lunes, 21 de marzo de 2022

Andrei Tarkovski y la mirada singular


<<Se puede clasificar a los artistas en los que configuran su propio mundo y los que reproducen la realidad. Yo personalmente pertenezco, sin duda, al primer grupo. Lo cual no cambia para nada el hecho de que el mundo en el que creo es interesante para unos, mientras que deja fríos o incluso irrita a otros>>


Andrei Tarkovski: Esculpir en el tiempo.



Imagino en el espejo el reflejo del rostro de Tarkovski, su mirada singular refleja la de quien mira y abarca un radio de acción íntimo que se reduce o se amplía según la propia evolución y experiencia de quien contempla. Desde sus primeros tiempos, sea en sus escritos de juventud o en la escuela de cine, bajo la “tutela” de Mikhail Romm, hasta su último film, rodado en Suecia en 1986, muchas habrían sido las metas y los sueños, las luchas internas y externas, los temores y las frustraciones, las preguntas y las suposiciones confirmadas y rechazadas. Sin duda, dos de las confirmadas fueron la incomprensión y el mínimo interés que sus films despertaron entre el público mayoritario. Una tercera, tampoco era novedad, pues siempre ha estado ahí para el ser humano: su interioridad a lo largo del tiempo y en un doble espacio (íntimo y externo) que el artista descubre y vive en el presente y al mirar atrás y hacia adentro, recuperando instantes olvidados y otros que permanecen adulterados en la memoria. Unos y otros forman parte de la obra y del autor de siete largometrajes existenciales; unos y otros le hacen ser como es en los ahora en los que esculpe su mundo íntimo en trozos de celuloide que dejan de ser film para ser alma, la que silenciosa conecta con otras vivencias, dudas, deseos y experiencias que influyen y suman cada intención humana. Como cualquiera, el artista no puede escapar de su humanidad, más si cabe la potencia y atrapa en su arte, en el caso del cineasta soviético en las formas cinematográficas de sus películas, una estética personal, reflejo y parte de sí mismo. También podría ser que sus motivaciones se igualen a las de cualquier iluso cuyas ilusiones fluyen dentro y se apagan allí donde nadie las reciba, pero ese es un desvarío que ahí se queda.


A lo largo de toda su carrera, Tarkovski vive su cine entre su ritmo lento y su evolución constante, buscando nuevas respuestas, aunque sean viejas las preguntas, y recuperando imágenes perdidas en su memoria, de volver e intimar con el esfuerzo, la agonía, la reflexión, los versos paternos, los interrogantes,... o con la exigencia de cuestionarse y cuestionar, más que responderse. Esto lo descubro en el reflejo del espejo, en esa mirada 
de un visionario singular cuyo pensamiento es el eje sobre el que gira su obra artística, pues para él no había duda respecto a que el cine era <<la más verídica y poética de todas las artes>>.1 Se trata de un cineasta honesto, complejo y contradictorio, sencillamente porque intenta ser él mismo, quizá sin saber con certeza quién es y quiénes somos nosotros, en un medio artístico e industrial donde pocos emprenden la búsqueda de sí mismos, la de nuestra humanidad.
 Para Tarkovski, el objetivo de cualquier arte es explicar al público <<el sentido de la vida y la existencia humana>>, <<o quizá no explicárselo, sino tan solo enfrentarlo a este interrogante>>. Y eso es lo que hace o intenta a partir de Andrei Rublev (1964) y, de manera más radical, de Solaris (1972). El cine de Tarkovski puede gustar o no, pero ¿quién, con un mínimo de sensibilidad estética, podría decir que sus obras son mediocres? Aparte de su talento, Tarkovski era un creador que no huía de sí mismo, de sus motivos y motivaciones. Si de algo huía, era de la comodidad y de perder su esencia, sus sueños, su alma; postura vital y artística que le depararía continuas interferencias externas, la interrupción periódica de su carrera profesional y su exilio.


Ya desde Katok i skripka (1960), su trabajo de fin de curso en la escuela de cine de Moscú, intentó evitar cualquier tendencia modal, prefirió enfrentarse a algo complejo, que incluso podría incomodarle, pero algo que tuviese alma y poesía. Eso es lo que ofrece Tarkovski, cine vivo, cuya vida a veces escapa a la comprensión de quien no puede escuchar el silencio ni ver el movimiento de la quietud. Su cine es reflejo de su espiritualidad, de su manera de contemplar, de aprehender y entender. Por ese motivo, cuando alguien me dice que no tiene problemas a la hora de ver a Tarkovski, pues es a él a quien vemos en cada una de sus películas, dudo y no sé qué responder, salvo silencio y continuar pensando que en las imágenes de Stalker (1979), su último film soviético, o de Nostalghia (1983), por no citar su breve filmografía título a título, desde Ivannovo Destno (1962) hasta Offret (1986), siempre existe algo que late y escapa a las interpretaciones que pueda o quiera darle; pero al sentirlo todo encaja y todo descoloca. Tarkovski inició un camino artístico que sabía minoritario y solitario de antemano, uno que escogió íntimo y donde peleó hasta sus últimas consecuencias o, expresando palabras de Ingmar Bergman, lo llevó a <<moverse con una naturalidad absoluta en el espacio de los sueños; él no explica, y además ¿qué iba a explicar? Es un visionario que ha conseguido poner en escena sus visiones en el más pesado, pero también en el más solícito, de todos los medios>>.2 Tarkovski, su cine, contempla el alma de sus personajes, la suya propia e incluso la de una humanidad que apenas puede o busca ya comunicarse. Sus personajes son silenciosos porque la palabra y las voces no alcanzan a expresar interioridades donde las emociones viven junto a las dudas y a las búsquedas que caminan y se detienen con ellos, en un espacio íntimo, entre la eternidad y la fugacidad, que sale al exterior en reflejos que iluminan esa aparente pausa y ese mirar hacia adentro que no es una opción, sino una necesidad del alma del cineasta.


Filmografía

Los asesinos (Ubiytsy, 1956) (cortometraje)


Hoy no habrá salida (Segodnya uvolneniya ne budet, 1959) (cortometraje TV)

El violín y la apisonadora (Katok i skripka, 1961) (mediometraje)


La infancia de Iván (Ivanovo Destno, 1962)


Andrei Rublev (1966)


Solaris (1972)


El espejo (Zenkalo, 1974)


Stalker (1979)


Nostalgia (Nostalghia, 1983)


Sacrificio (Offret, 1986)


1.Andrei TarkovskiEsculpir en el tiempo. Reflexiones sobre el arte, la estética y la poética del cine (traducción de Enrique Banús Irusta). Ediciones Rialp, Madrid, 1991
2.Ingmar Bergman: Linterna mágica (traducción de Marina Torres y Francisco Uriz). Tusquets Editores, Barcelona, 1988.

2 comentarios:

  1. "Esculpir en el tiempo" es uno de los mejores libros de cine que he leído en mi vida. En cuanto a la filmografía de Tarkovski, y a pesar de que muchos la consideren su película más narrativa (como si eso fuese un defecto), mi favorita sigue siendo "La infancia de Iván".

    Saludos.

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    1. Gran película y gran libro. Tampoco entiendo que se rechace o minusvalore una película por ser narrativa. Personalmente, creo que eso obedece a una pose de quien critica; además, también creo que la mayoría de las grandes películas son narrativas y que parte de su grandeza reside en su propia narrativa, que las hace únicas porque detrás están los Ford, Kurosawa, Lang, Chaplin, Ozu, Walsh, Renoir, Vidor, Lumet, Scorsese y tantos otros magistrales narradores cinematográficos.

      Saludos.

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