domingo, 27 de diciembre de 2020

Gloria (1980)


Película a película, entre el rechazo de unos y los aplausos de otros,
John Cassavetes se convirtió en la imagen del cineasta independiente que dio la espalda a la industria cinematográfica para desarrollar sus intereses artísticos en un cine personal, en el que ambicionaba expresar emociones, veracidad y humanidad, la de sus personajes. En buena medida, lo consiguió, pero Cassavetes no sería Cassavetes sin su toque definitivo, aquel que hace a su cine reconocible para cualquiera. Ese toque no es técnico, es humano, es el grupo de amigos que asoma en sus películas (Ben GazzaraPeter Falk, Val Avery o Seymour Cassel). Pero, de entre todos ellos, es Gena Rowlands la presencia determinante, la figura que asume el protagonismo en una variedad de papeles y de registros que no hacen si no confirmar la gran actriz que es y la inigualable simbiosis artística que estableció con su marido (Cassavetes). De la madre que se desentiende de su hijo biológico en Ángeles sin paraíso (A Child Is Waiting, 1962), a la mujer que se sacrifica para ser madre en Gloria (1980), Gena Rowlands interpretó distintos rostros para Cassavetes, sin ir más lejos la esposa de Una mujer bajo la influencia (A Woman Under Influence, 1974) o la actriz en crisis de Opening Night (1977).


Fuerte y expeditiva en la superficie, de fondo emocional y sensible, Gloria se ve obligada a romper con su monotonía para salvar la vida del niño de nueve años a quien persigue una organización criminal que pretende mandar un mensaje a cualquiera de los suyos que intente hacer lo que el padre el muchacho: delatarlos. A partir de este argumento, que inicialmente no iba a ser dirigido por el director de Faces (1968), Gloria se desarrolla como una de las películas de narrativa más convencional y accesible de Cassavetes, pero nunca reniega de lo que pretende ser: un film de lazos afectivos, de admiración a la figura femenina y de sobrada fuerza emocional. Las emociones y sentimientos que manan de la relación que se establece entre la pareja protagonista, al límite durante todo el metraje, hacen de Gloria la madre no biológica de Phil (John Adames), el niño perseguido por la organización. Cierto que no es hijo suyo y que inicialmente ella asegura que no le gustan los niños, pero asume la defensa y el cuidado del huérfano tras el asesinato de toda su familia. Gloria es la mujer capaz de matar y dejarse matar por proteger al cachorro huérfano; lo hace por instinto, pero también por la sensibilidad que Phil despierta en ella tras derrumbar el muro que quizá ella levantase durante su estancia en la cárcel o en su contacto con el mundo del hampa del cual formaba parte en el pasado. La vida de ambos se une el día en el que, como amiga, la madre del niño le pide que lo proteja y lo saque de allí, consciente de que en apenas unos minutos los asesinos aparecerán para dejar el mensaje de sangre que no estará completo hasta que los criminales también se deshagan de Phil. No fue la primer ocasión en la que Cassavetes se adentraba en los bajos fondos, lo había hecho en El asesinato de un corredor de apuestas chino (The Killing of a Chinese Bookie, 1976), una película que me llena mucho más, a pesar de la ausencia de Rowlands, y que posiblemente sea más complicada a la hora de atraer y contentar a un público más numeroso. Eso lo consigue Gloria, con su conexión materno-filial y con la huida plagada de encuentros violentos y de intimidades que vinculan a la mujer, independiente y contundente, y el niño que la humaniza —al ofrecerle una vía a la redención y la posibilidad de liberar sentimientos y emociones que habría mantenido a raya o que hasta el encuentro no habría experimentado.



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