viernes, 2 de noviembre de 2012

Milán, calibre 9 (1972)



El policíaco italiano encontró en Fernando Di Leo a una de sus figuras más sobresalientes. Su cine recibe influencias de Jean Pierre Melville y las adapta a su imaginario en Milán, calibre 9 (Milano, calibro 9, 1972), adaptación de la novela del escritor Giorgio Scerbanenco, la cual inicia con la puesta en libertad de un delincuente que presenta algunos de los rasgos característicos de los personajes de Melville, a quienes siempre se observan dentro de un entorno hostil que los aísla y condiciona sus comportamientos. Reducen sus relaciones personales; su intimidad queda dentro, igual que sus sentimientos y sus emociones. ¿Letales? Por supuesto. Son tipos duros, silenciosos, solitarios, supervivientes en los bajos fondos, que se aferran a un código de honor en un entorno amoral donde el dinero, la traición y la violencia imperan. Esta producción, el primer título de la trilogía del milieu que Di Leo completó con Nuestro hombre en Milán (La mala ordina, 1972) y Secuestro de una mujer (Il Boss, 1973), bebe del policíaco del director francés y, obviamente, del autor de la novela, uno de los grandes de la novela negra italiana. Las tres lo hacen. Di Leo las ambienta en el Milán de la década de 1970, un espacio que descubre una cara oculta violenta y ahí un tipo como Ugo Piazza (Gaston Moschin) se mueve como pez en el agua...


El protagonista de esta ejemplar muestra de cine negro a la italiana, Ugo Piazza, ha pasado tres años a la sombra por el robo de una joyería, sin embargo, todos dan por hecho que planeó su captura para mantenerse fuera de circulación tras engañar al hombre para quien trabajaba. Su puesta en libertad aclara ciertos aspectos relacionados con su pasado, cuando, ante la puerta del penal, se topa con Rocco Musco (Mario Ardoff), un matón que lo amenaza para que devuelva los trescientos mil dólares que se supone robó antes de dejarse atrapar, sospecha que Ugo niega una y otra vez. Consciente de que su vida corre serio peligro se descubre rodeado de delincuentes que lo acosan y de policías como el comisario interpretado por Frank Wolff, que intenta exprimirle para atrapar a su antiguo jefe y a sus contactos. La soledad del criminal le confiere cierta dignidad, aunque también patetismo y desencanto, como se observa cuando su amigo (Philippe Leroy) le dice que no puede ayudarle, momento en el que Ugo comprende que solo puede contar consigo mismo. Como cualquier entorno de criminalidad nadie puede fiarse de nadie, quizá por ello la idea del protagonista sea la de alejarse del mismo, pero antes necesita arreglar su situación personal, que implica retomar su relación con Nelly (Barbara Bouchet), la única persona que le queda, e intentar descubrir quién robó el dinero que dice no tener. Ugo, consciente del peligro que corre, acepta la imposición del "americano" (Lionel Stander) cuando este le obliga a trabajar de nuevo para él, con el único propósito de controlarlo a la espera de que le lleve hasta esa cantidad de la que una  otra vez asegura no saber nada, salvo que cualquiera pudo robarla.



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