Se llevaba tiempo hablando de una precuela de Alien, el octavo pasajero (1979), pero esta se hizo esperar, ya que se necesitaba una buena historia que indagase en los orígenes del parásito-depredador que acabó con la tripulación de la Nostromo antes de que la teniente Ripley pudiese deshacerse de él. Ridley Scott, como cualquier individuo con un mínimo sentido crítico, sería consciente de la pérdida del rumbo de la franquicia que él mismo había iniciado en 1979, exprimida hasta el extremo de combinarla con la saga Depredator, en un par de films dignos del olvido más inmediato, por lo tanto, un director de cierto prestigio no se iba a embarcar en un proyecto que no le convenciese, así que se decantó por un viaje anterior a los hechos narrados en Alien, que se alejase de la saga, pero que a la vez mantuviese contactos reconocibles con el universo de aquella (estrategia similar a la empleada con James Bond en Casino Royale o con la tripulación de la Enterprise en Star Trek). Prometheus mantiene nexos con su referente, que se aprecian a simple vista en la presencia de David (Michael Fassbender), humanoide que se deja impresionar por Lawrence de Arabia, o en las cápsulas que recuerdan a las vainas que la tripulación de la Nostromo encontró en una nave similar a la de los seres con quienes pretenden contactar los científicos que viajan en la Prometheus, condenados estos a correr la misma suerte que la de los compañeros de Ripley. Como sucede en la primera película de la saga el protagonismo recae en una mujer, sin embargo, al contrario que aquella, la doctora Shaw (Noomi Rapace) se embarca en la expedición porque cree firmemente en lo que hace, de hecho espera encontrarse con los creadores de la raza humana en ese planeta que señalan los antiguos pictogramas, dibujos y símbolos que ella misma descifra (en colaboración con su novio) y que convencen al moribundo Peter Wayland (Guy Pearce) para que financie la expedición. También al contrario de lo que sucede en la Nostromo, cuya dotación parece distante en su cotidianidad, la expedición de la doctora Shaw se descubre motivada por la cercanía de las respuestas a las múltiples preguntas que la humanidad se ha planteado desde que asumió su condición de racionalidad. ¿De dónde venimos? ¿Quién nos creó? ¿Hacia dónde vamos? y otras cuestiones por el estilo que confluyen en la pregunta del millón: ¿se puede alcanzar la inmortalidad? Entre tanta duda sin repuesta, el equipo de la Prometheus aterriza en el planeta, a primera vista deshabitado, sin embargo existen indicios de que los ingenieros han estado allí, a decir verdad, aún se encuentran allí, pero muertos, excepto aquel que David despierta sin que nadie lo sepa. Desde que el hombre sintético asoma en la pantalla se crea cierta inquietud alrededor de su figura, ya que semeja ocultar algo que le hace peligroso para la seguridad de la tripulación, quizá sean las emociones humanas que sus compañeros de viaje le niegan, y que él confirma con un comportamiento que evidencia su existencia (queda claro que sí siente, se deja impresionar por el film de David Lean, estudia los sueños de Shaw o se maravilla al contemplar los hologramas). El androide recuerda en ciertos aspectos a Ash, el humanoide de Alien, el octavo pasajero (cuyo comportamiento pone en peligro a la tripulación), pero, sobre todo, se le observa con inquietudes cercanas a las planteadas por HAL 9000 en 2001: Una odisea del espacio y con la ambigüedad moral que se descubre en el líder de los replicantes de Blade Runner, así pues existe un conflicto entre su deber y su necesidad de conocer y sentir, lo cual provoca que se convierta en un peligro, pero no por un cruce de cables sino por la curiosidad y las sensaciones que surgen mientras cumple las órdenes de aquel que le programó. Prometheus no es Alien, pero se observan numerosos guiños y referencias que transportan a aquella a la que emula en su esquema narrativo (en mayor medida en el interior de la pirámide), pero enfocándola hacia un nuevo rumbo en el que también se conjuga a la perfección la ciencia-ficción y el terror, quizá menos claustrofóbica que su precedente directo, pero con la suficiente personalidad para ser considerada como un digno comienzo para una nueva saga.
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