El padrino (1972)
La boda de una hija es un momento de celebración, para reunir a la familia y a los viejos amigos. Baile, comida, bebida, risas, música,.. Clemenza (Richard Castellano) pidiendo más vino o la estrella de la canción Johnny Fontaine (Al Martino) ofreciendo su voz en honor de la novia. Hoy es su día, el de Connie (Talia Shire), pero también es la jornada en la que el padrino recibe porque su hija se casa. Feliz acontecimiento, día irrepetible, sin embargo Vito Corleone (Marlon Brando) no puede disfrutarlo al lado de su niña porque él es el Don y, como tal, se ve en la obligación de recibir a quien se lo solicite. En su despacho, escucha peticiones y recibe muestras de respeto. Las visitas le mantienen ocupado mientras por la pantalla van asomando el resto de los personajes principales: familia e invitados al enlace de Connie y Carlo (Gianni Russo). Así pues, cualquiera que tuviera la suerte (buena o mala) de asistir a la ceremonia podría encontrarse a Sonny (James Caan), el hijo mayor de don Vito, hombre impulsivo y heredero del imperio Corleone, escondido en una habitación con una de sus amantes esporádicas, a Tom Hagen (Robert Duvall), el prudente conseglieri, criado por don Corleone como si fuese uno más de sus hijos, ayudando a su don, ofreciéndole consejos y servicios, a Fredo (John Cazale), el más desvalido de los hermanos, e incluso a Barzini (Richard Conte), el jefe de otra familia de Nueva York, que ha acudido a presentar sus respetos porque, ante todo, los allí reunidos son hombres de honor.
No obstante, uno de los momentos estrella para cualquier invitado sería aquel que le permitiese coincidir con ese joven uniformado que llega cuando la fiesta se encuentra en pleno apogeo, y en quien se descubre cierto parecido con los Corleone. Michael (Al Pacino), el pequeño de los hermanos, ha regresado a su hogar, aunque él es el único que se mantiene alejado de los negocios familiares, por eso es la esperanza de don Vito. La boda permite comprender que Michael es contrario al negocio familiar, responsable, héroe de guerra y resulta un individuo de lo más sincero, pues no duda en comentar a Kay (Diane Keaton) algunos de los procedimientos laborales de los suyos; métodos de trabajo como el que emplean con el engreído magnate cinematográfico (John Marley) que repudia una oferta que nunca ha debido rechazar. La escena de la cabeza del caballo entre las sábanas ensangrentadas donde se despierta el productor, que se ha negado a ofrecer el papel a Johnny Fontaine, muestra sin ambages que las ofertas de don Vito no pueden ser rechazadas, porque al padrino no le vale un no por respuesta cuando se trata de alguien de su entorno familiar. Hasta ese momento del film, Francis Ford Coppola se toma su tiempo para familiarizar al espectador con los Corleone, ya que ellos son el eje fundamental del relato, que trata sobre la familia como el núcleo que debe luchar para sobrevivir a la terrible tragedia que se desata como consecuencia de la ambición del Turco (Al Lattieri).
La negativa de don Vito a favorecer el tráfico de drogas propuesto por el Turco y el error de Sonny al exteriorizar sus pensamientos sobre el tema son clave para el desarrollo de cuanto vendrá a continuación: asesinatos, traición, un atentado que hará tambalear los cimientos sobre los que se sostiene la familia, seres corruptos como el violento capitán McCluskey (Sterling Hayden), la transformación que sufre Michael o la derrota en el rostro paterno al descubrir que las esperanzas depositadas en el menor de sus hijos se han desvanecido. El regreso a los orígenes, una nueva boda, dolor por un amor perdido, dolor por los hijos, dolor por los hermanos y por los padres, un funeral, nueva traición, un bautizo, más venganza, siempre dolor, y, finalmente, un nuevo nacimiento el de Don Michael Corleone. Todo esto y mucho más se inicia en la sala que sirve de escenario de apertura y clausura para uno de los grandes clásicos del cine, pues que duda cabe que El padrino (The Godfather, 1972), prácticamente desde su estreno, se convirtió en uno de los grandes referentes cinematográficos de la segunda mitad del siglo XX, de aquel nuevo Hollywood de los 70. Los aciertos son numerosos, desde las actuaciones hasta la partitura de Nino Rota, pasando por la fotografía de Gordon Willis, la ambientación a cargo de Dean Tavolauris y, sobre todo, por dirección y la narrativa cinematográfica de Coppola, cuya serenidad a la hora de relatar con imágenes, sonidos y diálogos equilibra la violencia con la intimidad de una tragedia familiar de los Corleone, que han elegido la familia por encima de cualquier otra cosa. Son sus relaciones, las que establecen dentro y fuera de su seno, la que marcan el devenir en la parte final en la vida de Vito, un hombre de honor cuya constante ha sido la lucha por alcanzar una posición privilegiada, aunque peligrosa y fuera de la ley, aunque protegido por sus representantes, una que le permitiese ofrecer a sus hijos cuanto él no pudo poseer; asimismo, es alguien que oculta su anhelo; desea ver cumplido el sueño de una familia honrada e importante, esperanza que depositada en Michael, su hijo pequeño, a quien ha mantenido alejado de la suciedad, la corrupción y la violencia que implica trabajar para la familia. Para su desgracia, la victoria de don Corleone no se produce, así como tampoco se produce la de Michael, quien condena su existencia futura, la que le mantendría fuera de la criminalidad, después de salir del servicio del restaurante donde se reúne con los enemigos de su padre. También para Michael, la familia es lo más importante. Igual que para el padrino, para Mario Puzo y para Francis Ford Coppola. Por los suyos, don Corleone, interpretado por un Marlon Brando que vale su peso en oro, levantó su imperio de la nada y que en el arranque del film controla el juego, la prostitución y los sindicatos; y lo ha conseguido gracias a su manera de entender los negocios, la vida y la importancia de meterse en el bolsillo a políticos y jueces, influencia envidiada por el resto de las familias, a quienes les gustaría poder disfrutarla y quienes con sus actos provocan el nacimiento de un nuevo padrino, un Don que se despide desde la misma habitación donde Don Vito daba la bienvenida a los invitados a la boda de su hija.
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