lunes, 19 de noviembre de 2018

La ascensión (1976)


Los cines en la antigua Unión Soviética eran estatales, el control, los permisos y las calificaciones de exhibición estaban en manos de la administración, por lo que esta elegía qué y cómo estrenar en sus pantallas. Inevitablemente, esta constante intervención administrativa afectó a todos los cineastas. Como otros colegas de profesión que cursaron estudios en el prestigioso instituto de cine moscovita VGIK durante las décadas de 1950 y 1960, entre quienes contaban Andrei Konchalovski, Sergey Parajanov, Andrei TarkovskiElem Klimov, Larisa Shepitko no fue ajena a la intervención de la censura estatal, cuyas trabas impidieron que la carrera de la cineasta fuese más fluida y reconocida, tanto dentro como fuera de las fronteras soviéticas. Y como la de aquellos miembros del nuevo cine soviético, no lo fue porque la directora de origen ucraniano tenía voz propia y tenerla dentro de cualquier sistema totalitario, donde la voz individual es sustituida por el eco de quienes ostentan el poder, conlleva como mínima condena el ostracismo y el silencio. Pero Shepitko, una de las cineastas más destacadas de su generación, no renegó de su voz ni de su búsqueda de la verdad a través del cine —y de los individuos que protagonizan su breve y espléndida filmografía— y acabó por darse a conocer fuera de la Unión Soviética gracias a Tú y yo (Ty i ja, 1971) y, sobre todo, a La ascensión (Voskhozhdeniye, 1976), película que le valió el Oso de Oro en el festival de Berlín de 1977. Poco pudo disfrutar de su merecido reconocimiento, pues fallecía dos años después, en un accidente automovilístico, durante el rodaje de su nuevo proyecto, la adaptación del relato Despedirse de Matiora.


La filmografía de Larisa Shepitko es corta, aunque imprescindible en la evolución del cine soviético de la década de 1960, y La ascensión, su última película completa, nos descubre a una cineasta que, tomando como referencias la novela Sotnikov (1970) del escritor bielorruso Vasili Bykov y la Pasión cristiana, recrea un impactante e incómodo drama bélico que nos adentra (nos obliga a ello) en el paisaje bielorruso, nevado, desolado, opresivo y angustioso por donde caminan Kolya Rybak (Vladimir Gostyukhin) y Sotnikov (Boris Plotnikov) en busca de alimentos que calmen el hambre de su grupo de resistencia (hombres, mujeres y niños). Emprendida la marcha, recorren el paraje de nieve y más nieve donde solo encuentran una aldea quemada, un anciano colaboracionista (y la mujer que suplica que no lo ejecuten por colaborar con los alemanes), la patrulla enemiga que hiere a Sotnikov, la cabra que Rybak finalmente abandona para socorrer a su amigo y el enfrentamiento interno que nos desvela las dos posturas antagónicas asumidas por la pareja protagonista. L
a debilidad física de Sotnikov y la aparente entereza de Kolya, son opuestas a la interioridad de cada uno de ellos: entera la del primero, al descubrir y aceptar la verdad que lo mueve, y quebrada la del segundo ante la siempre amenazante presencia de la muerte, una muerte que Kolya evita al delatar su presencia en la cabaña de Demchikha (Lyudmila Polyakova), trabajadora, madre de tres hijos y, al igual que ellos, víctima de fuerzas policiales rusas al servicio de los invasores alemanes.


La ascensión
 puede interpretarse como un film bélico que ubica la acción en un momento concreto, el invierno de 1942, aunque resulta intemporal porque se trata de una película que apunta hacia la interior de los protagonistas y hacia dos realidades presentes en cualquier sistema opresor y represor: el miedo y como este afecta de forma diferente a quienes lo sufren.
 La detención en casa de Demchikha, la arrastran y la obligan a abandonar a sus tres hijos a su suerte (frío, hambre y muerte), agudiza el sufrimiento de los personajes, así como la diferencia existente entre los dos prisioneros que el comisario Portnov (Anatoliy Solonitsyn), consciente de la entereza espiritual de Sotnikov y de la debilidad de Rybak, trata de forma muy distinta. Esto se reafirma en el puesto policial, donde Shepitko acentuó los simbolismos para mostrarnos la pasión de Sotnikov: marcan su torso con una estrella roja candente (su cruz de espinas) para que diga su nombre, delate a sus compañeros y reniegue de sus principios, pero resiste y se vuelve más fuerte, quizá divino. Frente a este comportamiento sobrenatural nos encontramos con la reacción terrenal de Kolya, tan humano que siente miedo, siempre lo siente, porque teme morir, y se muestra solícito con su carcelero. Él tiene un pensamiento distinto al de su amigo, para quien <<lo importante es mantenerte fiel a tus principios>>, principios por los cuales será conducido en una lenta y tortuosa ascensión hacia el patíbulo que comparte con aquel anciano (Sergey Yakovlev) colaboracionista (por mandato), con Demchikha y la adolescente Basya (Viktoriya Gondentul), pero no con Kolya, que salva su vida al traicionar y traicionarse (una mujer presente en el ahorcamiento se acerca a él y le llama Judas), aunque no consigue escapar de su castigo: saber que siempre vivirá víctima de su miedo, de su humanidad y de la imposibilidad de alcanzar la serenidad ante la muerte.

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