Día de fiesta (1949)
Previo a la invención del cinematógrafo, o del kinetoscopio, no había posibilidad de filmar movimiento, lo que imposibilitaba las tomas visuales de momentos que se prolongaban en el tiempo para mostrar comunidades, individuos, ciudades o pueblos de un rural que difiere del actual. Dentro de unos años, cuando la memoria viva del instante haya desaparecido quedarán sus grabaciones y filmaciones, que podrían servir de documento, aunque no de la realidad, imposible de revivir, sino de su representación. Por ejemplo, en Día de fiesta (Jour de Fête, 1949), Jacques Tati regala a su presente una comedia divertida repleta de gags ingeniosos, y del contraste (que trae consigo los tiempos modernos) que reaparecerá a lo largo de su filmografía; y lega a su futuro un cómico y entrañable retrato humano y costumbrista, de ritmo creciente, entre el paso pausado de la anciana cicerone que nos presenta a sus vecinos y el veloz pedaleo del reparto postal <<a la americana>> del cartero interpretado por el propio Tati. Su retrato es el de una jornada festiva que, como día especial, rompe la cotidianidad y lleva al pueblo feriantes, alegría, juerga y al genial cómico francés, quizá el último de una especie de artistas de cine ya inexistente. En sucesivas películas, Tati elaboraría gags más complejos, en el ciclo Hulot, pero en su primer largometraje, Día de fiesta, ya hizo su primera obra redonda. ¿Qué niños no seguirían a la orquesta o a los feriantes? ¿O subir al carrusel, presente en el cine de Tati en forma cambiante, aquí todavía son caballitos de madera e ilusión ingenua, en Playtime (1967) será un carrusel de color sobre ruedas? Todo vuelve a su orden, al final de Día de fiesta, pero el final de esa época de cercanía humana —de jornadas sin más horario que el de “me deslomo desde la salida a la puesta de sol”, de chismorreo en la plaza o en la puerta del vecino o vecina, de ingenuidad, de reuniones y lingotazos en la tasca, de su tonto del pueblo, de ritmo pausado o de una jornada festiva de genuino sabor a fiesta— ya se deja ver <<a la americana>>...
La única persona que no cambia su cotidianidad ante las primeras horas del día de fiesta es esa anciana de lento caminar que presenta, mediante sus comentarios y su mirada, a unos vecinos alterados por el inicio de una jornada tan especial como esperada. Día de fiesta no esconde sus intenciones cómicas, incluso las exagera ligeramente para retratar un mundo rural plagado de personajes típicos y reconocibles, realizada desde una perspectiva costumbrista y humorística en la que se pueden descubrir parte de las características posteriores del cine de Jacques Tati. ¿Qué sería de una fiesta de pueblo sin la presencia de los feriantes que llegan en busca de ese dinero que los habitantes de la aldea gastarán con sumo gustó? ¿Cómo poner una nota de color y alegría si no es mediante los típicos banderines que ondean en las alturas? o, más importante aún, ¿qué ocurriría si no existiese la plaza del pueblo? ¿Dónde se celebraría? Por suerte para ellos, tienen plaza mayor, así pues, el día de fiesta les invita a disfrutar de una jornada especial, llena de jolgorio, alegría y borracheras. Por este motivo, a nadie le extraña ver a François (Jacques Tati), el cartero, entrando en el bar o quién puede reprocharle que no haya opuesto resistencia y se haya dejado embaucar por los presentes, que no pararán hasta que se encuentre en un estado lamentable? Sus vecinos se burlan de él porque le gusta tomar una copita de vez en cuando, una vaso que debe ser disfrutado sin prisas; y si hay un segundo, bienvenido sea. Es día de fiesta, mofarse del repartidor del correo no es malo en una jornada festiva donde todo es alegría y diversión, que aumenta cuando presencian un documental donde se muestra la evolución de los carteros estadounidenses, eficaces, indestructibles, más que repartidores de correos semejan miembros de cuerpos de élite del ejército que cuentan con los medios más avanzados para que el correo llegue a su destino sin demora. El visionado de la película aumenta las burlas hacia ese funcionario que apenas se tiene en pie, y que no cuenta con más medios que su bicicleta y su pericia para realizar su labor diaria. Por ahí si que no pasa; a François le afecta que duden de su eficacia, así pues se propone ser más efectivo y más rápido: <<¡Rapidez, rapidez! A la americana>>. Desde el amanecer del día siguiente, instante en el que se propone ser más veloz, Día de fiesta parece contagiarse del vertiginoso pedaleo que imprime este cartero despistado que, de participar en el Tour de Francia, sería uno de los grandes favoritos a la victoria final —como demuestra su pedaleo, cuando adelanta a un grupo de ciclistas profesionales. Pero la victoria cómica es para Tati y su primer largometraje, para ese retrato costumbrista entrañable en el que él mismo interpretó al personaje más despistado, quizá un pariente lejano y campestre de su famoso señor Hulot. Con su cartero bonachón, la anciana cicerone, los feriantes y el resto del pueblo, Día de fiesta es lo que promete, una celebración pintoresca de un entorno tradicional en el que la fiesta sirve de escusa para romper la rutina, permitiendo que los lugareños exterioricen esa parte de sí mismos que no suele asomar en una jornada laboral.
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