Su inexperiencia cinematográfica, procedía del ámbito teatral, provocó que Elia Kazan delegase los aspectos técnicos de Lazos humanos (A Tree Grows in Brooklyn, 1945) en el director de fotografía Leon Shamroy. Esta es una de las circunstancias que apuntan la impersonalidad de su primera película, un film de aprendizaje e iniciación que no fue del todo ajeno al cineasta, ya que, a pesar de no participar en la escritura del guion ni en cuestiones relacionadas con los movimientos de la cámara o con el posterior montaje (a cargo del estudio), Kazan se decidió por este entre varios proyectos para dar el salto al cine. Al futuro realizador de Río salvaje (Wild River, 1960) le interesaban el empobrecido barrio neoyorquino donde se desarrolla la historia de los Nolan, calles que le recordaban a las de su infancia pero que los decorados no lograron recrear en toda su dimensión, y la emigración que el film apunta aunque apenas trata de forma directa, eso quedaría para un título más personal y complejo como América, América (1963). Ambas circunstancias quedan relegadas a un plano secundario respecto a la intimidad (y sensiblería) de los personajes en un espacio marginal donde la única que transmite autenticidad, con sus pocas palabras, miradas y silencios, es Francie (Peggy Ann Garner), la niña protagonista que sueña en un lugar de miseria donde nadie, salvo su padre (James Dunn), la anima a soñar. Avanzado el metraje, cuando su profesora descubre la rica fantasía de Francie y la anima a ser escritora, le dice que los soñadores <<pueden ser personas muy agradables, pero no ayudan a nadie, ni siquiera a ellos mismos>>. Esta idea es la misma que Katie Nolan (Dorothy McGuire) tiene de su marido, pero tanto la niña como las imágenes de Lazos humanos se encargan de desmentir a ambas mujeres. Johnny ayuda a Francie y a muchos otros, porque no los juzga, los apoya. Gracias a él, su hija sueña y podrá volar más alto: acude a una escuela que escapa a las limitadas posibilidades económicas familiares, pretende leer todos los libros de la biblioteca por orden alfabético y desarrolla su capacidad de imaginar bajo la protección paterna. Pronto comprendemos que estamos ante un matrimonio de opuestos: la realidad de Katie, su carácter sufrido, su moral puritana y su espíritu de lucha, y la ensoñación de Johnny, su generosidad, su capacidad de ver lo bueno en los demás y su imposibilidad de alcanzar sus sueños y, por tópico que suene, esto le genera sus problemas de alcoholismo. Dicha relación se simplifica y se dramatiza en exceso, reduciendo su interés a los buenos sentimientos de los personajes, aunque tampoco podemos decir que esto juegue en contra de la película, pues habría que contextualizarla en el momento de su rodaje (la guerra aún no había concluido). Así, pues, Lazos humanos funciona como lo que pretende ser, un melodrama de final optimista, carente de la ambigüedad de las películas más personales de Kazan, que confirma la promesa de mejora aludida por la abuela (Ferike Boros), la madre de Katie y Sissy (Joan Blondell), una promesa que la llevó a emigrar a su nuevo país y que no se cumplió ni en ella ni en sus hijas, pero que sí es posible que se materialice en sus nietos: Francie y Neely (Ted Donaldson), pues ellos tendrán en la educación la oportunidad de superar la precaria situación socio-económica de sus padres y abuelos.
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