Desquiciada como el espacio humano por donde Lola (Franka Potente) corre y corre en busca de cien mil marcos que salven de la muerte a Manni (Moritz Bleibtreu), la cámara sigue a la protagonista femenina y se detiene momentáneamente en quienes se cruzan en su camino para desvelarnos, mediante breves foto-montajes, diferentes posibilidades de futuro. Pero, más allá del entretenimiento y de su constante movimiento, visual, musical y verbal, Corre Lola, corre (Lola rennt, 1998) prescinde de forma consciente de las preguntas que llevan a otras y estas a otras, cuestiones existenciales que nos conducen a la primera y de las que se nos habla solo durante y entre la multitud que abre la película. En ese instante alguien golpea la pelota y comienza el juego y las dudas filosóficas dejan su lugar al azar, como parte principal de nuestras vidas, y a las casualidades que, como la de Mercedes en La vida en un hilo (Edgar Neville, 1945) y Witek en El Azar (Przypadek; Krzysztof Kieslowski, 1981) -quizá haya quien quiera añadir la irregular y contemporánea Dos vidas en un instante (Sliding Doors; Peter Howitt, 1998)-, conceden a Manni y Lola variables que trastocan sus existencias. En la muy recomendable La insoportable levedad del ser (Nesnesitelná lehkost bytí, 1984), el escritor checo Milan Kundera escribe que <<nuestra vida cotidiana es bombardeada por casualidades, más exactamente por encuentros casuales de personas y acontecimientos a los que se llama coincidencias>>. Dichas coincidencias marcan el devenir de cada una de las tres oportunidades vitales de Lola y Manni, en las que todo parece igual que en la anterior, aunque no lo es, pues una zancadilla o un salto en la escalera suponen perder o ganar segundos que cambian los <<encuentros casuales de personas>> y los hechos que Tom Tykwer expone en tres momentos similares que se repiten con diferencias sustanciales que los hacen distintos. Pero, al contrario que la mujer interpretada por Conchita Montes en el film de Neville, a la que descubrimos en dos vidas diferentes, y el protagonista del título de Kieslowski, en quien tomar o perder el tren le depara tres estados que se excluyen (funcionario al servicio de la política oficial, miembro de la oposición en la sombra e individuo apolítico), los de Tykwer aceptan que son personajes de un instante cinematográfico, no personas de carne y hueso cuyas vidas se trastocan y nos ofrecen perspectivas distintas, diferentes existencias dentro de la complejidad en la que habitan. Lola y Manni no se plantean dudas ni están amenazados por distintas realidades socio-políticas como Witek; ellos no tienen tiempo y, como consecuencia del estilo asumido por el realizador, son caricaturas que llegan a nosotros desde la acción, el ritmo y los movimientos de la cámara que los persigue. Esto provoca que conecten con nuestra superficie, quizá, tiempo después de observar su transitar por el azar y los encuentros, interioricemos las circunstancias que trastocan su devenir, pero durante sus escasos setenta minutos de duración aceptamos y apenas nos planteamos sus tres realidades alternativas más que como parte del juego propuesto por Tykwer en este gran éxito comercial que lo lanzó internacionalmente, y también a su actriz principal Franka Potente.
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