Minusvalorado y ninguneado por algunos críticos que después se lanzaron a la dirección, Marcel Carné fue un cineasta incansable, quizá de menor talento que Jean Renoir, en todo caso diferente, o que Julien Duvivier, pero sí con el magisterio suficiente para llevar a cabo películas que, como Al despertar el día (Le jour se lève, 1938), son obras clave del realismo poético de la década de 1930. Bien es cierto que sin la presencia de Jacques Prevert, el cine de Carné sería distinto, aún así, la capacidad de captar espacios y de generar atmósferas son rasgos que testifican una concepción cinematográfica excepcional. Encontramos pruebas en Los muelles de las brumas (Le quai des brumes, 1938) y en este film en el que su protagonista, interpretado por un gran Jean Gabin, vive la imposibilidad de ver su amanecer. Las sombras envuelven a François (Jean Gabin) cuando, consciente de su imposibilidad tras haber matado a Valentin (Jules Berry), se ve asediado por la policía que rodea el edificio con la intención de entrar en su cuarto, pero él se resiste mientras se deja llevar por sus recuerdos hasta aquellos momentos puntuales que le han convertido en un asesino desesperado. En Al despertar el día (Le jour se léve) tampoco asoman rayos de esperanza para Françoise (Jacqueline Laurent), la joven florista de la que se enamora el homicida antes de serlo y antes de entablar su relación carnal con Clara (Arletty), la última amante de su víctima. En los recuerdos de François se descubre el amor y cómo la presencia de Valentin altera su equilibrio, sacando lo peor de él, amenazas y rechazo, como si supiera que ese individuo, que dice ser el padre de la joven vendedora, quisiera apoderarse de ella y corromperla como hizo con Clara, más experimentada, desengañada y segura de que para ella tampoco existe un futuro mejor. Junto a los René Clair, Jacques Feyder, Julien Duvivier, Jean Vigo o Jean Renoir, Marcel Carné fue fundamental para engrandecer el cine francés de la década de 1930. En él encontramos a unos de los realizadores que mejor definieron las pautas y las características del realismo poético que se desarrolló en Francia durante los años treinta, un movimiento cinematográfico (si así puede ser llamado) que expresaba emociones humanas a través de imágenes en las que prevalecía la lírica pesimista que se descubre envuelta en sombras, como si tratase de recrear la desmoralización que dominaba un tiempo de dudas y temores, lo cual se refleja en la incapacidad de sus protagonistas a la hora de asumir su realidad y superar las barreras que tanto ellos mismos como el entorno levantan a su alrededor, lo que les impide alcanzar esa felicidad que se les niega porque para ellos es un imposible. Siguiendo esa imposibilidad en la que viven los hombres y las mujeres a quienes prácticamente se les escucha el latido del corazón o la emociones que les dominan, Al despertar el día no puede ser considerada más que una de las grandes producciones del realismo poético; no en vano, Carné contó con el icónico Gabin y con la inestimable e imprescindible colaboración de Prévert, del compositor Maurice Jaubert y del gran decorador Alexandre Trauner, quizá uno de los mejores que ha dado el séptimo arte. Pero, tras el éxito obtenido en su estreno, la película fue censurada por las autoridades militares, que encontraron en su discurso un mensaje demasiado desmoralizador para el tiempo de guerra. Años después, finalizada la Segunda Guerra Mundial, fue reestrenada y en 1947 el director de origen ucraniano Anatole Litvak realizó una versión titulada La noche eterna (The Long Night), aunque esta carece de la poética y del fatalismo que impregna cada plano de Al despertar el día.
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