John Ford. El hombre que hizo películas del oeste
Durante una reunión de la asociación de directores, John Ford tomó la palabra y se dirigió a sus compañeros diciendo algo parecido a lo que sigue: "me llamo John Ford y hago películas del oeste..." (claro está que no lo dijo en castellano). Sin embargo, este mítico cineasta estadounidense de origen irlandés fue mucho más que un simple realizador de westerns, ya que fue él quien convirtió el género en uno de los más importantes de la industria hollywoodiense. Sus inicios en el cine se remontan a la década de 1910, cuando debutó como actor y ayudante de dirección en algunas producciones dirigidas por su hermano mayor. Y fue en 1917 cuando se produjo su debut en la dirección. Así pues, nos encontramos ante un director que inicia su carrera dentro del cine mudo (algo que le serviría en el sonoro para poder expresar con imágenes sentimientos, situaciones o cualquier otra circunstancia sin tener que abusar de diálogos innecesarios). Durante este periodo rueda cortometrajes y largometrajes (muchos de ellos inscritos dentro del western) que no han llegado hasta nuestros días. De esta época cabe señalar dos aspectos, el primero, su amistad con el actor Harry Carey (estrella del cine mudo) con quien colaboraría en más de una veintena de películas y sobre todo, su primer gran film, El caballo de hierro (1924) una epopeya que narra la construcción del ferrocarril que unirá el este de país con el oeste. Pero no es hasta el sonoro cuando Ford alcanza una merecida fama, prestigio y madurez creativa, es a partir de ese momento, cuando su cine se hace reconocible, con características propias y claramente autoral (aunque él no pretenda ese calificativo). Aparecen los espacios abiertos (preferiblemente el Monument Valley, al sur del estado de Utah); un humor característico, reflejado en las peleas, en las borracheras o en algunos de los actores de reparto que aparecen en la mayoría de sus films; prácticamente utiliza el mismo elenco actoral (John Wayne, Ward Bond, Henry Fonda, Anne Lee, John Qualen, Victor MacLaglen y muchos otros); además, todas sus películas muestran una sencillez narrativa (algo muy difícil de conseguir) y una magnífica dirección actoral, así como cuenta con la colaboración habitual de guionistas, tales como: Dudley Nichols, Lamar Trotti o Frank S.Nugent que escriben unos libretos en los que los personajes tiene gran profundidad emocional y humana.
Resumir en unas cuantas líneas la carrera artística de John Ford sería un imposible (y una estupidez) ya que su filmografía es rica y abundante, llena de obras maestras y de muy diversos contenidos. Pero, sin profundizar, citaré cuatro de mis favoritas. La diligencia (1939), considerada por parte de la crítica como el mejor western de todos los tiempos y que elevó al western, un género menor hasta entonces, hasta el rango de género con mayúsculas. Y lo consiguió ofreciendo unos personajes profundos, en una situación que muestra las relaciones que se producen dentro de la diligencia, que se puede definir como un microcosmos que da cabida a una pequeña sociedad en la que los prejuicios salen a flote. Otro gran acierto reside en sus exteriores, rodados en Monument Valley, donde Ford volvería a rodar siempre que se le presentara la ocasión. El film optó a ocho premios Oscar, ganando el de mejor actor de reparto (Thomas Mitchell) y el de mejor banda sonora, pero sobre todo convirtió a un semidesconocido (John Wayne) en una de las grandes estrellas de Hollywood, estatus que ya nunca abandonaría. El hombre tranquilo (1952) comedia costumbrista que le lleva a rodar en tierras irlandesas, circunstancia que le permite realizar una película vital y divertida, que nos muestra la llegada de un americano a un pueblo típico de la isla, cuya visión chocará con las costumbres de los lugareños. Centauros del desierto (1956), magnífica historia en la que dos hombres deambulan por un amplio territorio en busca de una niña secuestrada por los indios (pero que en realidad encierra un estudio profundo de los personajes). El hombre que mató a Liberty Valance (1962), rodada cuando la gran mayoría de los western carecían de interés (se repetían hasta la saciedad y cuyos personajes no eran más que meras caricaturas), fue entonces cuando volvió a surgir la figura de John Ford, ofreciendo su visión pesimista del final de una época, en la que quizá sea su mejor film. En El hombre que mató a Liberty Valance se encuentran reunidas gran parte de las características del cine fordiano, que se entremezclan con gran acierto entre la modernidad y el clasicismo, un camino que seguirán otros directores. Este hombre acusado por muchos de regirse por ideas conservadoras (algo que sus películas desmienten) y que se definió a sí mismo como realizador de películas del oeste, ganador de cuatro premios Oscar al mejor director: El delator (1935), Las uvas de la ira (1940), ¡Qué verde era mi valle! (1941) y El hombre tranquilo (1952) (¡vaya, ninguna es un western) se convertiría en uno de los más grandes directores de todos los tiempos y en un referente para muchos futuros realizadores.
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