Hamlet va de negocios (1987)
Conscientes de que el cine eran imágenes e ilusión en movimiento, los cineastas del periodo silente fueron desarrollando recursos propios para intentar alejar el nuevo medio de expresión del arte escénico, aunque esto no implicó que las obras teatrales fuesen rechazadas como fuentes de inspiración para directores, productores y guionistas, que adaptaban piezas teatrales y las transformaban en cinematográficas. Todos ellos eran conscientes de que el cine no era teatro, tampoco narrativa literaria, y, aunque los primeros momentos del sonoro se buscaron soluciones a los problemas derivados del nuevo adelanto tecnológico en los profesionales de la escena —contratando actores, actrices, directores y escritores—, el distanciarse del género teatral no fue un capricho, fue una necesidad y una exigencia de un entretenimiento visual (con el tiempo también sonoro y hablado) que alcanzó plenitud en las comedias mudas de Sennett, Chaplin o Keaton, en el uso del montaje de Griffith y posteriormente de los soviéticos Vertov, Eisenstein o Pudovkin y en los desarrollos dramático-visuales de films como El último (Der letzle mann; Friedrich Wilhem Murnau,1926) o ...Y el mundo marcha (The Crowd, King Vidor, 1928). Así, pues, el teatro y el cine han estado ligados desde Méliès hasta la actualidad en una relación no siempre afortunada. Y uno de los autores teatrales más recurrentes ha sido Shakespeare, cuyas obras han sido trasladadas a la pantalla con suerte dispar, ya que no todas han logrado superar la teatralidad heredada de los textos originales, quizá por incapacidad, por respeto, por falta de ideas o por la dificultad que conlleva adaptar a autores como el dramaturgo isabelino. Las miradas de los cineastas que se han servido de material shakespeariano han sido distintas, de ahí que piezas como Hamlet presenten diferencias sustanciales dependiendo de cuándo se adapta, donde y si quien lo adapta se llama Laurence Olivier, Grigori Konzitsev, Gabriel Axel, Franco Zeffirelli, Kenneth Branagh o Aki Kaurismäki, cuya loable osadía le llevó a transformar la tragedia del príncipe de Dinamarca en una comedia negra que traslada la trama a la década de 1980 y al país donde fue rodada.
El Hamlet de Aki Kaurismäki interpretado por Pirkka-Pekka Petelius no se plantea <<ser o no ser>>, ni tiene tiempo ni entra dentro de su personalidad el perderse en cuestiones existenciales. Él ya ha escogido que y quien ser y, como consecuencia, no presenta contradicciones ni se ahoga en un llanto de disyuntivas morales a la hora de interpretar lo que él mismo califica de <<una comedia, para conseguir mi objetivo>>. El protagonista de Hamlet va de negocios (Hamlet liikermaailmassa, 1987) tampoco es un personaje trágico, es oscuro, calculador, cruel e igual de egoísta que el resto de personajes que se dejan ver por una empresa familiar que vive la espiral de muerte que se inicia con el envenenamiento del presidente, el padre de Hamlet. Tampoco se trata de una tragedia, sino de una oscura ironía que adapta libremente la famosa obra aunque sin perder la esencia de aquella. Kaurismäki no es Shakespeare, ni pretende ser más shakespeariano que el propio Shakespeare, ni su presente es el isabelino, es la Finlandia de los años ochenta del siglo XX. El periodo retratado en el film es un presente de sombras y de frialdad, de neocapitalismo habitado por personajes calculadores que no dudan en emplear cualquier medio a su alcance para obtener sus fines. De Hamlet a Polonio (Esko Nikkari), pasando por Klaus (Esko Salminen) y alcanzando a Ofelia (Kati Outinen) o Simo (Puntii Valtonen), el chófer de la familia, todos, salvo Lauri (Kari Väänänen), maleable y de pocas luces, son personajes inmorales que no reparan en cuestiones éticas para alcanzar sus metas, lo cual supone que de la famosa tragedia teatral sobre la existencia, la venganza y el dolor, Hamlet va de negocios sea una lúcida y oscura comedia cinematográfica sobre la ambigüedad, la crueldad y las sombras humanas que caracterizan a los protagonistas y al espacio por donde deambulan.
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