Billy Wilder en Conversaciones con Billy Wilder (Cameron Crowe, 1999).
Y la respuesta a aquella pregunta, que muy pocos se harían, fue una de las obras capitales de la historia del cine. Así pues, gracias al ingenio de Billy Wilder, al del su colaborador I. A. L. Diamond y al desconocido que prestaba su piso a los amantes de Breve encuentro se desarrolló el guión que dio pie a El apartamento, sin duda una de las mejores comedias dramáticas de la historia, con la que Wilder alcanzó la perfección de su cine, además de permitirse, una vez más, el lujo de diseccionar y analizar aspectos de una sociedad en el que existen manipulados y manipuladores. Pero la influencia que destaca a simple vista no se encuentra en David Lean, tampoco en su admirado Ernst Lubitsch, sino en el King Vidor de …Y el mundo marcha (The Crowd, 1928), una de las primeras producciones que indaga y expone la cotidianidad social y personal del hombre y de la mujer “media” que en El apartamento representan los personajes de Jack Lemmon y Shirley MacLaine. Quizá, la grandeza de esta película de Wilder resida en su mirada crítica, no exenta de humor, ni de dosis de mala baba ni de cierta ternura, y en sus múltiples lecturas, cuestión que diferencia a las grandes obras de otras menos logradas, lo que permite disfrutar el film desde la superficie o adentrándose en las distintas capas que lo forman. Una de ellas, sería el retrato de esa sociedad uniforme que se descubre en la oficina donde trabaja C. C. Baxter (Jack Lemmon), dentro de la cual Baxter no deja de ser una mera caricatura de quién podría llegar a ser si despertase del letargo en el que se encuentra sometido a los intereses de quienes se aprovechan de su inocencia, de sus anhelos y de sus buenas intenciones, pero también de sus ambiciones a la hora de intentar escalar a nivel profesional y personal. Por esto y por otras cuestiones, El apartamento es una película actual hasta que dejen de existir los explotadores y los explotados, que sueñan dejar de serlo; sueñan su pedazo de cielo en la tierra, en vida. La ilusión y la amargura de tipos corrientes, de personajes que podrían descubrirse en la realidad, quizá en nuestra imagen en el espejo, son los modelos cinematográficos de Wilder, expuestos con la lucidez de un tipo curioso que no duda en señalar aquellos aspectos de la cotidianidad que se intentan velar, tal vez por vergüenza o por no querer reconocer la propia medianía. En todo caso, los protagonistas son personajes con quienes se disfruta y se sufre, gracias al pulso narrativo y crítico de Wilder, que nunca cae en lo sensiblero, y a las inolvidables interpretaciones de sus protagonistas, las mismas que pueden hacen reír o sacar sonrisas, pero también invitar a reflexionar sobre sus (nuestras) existencias.
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