en consecuencia actuaría de distinta forma? La sociedad en la que vive Alfred, y que al tiempo lo ignora y lo golpea, posee un concepto de felicidad e infelicidad, entre otras cuestiones, que enlaza con la huida del uno, de los problemas colectivos e individuales que le atañen, al menos le invita a no analizar las causas y las responsabilidades propias, a no plantear soluciones constructivas que puedan llevar a alguna parte. Sospecho que la supuesta felicidad a la que ya no aspira el protagonista se confunde con un objeto, o una posesión material, que cobra cuerpo en el momento en el que se logra el placer individual y el acomodo social, que son asumidos como eternos. Es una postura quizá simple, quizá fruto de la necesidad de creer lo que se les ha vendido, de sentir la aceptación del otro y de poseer los bienes a los que los Fleck no tienen acceso. El sufrimiento del personaje, a quien la madre (Frances Conroy) llama familiarmente "happy", está relacionado con la ausencia de esa felicidad, con su imposibilidad de un intangible que se confunde con esa posesión material a perpetuidad. Por un motivo u otro, a Arthur se le niega la comodidad y la idea de seguridad-control, se le niega una existencia placentera y, frente al desengaño, se agudiza el desequilibrio y el dolor. Todo se tambalea, en su interior y en el exterior, donde las quejas se dejan oír por las calles de Gotham, aclamando al ídolo que las masas desfavorecidas crean no por una mejora social, sino por el derecho a vivir en el confort y el conformismo hedonista que ven peligrar, y que han sido potenciados por los medios de comunicación, entre otras fuentes de alimentación y de control.
Puede que Joker sea un paso adelante, pero lo es en la carrera de Phillips, aunque tampoco esto era difícil, si observamos que, salvo la satírica Juego de armas (War Dogs, 2016), su filmografía previa permanece inamovible en un mismo punto: la comedia supuestamente gamberra. Aquí sí podría hablar de una ruptura, de un film distinto a lo anteriormente realizado por el cineasta. Phillips se apoya en dos niveles narrativos: la realidad y la fantasía del personaje interpretado por un histriónico Joaquim Phoenix. Su Arthur ni es subversivo ni el profeta de un nuevo orden, tampoco lucha por reducir las miserias o injusticias sociales ni por despertar la solidaridad entre los distintos miembros de la sociedad, pero sí despierta el populismo con sus actos. Simplemente es la víctima de un pasado oscuro, violento y doliente -ya visto en otras producciones como recurso que conecte al personaje con el público-, y de un presente donde su desequilibrio es la suma de la soledad, la humillación, el desengaño, la exclusión y el sufrimiento, señalando el origen de su aflicción perenne en la sociedad -familia, clases sociales, trabajo, medios de comunicación, instituciones, economía de mercado,...- que lo rechaza, hiere y denigra sin miramientos. Los responsables del film justifican a su protagonista con una vida de condena y, así, apelan a la comprensión y a las simpatías de parte de quienes lo observan bailar mientras desciende las escaleras, celebrando su liberación de Arthur y su trasformación en Joker. Este instante adquiere luminosidad y colorido, pues su tragedia pasa a ser la comedia que abraza para dejar atrás la oscuridad, los golpes y el cansancio que lo acompañan cuando sube esas mismas escaleras, grises e interminables, al inicio. La metamorfosis del personaje señala el chiste, aquel que le lleva de la nada, de su inexistencia, a existir, a ser el centro de atención que tanto ha deseado en su fantasía: soñando su relación con la vecina (Zazie Beetz) o acaparando focos en el programa televisivo de Murray Franklin (Robert De Niro). Con la presencia de este personaje y de De Niro, Joker enlaza de forma directa con El rey de la comedia (The King of the Comedy, 1982), pues el presentador y humorista al que da vida De Niro -en un papel similar al de Jerry Lewis en el film de Scorsese- se convierte en parte de la fantasía de Arthur, quien, a pesar de asegurar que <<solo tengo pensamientos negativos>>, sí fantasea momentos positivos. Su comportamiento es su respuesta frente a la imposibilidad de materializar su sueño de aceptación y de éxito, aquel que le han vendido como felicidad. Es su fantasía, su tragedia y su comedia, el ser alguien, en respuesta a su duda de <<me he pasado toda la vida sin saber si existo. ¡Pero existo!>>, y, como consecuencia de este descubrimiento, da el paso de payaso a Joker, del individuo que cree en la felicidad al que se libera de esa idea. Pero hay algo en todo ese proceso que no me convence, que me impide establecer conexión con lo que veo en la pantalla, sea porque noto un exceso de enfatizar lo dicho y de condicionar lo expuesto, por la innecesaria explicación de que parte del film transcurre en la mente de Arthur -con la inclusión de breves flashbacks- o , culpa mía, por no creerme al personaje y su viaje sin retorno (para él liberador), aunque este me recuerde a los de Travis Bickle en Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), de la que Joker y Phoenix beben sin disimulo, D-Fens en Un día de furia (Falling Dawn; Joel Schumacher, 1993) o el narrador de El club de la lucha (Fight Club; David Fincher, 1999).
Simplicidad a todos los niveles, desde el guión, maniqueo hasta decir basta, hasta la pobre puesta en escena. Esta película no es más que un vehículo para el lucimiento de una estrella hollywodense, que sí, que no lo hace malo, pero sinceramente no es para tanto. Fuí uno de los que la vió de estreno y en V.O:S:E. pero ni por esas, demasiado pobre. Cuando oigo y leo comentarios de la supuesta "subversión" de esta cinta y lo que ella significa pienso que quizás ví otra.
ResponderEliminarEntonces, creo que vimos la misma. Vi mucha fachada, oí mucho ruido de fondo, pero ni vi ni escuché nada que me hiciese sentir que estaba ante una buena película.
EliminarSaludos